1 Y, levantándose muy de mañana, fueron a ganar el país de Moab, frente a Mambré, y recorrieron numerosas etapas en su ruta. Y llegaron a una ciudad de los árabes llamada Malla gpir mtín, que quiere decir «gran ciudad de Dios». Cuando Jesús pasó por el territorio de la ciudad, se encontraban allí altares. Junto al camino, había una montaña de gran elevación, y en su cima un templo, espléndidamente adornado con toda especie de imágenes y consagrado al culto de los demonios. Y éstos, congregados cerca del camino, deliberaban entre sí, y decían: Nos encontramos bien aquí, en nuestra morada, y estamos en reposo. Pero hemos oído decir que ha aparecido en el mundo el hijo de un pobre viejo, que conoce y que discierne todas nuestras prácticas, y que es un perseguidor y un enemigo de nuestra estirpe. Con él en la tierra, ¿qué va a ser de nosotros en adelante?
2 Algunos demonios dijeron: ¿Cómo os habéis arreglado para saber y conocer lo que es? Un demonio dijo: Vosotros no sabéis lo que es, mas yo lo sé, y lo conozco de antemano. Los otros demonios dijeron: Si lo conoces, instrúyenos. El demonio dijo: Es el mismo que nos precipitó de lo alto de los cielos, nuestra mansión prístina, y nos redujo a la perdición. Y ahora ha venido a la tierra, para expulsarnos del género humano. Los demonios dijeron: ¿Y cómo podrías saber lo que hará? El demonio dijo: Yo estaba en Egipto, en el templo de Apolo, cuando destruyó el sagrado edificio por completo, pulverizó las estatuas de los dioses, y lo arruinó todo de arriba abajo. Los demonios dijeron: ¡Desventurados de nosotros! Si viene aquí, ¿qué nos ocurrirá?
3 Y, en tanto que deliberaban entre sí en tal forma, divisaron de repente al niño Jesús, que avanzaba. Y, lanzando un grito, exclamaron, medrosos: ¡He aquí que el niño Jesús viene a la ciudad! Abandonemos este sitio, no sea que dejemos nuestra vida entre sus manos. Y otros demonios advirtieron: Lancemos un grito de alarma a la ciudad. Quizá se apoderen del niño y lo maten, con que quedaremos tranquilos en nuestro albergue. Y, habiendo hablado así, se esparcieron por diversos lados, y lanzaron este grito: ¡Mirad, todos, y escuchad! El hijo de un gran rey llega, y se dirige hacia esta ciudad con un ejército numeroso. Y, al oír esto, todos los habitantes de la localidad se armaron, y se reunieron en orden de combate, y fueron a patrullar por doquiera, mas no encontraron nada.
4 Y, como Jesús penetrase por la puerta de la ciudad, todas las edificaciones de los templos se desplomaron de súbito, desfondándose en ruinas, y no quedando una sola en pie. Cuanto a los sacerdotes y a los ministros del culto, fueron invadidos por la demencia de un furor demoníaco. Y se golpeaban a sí mismos y clamaban a gran voz: ¡Desventurados e infortunados de nosotros, que hemos sido expulsados de nuestros templos! ¿Quién es el autor de esta catástrofe? Y no podían explicarse aquel hecho y la destrucción de la ciudad.
5 José permaneció allí varios días. Y Jesús tenía entonces cuatro años. Y, llegado a esta edad, no quedaba ya confinado en su casa, sino que salía con otros niños y tomaba parte en sus conversaciones y en sus juegos. Y éstos acudían de buen grado a su encuentro y se prestaban a sus deseos más mínimos. Por su amenidad afectuosa, los ponía a todos de acuerdo con él, y merced al encanto de su palabra, se convirtió en conductor y en jefe de todos los niños. Y, cualquier cosa que les mandaba hacer, la cumplían ellos con gusto. No dejaba a ninguno abandonarse a la ociosidad y, si ocurría que algunos se pegasen y se maltratasen entre sí, Jesús les pasaba la mano por encima, los curaba, y los exhortaba a todos amistosamente. Y reconciliaba a los descontentos y les hacía recobrar su buen humor. Empero, si surgía entre ellos algún motivo de disputa, iban a casa de sus padres y colgaban a Jesús la causa de las faltas que habían cometido. Entonces los padres se dirigían en busca de Jesús, y no lo encontraban. E interrogaban, diciendo: ¿Dónde está? Y los niños respondían: No lo sabemos, porque es hijo de un anciano extranjero, que reside aquí como transeúnte. Y, ante este informe, los padres regresaban a sus domicilios respectivos.
