1 Y José se levantó, tomó a María y saliendo de la villa, ambos marcharon camino adelante. Y buscaban con la mirada a Jesús. Y éste se les apareció de súbito, y los siguió hasta el país de Galilea, a una villa llamada Arimatea, donde tomaron albergue en una casa. Y Jesús tenía diez años entonces, y circulaba por la villa, para ir al sitio en que los niños se congregaban. Y, cuando divisaron a Jesús, lo interrogaron, diciendo: ¿De dónde has venido? Y Jesús contestó: De un país desconocido. Los niños inquirieron: ¿Dónde está situada la casa de tu padre? Y Jesús repuso: No podrías comprenderlo. Los niños agregaron: Dinos algo, para que lo sepamos de ti. Y Jesús replicó: ¿Para qué me lo preguntáis, si lo que yo os dijera, no lo entenderíais? Los niños insistieron: Háblanos, porque nosotros somos ignorantes, y tú pareces instruido en todas las cosas. Jesús dijo: Todas las cosas conozco, en efecto, pero soy extranjero, y no aceptaríais ninguna de mis palabras. Y los niños dijeron: Te acogemos con amistad, como a un hermano, y nos someteremos a tus órdenes, conforme a tu albedrío.
2 Y Jesús dijo: Levantaos, vamos. Y los niños obedecieron, y llegaron todos juntos a cierto sitio, en el que había una roca muy alta. Y, colocándose enfrente, ordenó a la roca que inclinase su cima y se sentó en ella, y la roca recobró su posición. Y los niños lanzaron gritos de sorpresa y, formando círculo alrededor de la roca, miraban a Jesús. Y, después de haber ordenado a la roca que inclinase otra vez su cima, Jesús descendió de ella.
3 Y los niños fueron a la villa, para contar el prodigio hecho por Jesús, el cual huyó. Y uno de los niños, que lo divisó, le detuvo por sorpresa y se apoderó de él. Y Jesús, volviéndose, le sopló en el rostro y, en el mismo instante, el niño perdió la vista. Y clamó a gran voz: Jesús, ten piedad de mí. Y Jesús le puso la mano sobre los ojos, y éstos se abrieron de nuevo a la luz.
4 Y, un día, los niños se habían congregado cerca de un pozo, y Jesús fue a reunírseles. Y ellos, al verlo, se regocijaron. Y Jesús les preguntó: ¿Qué hacéis al borde de este pozo? Y los niños respondieron: Ven a juntarte con nosotros. Y Jesús dijo: Heme aquí. ¿Qué deseáis? Y, en el mismo momento en que hablaba así, dos niños jugaban al borde del pozo. Y sucedió que, disputando, uno de ellos pegó al otro, y lo lanzó al pozo. Y los demás huyeron de allí, y Jesús, levantándose, marchó a su casa.
5 Y, como algunas personas llegasen pasa sacar agua, al meter sus cántaros, vieron en medio del pozo a un niño muerto, y fueron a anunciarlo a la villa. Y los padres llegaron, y vieron a su hijo ahogado encima del agua. Y lloraban amargamente, y se golpeaban el pecho. Y era un niño muy hermoso, y de cinco años de edad. Y los padres, deshechos en llanto, preguntaban: ¿Quién ha causado esta desgracia terrible? Mas, no encontrando al matador, se dirigieron al juez, para darle cuenta del suceso nefasto.
6 Y el juez ordenó que le trajesen a los niños, a quienes preguntó: Hijos míos, ¿quién de vosotros mató a ese niño, arrojándolo al agua? Los niños respondieron: Lo ignoramos. Y el juez dijo: Si lo sabéis, no contéis engañarme con pretextos y con subterfugios. No hagáis tal, porque moriréis, y pagaréis inocentes por culpables. Los príncipes y los grandes les dijeron: No mintáis, y hablad sinceramente. Y los niños clamaron a una: Si creéis en nuestras palabras, tened entendido que no nos cabe parte alguna en su muerte. Cayó al agua por accidente, y no pudimos sacarlo del pozo. Y el juez opuso: Cuando cayó al agua, ¿por qué no gritasteis inmediatamente, elevando la voz, para que los habitantes de la villa fuesen a salvar al niño, que respiraba aún? Los niños dijeron: Porque ninguno de nosotros había quedado allí. Todos lo habían abandonado, y habían huido. Y el juez acrecentó: Si cayó inadvertidamente y por descuido, habríais gritado y avisado a todos. Pero, siendo los autores del hecho, habéis huido de allí por temor, y pensáis escapar a la muerte por vanas excusas. Los niños dijeron: Si quieres condenarnos injustamente, hágase tu voluntad. Porque cada cual se halla convencido de su propia inocencia y el que merece la muerte, es el que la realidad del hecho conoce. Y el juez repuso: Si conociese al culpable, no condenaría al inocente.
