1 Y, aquella misma noche, José se levantó, tomó al niño y a su madre, y fue al país de Siria, llegando a una ciudad llamada Sahaprau. Y Jesús tenía entonces cinco años y tres meses. Y, como penetrase por la puerta de la ciudad, donde había estatuas de dioses, los demonios, al ver pasar a Jesús, lanzaron un grito, y dijeron: Llega un niño, hijo de un rey, de un gran monarca y que va a trastornar nuestra ciudad y a expulsarnos de nuestra mansión. Poneos en guardia, para que no se acerque a nosotros, y nos haga perecer. Huyamos de él hacia otro lugar lejano, y ocultémonos en algún desierto, o en las cavernas y en los antros de las rocas. Al oír tal, los jefes de los sacerdotes y los servidores de los ídolos se reunieron en el templo de éstos y exclamaron: ¿Qué voz ha lanzado ese grito que nos aterra? Y, en el mismo instante, las estatuas de los falsos dioses se quebraron y cayeron al suelo hechas añicos.
2 Luego de haber entrado en la ciudad, Jesús encontró en ella un albergue. Y Jesús deambulaba por todos los Sitios de la población. Y llegó a un sitio en que los niños estaban reunidos, y se sentó orillas del agua, cerca de las fuentes. Y, recogiendo polvo, lo arrojó al agua. Y, cuando los niños fueron allí a beber, vieron el agua convertida en sangre corrompida. Y, atormentados por la sed, lloraban con amargura. Mas Jesús tomó un cántaro, lo metió en la fuente, lo llenó de agua, y les dio de beber. Empero, habiendo sacado de nuevo agua de la fuente, la echó sobre ellos y los vestidos de todos quedaron teñidos de sangre. Y los niños se pusieron a llorar Otra vez. Mas Jesús los llamó con amabilidad, y, poniendo la mano sobre ellos, les dijo: No lloréis, porque ya no hay ninguna tintura sanguínea en vuestros trajes. Y los niños se llenaron de alegría, al ver el prodigio operado por Jesús.
3 Otro día, Jesús fue a encontrarse con los niños, en el Sitio en que estaban reunidos, y les propuso: Vayamos a cualquier lugar distante y allí cazaremos pájaros. Ellos dijeron: Sí. Y marcharon a un paraje célebre, situado en la llanura, donde permanecieron el día entero, mas no consiguieron cazar pájaro alguno. Era un día de verano, y el calor sofocante de la atmósfera les incomodaba en extremo. Visto lo cual, Jesús tuvo piedad de ellos, y, tendiéndoles la mano, les dijo: No temáis, e incorporaos. Iremos hacia aquella roca que está ante nosotros, y a su sombra reposaremos. Mas, cuando llegaron a ella, seguían sin poder soportar la violencia de la temperatura, y algunos caían como muertos. Y, con el aliento entrecortado y los ojos fijos, miraban a Jesús.
4 Mas éste, levantándose, se colocó en medio de ellos y, con su vara, hirió la roca, de la que brotó una fuente de agua abundante y deliciosa, que existe hoy todavía, en la que todos abrevaron. Y, cuando hubieron bebido y se hubieron reanimado, adoraron a Jesús, el cual extendió la mano sobre el agua, e hizo aparecer en ella profusión de peces. Y ordenó a los niños que los agarrasen, y ellos lo agarraron en gran número. Y que recogiesen leña, que ardió, sin que nadie le pusiese fuego. Y asaron los peces, los comieron, y quedaron hartos. Luego agarraron más peces aún y marcharon alegres a sus casas, donde, mostrando lo peces de su pesca milagrosa, contaron los prodigios que había hecho Jesús. Y muchos de los habitantes de aquella ciudad creyeron en él.
5 Y, entre los compañeros de Jesús, los había de ciert edad, que, contando con su fuerza y con su vigor, llegaro a tiempo a su destino. Otros, empero, menores en edad, no podían, y, siguiendo detrás a los primeros, sin vestido, ni calzado, llegaron más tarde a sus hogares. Y uno de ello muchachito de tres años, se extravió en la llanura, se vio sin alientos, cayó al suelo, y se durmió. Muy de noche ya se despertó y, abriendo los ojos, miró a todos lados, y no vio a nadie. Entonces le faltaron los ánimos, y prorrumpió en amargo lloro. Y erró a la ventura durante la noche entera y, perdiendo su ruta, se alejó de la comarca. Y pasó tres días fuera de ella, sin que ninguno de los niños supiese lo que le había ocurrido. Después, el hambre, la sed y el ardor de los rayos solares le separaron el alma del cuerpo.