6 Y ocurrió un día que Jesús fue a reunirse con los niños, en el lugar en que acostumbraban a juntarse. Y, habiéndose puesto a jugar, se divertían, conversaban y discutían los unos con los otros. Jesús admiraba su inocencia. Y, en tanto que platicaban y se entretenían, sucedió que empezaron a pegarse unos a otros. Y de la refriega salió uno de ellos con un ojo reventado. Y el niño, lanzando un grito, se puso a llorar amargamente. Mas Jesús le dijo: No llores, y levántate sin temor. Y se aproximó a él y, en el mismo instante, la luz volvió a sus ojos, y recobró la vista. Cuanto a los demás niños que allí se encontraban, marcharon presurosos a la ciudad, y contaron lo que Jesús había hecho. Y los que los oían fueron al lugar en que éste estaba, para verlo. Mas no lo encontraron, porque Jesús había huido y estaba escondido a sus miradas.
7 Más tarde, Jesús fue un día al sitio en que los niños se habían reunido, y que estaba situado en lo alto de una casa, cuya elevación no era inferior a un tiro de piedra. Uno de los niños, que tenía tres años y cuatro meses, dormía sobre la balaustrada del muro, al borde del alero, y cayó de cabeza al suelo de aquella altura, rompiéndose el cráneo. Y su sangre saltó con sus sesos sobre la piedra y, en el mismo instante, su alma se separó de su cuerpo. Ante tal espectáculo, los niños que allí se encontraban, huyeron, despavoridos. Y los habitantes de la ciudad, congregándose en diferentes lugares y lanzando gritos, decían: ¿Quién ha producido la muerte de ese pequeñuelo, arrojándolo de tamaña altura? Los niños respondieron: Lo ignoramos. Y los padres del niño, advertidos de lo que ocurriera, llegaron al siniestro paraje, e hicieron grandes demostraciones de duelo sobre el cadáver de su hijo. Después, se pusieron a indagar, y a intentar saber cuál era el autor de tan mal golpe. Y los niños repitieron con juramento: Lo ignoramos.
8 Mas los padres respondieron: No creemos en lo que decís. Luego, reunieron a viva fuerza a los niños, y los llevaron ante el tribunal donde comenzaron a interrogarlos, diciendo: Informadnos sobre el matador de nuestro hijo y sobre su caída de sitio tan elevado. Los niños, bajo la amenaza de muerte, se dijeron entre sí: ¿Qué hacer? Todo sabemos, por nuestro mutuo testimonio, que somos inocentes, y que nadie es el causante de esa catástrofe. Y se da crédito a nuestra palabra sincera. ¿Consentiremos que si nos condene a muerte a pesar de no ser culpables? Uno de ellos dijo: No lo somos, en efecto, mas no tenemos testigo de nuestra inculpabilidad, y nuestras declaraciones se juzgan mentirosas. Echemos, pues, la culpa a Jesús, puesto que con nosotros estaba. No es de los nuestros, sino un extranjero, hijo de un anciano transeúnte. Se lo condenará a muerte y nosotros seremos absueltos. Y sus compañeros gritaron a coro: ¡Bravo! ¡Bien dicho!
9 Entonces la asamblea del pueblo hizo detener a los niños, les planteó la cuestión y les dijo: Declarad quién es el autor de tan mal golpe y el causante de la muerte prematura de este niño inocente. Y ellos contestaron, unánimes: Es un muchacho extranjero, llamado Jesús e hijo de cierto viejo. Y los jueces ordenaron que se lo citase. Mas cuando fueron en su busca, no lo encontraron, y, apoderándose de José, lo condujeron ante el tribunal, y le dijeron: ¿Dónde está tu hijo? José repuso: ¿Para qué lo queréis? Y ellos respondieron a una: ¿Es que no sabes lo que tu hijo ha hecho? Ha precipitado desde lo alto de una casa a uno de nuestros niños y lo ha matado. José dijo: Por h vida del Señor, que no sé nada de eso.
10 Y llevaron a José ante el juez, que le preguntó d dónde venía y de qué país era. A lo que José respondió: Vengo de Judea y soy de la ciudad de Jerusalén. El juez añadió: Dinos dónde está tu hijo, que ha rematado cor muerte cruel a uno de nuestros niños. José repuso: ¡0h juez!, no me incriminéis con semejante injusticia, porque no soy responsable de la sangre de esa criatura. El juez dijo: Si no eres responsable, ¿por qué temes la muerte? José dijo: Ese niño que buscas es mi hijo según el espín tu, no según la carne. Si él quiere, tiene el poder de responderte.