7 Los niños dijeron: A nosotros no nos toca culpa alguna. Nos hallábamos distraídos en el juego, y de nada nos enteramos hasta que algunos niños huyeron, dando gritos. Nada más sabemos. Y el juez repuso: Si queréis, yo os diré la verdad. Miraos bien, poned atención, y compadeceos de vosotros mismos. Y los niños replicaron: Lo hemos revelado todo, y no nos has oído. Y el juez exclamó: ¡Desconfío del artificio de vuestras palabras! Los niños repitieron: Si nos condenas injustamente, eso será a cargo tuyo. Y el juez contestó, furioso: Si no me decís la verdad, os conduciré al pozo, y os haré perecer ahogados en el agua. Y el niño que era el matador, repuso: Por mucho que nos atormentes, no podremos confesar una falsedad.
8 Entonces el juez marchó con ellos al borde del pozo. Y ordenó que desnudasen a los niños, y que los encadenasen en presencia suya. Y el matador dijo: ¡Oh juez, presenta un testigo, y, entonces solamente, condénanos. ¿Por qué se nos condenaría a muerte, sin estar convencido por un testigo? Y el juez dijo: ¿Qué testigo voy a presentar, si todos los testigos estáis aquí? No saldréis de mis manos, ni a fuerza de lamentaciones, ni a fuerza de presentes. Y los padres de los niños viéndolos desnudos ante el juez, en medio de aquel lugar, se quejaban con amargura. Y el juez dijo: No me conmueven vuestras lágrimas. Y mandó que arrojasen a los niños al pozo. Mas el que era el matador, se expresó en estos términos: No me arrojes al pozo, y te indicará quién es el culpable. ¿Dónde está Jesús, el hijo del viejo? Él es el autor del hecho. Y el juez exclamó: Siendo así, ¿por qué os dejabais matar, a pesar de vuestra inocencia? Y los niños replicaron: A ti te toca saberlo, puesto que lo has querido.
9 Entonces el juez hizo citar a Jesús ante él. Pero, como los que mandó en busca del niño no lo encontraran, apoderaronse de José, y llevaron a presencia del magistrado, el cual lo interrogó, diciéndole: Viejo, ¿de dónde has venido a esta villa? Y José contestó: Soy de un país lejano. El juez inquirió: ¿Dónde está tu hijo, que ha cometido este delito de homicidio? José repuso: Lo ignoro. El juez dijo: ¿Y no sabes que ha cometido ese crimen? José dijo: ¡Por la vida del Señor, no lo sé! El juez aseveró: Si, lo sabes. ¿Y crees que vas a escapar a la muerte? José exclamó: ¡Oh juez, no condenes injustamente a una inocente criatura! El juez rearguyó: Si es inocente, ¿por qué ha huido? José replicó: No puedo explicártelo. Y el juez dijo: No saldrán de la prisión, si no te apresuras a procurar que comparezca aquí tu hijo.
10 Y, cuando el juez acabó de pronunciar estas palabras, Jesus se presentó al tribunal de improviso, y preguntó: ¿A quién buscáis? Respondieron: A Jesús, el hijo de José. Jesús dijo: Yo soy. Interrogó el juez: ¿Cuándo llegaste a esta villa? Jesús contestó: Hace largos años que resido en ella. El juez ordenó: Manifiéstame, pues, cuál ha sido la causa de la muerte violenta de ese niño. Y Jesus afirmó: No lo sé. Mas los padres del niño clamaron: ¿Pretendes no saberlo, habiendo ahogado a nuestro hijo en el pozo? Y Jesús repuso: Si es a otro a quien hay que pedir cuenta de su vida, ¿por qué me calumniáis tan pérfidamente? El juez replicó: No digas falsedad, porque reo eres de muerte. Mas Jesús aseguró: El testimonio de ellos es falso y verdadero el mío. Y el juez le dijo: Júralo por la ley del Señor. Jesús repuso: ¿Por qué mientes ante Dios, y no lo temes? Mas el juez, respondiendo, dijo: ¿Y qué mal hay en prestar juramento, cuando se es inocente, y no queda otro recurso para escapar a la muerte? Jesús le contestó: ¿De modo que crees legítimo pronunciar un juicio injusto? El juez le respondió: Dime lo que debo hacer. Y Jesús repuso: Demasiado lo sabes, puesto que en juez estás constituido. Mas el juez repitió: ¿Qué debo hacer? Respóndeme. Y Jesús le advirtió: Si obrases de buena fe, observarías la justicia. Pero no hay que esperar de ti eso. Y el juez insistió: Obro conforme a lo que se alcanza. Jesús dijo: En esto, hablas verdad, mas no aceptas el testimonio que doy de mí mismo. El juez dijo: Yo no te condeno injustamente. Y Jesús remachó: Si escuchases la voz de tu conciencia, no condenarías con ligereza a nadie.