6 Y los padres del pequeño interrogaron a los niños, diciéndoles: ¿Dónde está nuestro hijito, que os ha seguido? ¿Qué ha sido de él? Los niños contestaron: No lo sabemos. Los padres dijeron: ¿Cómo no lo sabéis, si os ha seguido? Los niños dijeron: Sabemos que nos ha seguido, pero luego no pudimos averiguar su paradero. Los padres dijeron: ¿A qué hora habéis visto que estaba todavía con vosotros? Los niños dijeron: Hasta mediodía, todos lo vimos. Pero, cuando empezó a incomodarnos el calor del sol, y nos pusimos en fuga, lo perdimos de vista. Y, cuando Jesús nos reunió, y nos dio a beber agua sacada de la roca, no lo vimos ya en aquel sitio y supusimos que habría vuelto a casa.
7 Entonces los padres del niño fueron a ver al juez de la ciudad y le contaron toda la historia. Y el juez ordenó que compareciesen los niños ante él y les preguntó: Decidme la verdad, hijos míos, ¿qué se hizo del pequeño? Y ellos respondieron: ¡Oh juez, escúchanos! Ayer por la mañana, estando juntos, de común acuerdo, para ir a jugar, Jesús, el hijo de José, llegó en compañía de otros niños y les advertimos que nos disponíamos a marchar para un lugar distante. Y, como ese niño no quería volver de él, lo dejamos allí, y partimos. El juez dijo: Cuando os congregasteis en el mismo sitio, ¿lo vio alguno de vosotros? Y ellos dijeron: Sí, y con nosotros estuvo toda la jornada, hasta mediodía. Pero, cuando empezó a incomodarnos el calor del sol, nos dispersamos del sitio y lo perdimos de vista.
8 Mas el juez ordenó, severo: Id en su busca, y traédmelo muerto o vivo. Y ellos recorrieron todos los alrededores de la urbe, sin lograr encontrarlo. Y así se lo manifestaron al juez, a su regreso. Y él dijo: ¿Qué idea se os ha puesto en la cabeza? ¿Pensáis que conseguiréis escapar al castigo por la astucia? No, en mis días. Decidme, pues: ¿Cuál era el fin de vuestra expedición? ¿Quién invitó a ella al párvulo, y lo llevó consigo? Los niños observaron: Nadie lo invitó, ni lo llevé, y él mismo fue por su cuenta. Mas el juez repuso: No decís la verdad y os haré perecer a todos.
9 En seguida mandó que se los desnudase y se los azotase con varas de leña verde. Y, cuando se vieron despojados de sus vestidos, los niños consultaron entre sí, preguntándose: ¿Qué hacer, puesto que todos tenemos conciencia de ser inocentes, y no se cree en nuestras protestas de inculpabilidad? Uno de ellos dijo: ¿Por qué, a base de una suposición tan injusta, hemos de ser condenados a muerte? Y le dijeron: ¿Y qué se te ocurre hacer? Él dijo: ¿Conocéis a Jesús, el hijo del viejo José? Él estaba con nosotros, él se encontraba al frente nuestro, él nos llevó consigo, y él, por consiguiente, es quien nos puso en este peligro mortal. Mas sus compañeros objetaron: ¿Y qué mal nos hizo Cuando nos moríamos de sed, bajo un calor sofocante, él fue quien nos la apagó, sacando agua de la roca, y él quien nos dio peces que comiéramos, y luego pudimos volver a tiempo a nuestras casas. Pero el niño de opuesta opinión dijo: Y nosotros ¿qué delito hemos cometido, para ser condenados a muerte? Los niños dijeron: Demasiado sabes que no hablaremos mal de él. El niño opuso: Pero nosotros, repito, ¿de qué crimen castigable con la muerte podemos acusarnos? ¡No! Vayamos al juez, y echemos sobre él toda la acusación, puesto que es desconocido y extranjero en nuestra ciudad. Y, además, ¿no comprendáis que, por su causa, estamos bajo la amenaza de esta angustia y de estos tormentos? Si a él se lo condena, a nosotros se nos absolverá. Todos clamaron a una: Toma sobre ti la responsabilidad de su sangre. Y el juez, viendo que no le respondían, ordenó a los verdugos que les infligiesen la pena de azotes. Y, cuando los primeros golpes comenzaron a caer sobre sus espaldas, el niño enemigo de Jesús dijo al juez: ¿Por qué nos condenas, a pesar de nuestra inocencia? Y el juez repuso: Si sois inocentes, designad al que es digno de muerte. Los niños dijeron: El hijo de un viejo extranjero llevó a ese niño consigo, y no sabemos lo que le habrá hecho. El juez les preguntó: ¿Por qué no me habéis hablado de él antes? Y los niños respondieron: Creímos que hubiera sido una falta obrar así, porque es muy pobre, y está reducido a la mendicidad.