11 Y, aún no había acabado José de hablar así, cuan do Jesús se presentó delante de las gentes que habían ido buscarlo y les dijo: ¿A quién buscáis? Le respondieron: Al hijo de José. Les dijo Jesús: Yo soy. El juez entonces le dijo: Cuéntame cómo has dado tan mal golpe. Y Jesús repuso: ¡Oh juez, no pronuncies tu juicio con tal parcialidad, porque es un pecado y una sinrazón que haces a tu alma! Mas el juez le contestó: Yo no te condeno sin motivo, sino con buen derecho, ya que los compañeros de ese niño, que estaban contigo, han prestado testimonio contra ti. Jesús replicó: Y a ellos ¿quién les presta testimonio de que son sinceros? El juez dijo: Ellos han prestado entre sí testimonio mutuo de ser inocentes y tú digno de muerte. Jesús dijo: Si algún otro hubiese prestado testimonio en el asunto, habría merecido fe. Pero el testimonio mutuo que entre sí han prestado no cuenta, porque han procedido así por temor a la muerte, y tú dictarás sentencia de modo contrario a la justicia. El juez dijo: ¿Quién ha de prestar testimonio en favor tuyo, siendo como eres, digno de muerte? Jesús dijo: ¡Oh juez, no hay nada de lo que piensas! Ellos, y tú también, a lo que se me alcanza, consideráis tan sólo que yo no soy compatriota vuestro, sino extranjero e hijo de un pobre. He aquí por qué ellos han lanzado sobre mí un testimonio de mortales resultas. Y tú para complacerIos, supones que tienen razón, y me la quitas.
12 El juez preguntó: ¿Qué debo hacer, pues? Jesús respondió: ¿Quieres obrar con justicia? Oye, de una y de otra parte, a testigos extraños al asunto y entonces se manifestará la verdad, y la mentira aparecerá al descubierto. El juez opuso: No entiendo lo que hablas. Yo pido testimonio lo mismo a ti que a ellos. Jesús repuso: Si yo doy testimonio de mí mismo, ¿me creerás? El juez dijo: Si juras sincera o engañosamente, no lo sé. Y los niños clamaron a gran voz: Nosotros sí sabemos quién es, pues ha ejercido todo género de vejaciones y de sevicias sobre nosotros y sobre los demás niños de la ciudad. Pero nosotros nada hemos hecho. El juez dijo: Notando estás cuántos testigos te desmienten, y no nos respondes. Jesús dijo: Repetidas veces he satisfecho a tus preguntas, y no has dado crédito a mis palabras. Pero ahora vas a presenciar algo que te sumirá en la admiración y en el estupor. Y el juez repuso: Veamos lo que quieres decir.
13 Entonces Jesús, acercándose al muerto, clamó a gran voz: Abias, hijo de Thamar, levántate, abre los ojos, y cuéntanos cuál fue la causa de tu muerte. Y, en el mismo instante, el muerto se incorporó, como quien sale de un sueño y, sentándose, miró en derredor suyo, reconoció a cada uno de los presentes, y lo llamó por su nombre. Ante lo cual, sus padres lo tomaron en sus brazos, y lo apretaron contra su pecho, preguntándole: ¿Cómo te encuentras? ¿Qué te ha ocurrido? Y el niño respondió: Nada. Jesús repitió: Cuéntanos cuál fue la causa de tu muerte. Y el niño repuso: Señor, tú no eres responsable de mi sangre, ni tampoco los niños que estaban contigo. Pero éstos tuvieron miedo a la muerte y te cargaron la culpa. En realidad, me dormí, caí de lo alto de la casa y me maté.
14 El juez y la multitud del pueblo, que tal vieron, exclamaron: Puesto que niño tan pequeño ha hecho tamaño prodigio, no es hijo de un hombre, sino que es un dios encarnado, que se muestra a la tierra. Y Jesús preguntó al juez: ¿Crees ya que soy inocente? Mas el juez, en su confusión, no respondía. Y todos se maravillaron de la tierna edad de Jesús y de las obras que realizaba. Y los que oían hablar de los milagros operados por él se llenaban de temor.
15 Y el niño permaneció con vida durante tres horas, al cabo de las cuales, Jesús le dijo: Abias, duerme ahora, y descansa hasta el día de la. resurrección general. Y, apenas acabó de hablar así, el niño inclinó su cabeza, y se adormeció. Ante cuyo espectáculo, los niños, presa de un miedo vivísimo, empezaron a temblar. Y el juez y toda la multitud, cayeron a los pies de Jesús y le suplicaron, diciéndole: Vuelve a ese muerto a la vida. Mas Jesús no consintió en ello y replicó al juez: Magistrado indigno e intérprete infiel de las leyes, ¿cómo pretendes imponerme la equidad y la justicia, cuando tú y toda esta ciudad, de común acuerdo, me condenabais sin razón, os negabais a dar crédito a mis palabras, y estimabais verdad las mentiras que sobre mí os decían? Puesto que no me habéis escuchado, yo tampoco atenderé a vuestro ruego. Y, esto dicho, Jesús se apartó de ellos precipitadamente, y se ocultó a sus miradas. Y, por mucho que lo buscaron, no consiguieron encontrarlo. Y, yendo a postrarse de hinojos ante José, le dijeron: ¿Dónde está Jesús, tu hijo, para que venga a resucitar a nuestro muerto? Mas José repuso: Lo ignoro, porque circula por donde bien le parece y sin mi permiso.