10 Y el juez mandó que le trajesen a Jesús, mas no se lo encontró. Entonces detuvieron a José, a viva fuerza, y lo hicieron comparecer ante el tribunal. Y el juez lo interrogó: ¿De dónde eres, anciano, y adónde vas? José respondió: Soy de una comarca lejana, y recorro este pais como extranjero desterrado. El juez añadió: ¿Dónde está tu hijo? José replicó: ¿Para qué lo quieres? El juez dijo: Tu hijo ha ido a jugar, llevando consigo a todos los niños de la ciudad, y uno de ellos no ha vuelto. Dime, pues, donde está tu hijo, y qué se ha hecho de él. José dijo: Cuanto a eso, lo ignoro. El juez dijo: No te escaparás de mis manos con semejantes excusas, como no me traigas al niño, muerto o vivo. José dijo: Soy viejo, y ¿cómo podré ir y venir, sin fatigarme, la jornada entera? El juez dijo: Tal vez lo encuentres en seguida en cualquier lugar. José dijo: ¡Oh juez, ordena a estos niños que me sigan en esta pesquisición, pues quizá saben dónde está el pequeño! El juez dijo: Sí, lo haré, pero los padres del niño también te seguirán. A estas palabras del juez, José lo saludó profundamente y marchó muy triste a su casa a contar a María lo que había ocurrido. Y ambos a dos se afligieron en extremo.
11 Y, al día siguiente, muy temprano, José, haciéndose preceder del niño Jesús, caminó unas doce millas fuera de la ciudad, y ambos encontraron en la llanura al niño, que había sucumbido al ardor de los rayos solares, como si hubiese sido quemado por el fuegó. Su cuerpo estaba ennegrecido, sus ropas grasientas, y desunidas sus articulaciones. Habiendo visto esto, volvieron a la ciudad, e informaron del hecho a los padres del niño. Y éstos, al marchar al lugar que se les indicó, y ver el estado en que su hijo se encontraba, lanzaron un grito y golpearon el pecho con piedras. Y, llorando, envolvieron en un lienzo al difunto, lo incorporaron, y lo condujeron hasta la puerta de la ciudad. Y todos los habitantes de la ciudad lo acogieron con gran duelo y se apiadaban de la catástrofe que le había ocurrido. Y, al cabo de una hora, los padres dijeron al juez: No lo llevaremos a la tumba, antes que hayas hecho perecer en el suplicio al hijo de ese viejo y condenado a su padre y a su madre a tormentos crueles y a la muerte. Y el juez dijo: Tenéis razón.
12 Entonces ordenó que Jesús compareciese ante el tribunal y le preguntó: ¿Por qué has provocado lance tan funesto, y atraído esta desgracia sobre nuestra ciudad? Y Jesús respondió: ¡Oh juez!, no cometas este acto de iniquidad, que a nadie es lícito enunciar o conocer. El juez dijo: ¿Qué debo, pues, hacer entre dos derechos contrarios? Jesús dijo: Sí obras lealmente, tus juicios serán justos. Donde no, incurrirás en pecado gravísimo. El juez dijo: No me respondas de esa suerte, para darme una lección ante todo el mundo. Yo no obro de mala fe, sino en justicia. Jesús dijo: Si procedieses con sinceridad, habrías de antemano hecho tu información cuidadosamente con arreglo a los testimonios, y después habrías juzgado conforme a las leyes. El juez dijo: ¿Cómo puedo hacer una información cuidadosa sobre tu declaración particular de que eres inocente? ¿Quién entonces ha ocasionado caso tan triste? Jesús dijo: Recibiste el testimonio de los que me imputan una cosa calumniosa, y no crees en la verdad de mis palabras. Pero muy pronto quedarás confundido. El juez dijo: Haz lo que quieras.
13 Y Jesús, colocándose frente al muerto, clamé a gran voz: Moni, hijo de Sahuri, levántate sobre tus pies, abre tus ojos, y di cuál ha sido la causa de tu muerte. Y el niño se incorporó en seguida. Y sus padres y sus conocidos lanzaron un grito y lo apretaron contra su corazón, diciéndole: Hijo mío, ¿quién te ha devuelto la vida? Y ¿1 dijo: El pequeño Jesús, el hijo del viejo. Y el juez, los sacerdotes de los ídolos y toda la multitud del pueblo se prosternaron ante Jesús, e interrogaron al niño, diciéndole: Hijo mío, ¿quién ha causado tu pérdida?
14 Y el niño repuso: Nadie, pues son inocentes todos. No lo condenéis, que no es responsable de mi muerte. Yo me había extraviado y, por efecto del hambre y de la sed, mi alma desfalleció. Cuanto a lo que me sucedió después, todo lo que sé es que me veis y que os veo. Y Jesús exclamó: Juez inicuo, ¿por qué querías condenarme al último suplicio injustamente? Y el juez, confundido, no sabía qué contestar. Y el niño permaneció con vida cerca de tres días, hasta el momento en que, admirados hasta la estupefacción, pudieron verlo todos los habitantes de la ciudad. Y de nuevo Jesús ordenó al niño: Duerme ahora, y reposa. Y, en el mismo instante, el niño se entregó otra vez al sueño. Y, luego de haber hablado y obrado como lo hizo, Jesús desapareció de la vista de cuantos sus dichos y sus hechos habían presenciado.