11 Empero los niños interrumpieron, clamando a coro: ¡Oh juez, tú no sabes qué contestarle! Préstanos oído, y te informaremos de lo que le concierne. ¿O es que no podemos nosotros responderle una palabra? Jesús les respondió: ¿Qué es lo que vosotros tenéis que decir de mí? Los niños replicaron: Desde que llegaste a esta ciudad, nos has causado muchas contrariedades y muchas vejaciones, que hemos perdonado, porque eres pobre y extranjero. Pero ahora que has ocasionado tal catástrofe, y que nos has expuesto a la muerte, es justo que te hagamos perecer. Entonces el juez preguntó: ¿Es éste el niño de quien afirmáis que engaña a los ojos por prestigios? Los niños respondieron a una: Sí. Mas Jesús observó: Sé que os habéis ligado todos contra mí, y que queréis condenarme a muerte injustamente. Y el juez dijo: ¿Cómo puedes pretender que no tienes testigos contrarios, y que te estimas inocente? Jesús dijo: Si me doy a mí mismo un testimonio verdadero, ¿me creerás? El juez dijo: Sí, te creeré. Y Jesús añadió: Espera un instante, que voy a darte la prueba.
12 Y, esto dicho, Jesús, profundamente indignado, se aproximé al muerto, y clamé a voz: Jonathan, hijo de Beria, yérguete sobre tus pies, abre los ojos, y descubre a quien te precipitó al pozo. Y, en el mismo instante, el muerto se levantó, abrió los ojos, miró a todos los allí presentes, y los reconoció, llamándolos por sus nombres. Sus padres lanzaron un grito y, muy gozosos, lo estrecharon entre sus brazos, y lo cubrieron de besos. Y lo interrogaron, diciéndole: Hijo mío, ¿qué te devolvió a la vida? Y él mostró con el dedo a Jesús, el cual le preguntó: ¿Quién fue el causante de tu pérdida? Y Jonathan repuso: No fuiste tú, señor, sino mi primo Saraka. El fue quien, después de golpearme, me hizo caer al pozo. Entonces Jesús dijo: Oíd todos vosotros cómo el muerto acaba de dar testimonio de mí. Cuando tal vieron, los asistentes al prodigio exclamaron, acometidos de espanto: En verdad este niño es Dios e hijo del Padre, venido a la tierra. Y Jesús dijo: Juez inicuo, ¿crees ahora en mi testimonio y en mi inocencia? ¿Has visto cómo mis actos engañan las miradas, y cuál ha sido mi conducta junto al pozo? Mas el juez, en su confusión, no le respondió palabra.
13 Y el niño continué con vida hasta el atardecer, tiempo bastante para que multitud de personas fuesen a comprobar el milagro hecho por Jesús, a cuyos pies se arrojaban todos, confesando sus pecados. Luego Jesús dijo al muchachito: Ea, duerme ya, y descansa, en espera de que el juez de todos los hombres venga a pautar las recompensas, y a imponer sus justos decretos. Y, cuando Jesús hubo pronunciado estas palabras, el niño recliné su cabeza sobre el leché, y quedó dormido. Ante cuyo espectáculo, todos fueron poseídos de pánico, y temieron a Jesús. Y, cuando éste quiso salir, se pusieron de hinojos ante él, y le suplicaron: ¡Devuelve la vida al muerto! Mas Jesús no consintió en ello, y les dijo: Injustamente, y a pesar de mi inocencia, quisisteis condenarme, mas mi justicia me ha librado de la muerte. Y, después de responderles así, desapareció de sus ojos. Y José, sacado de la prisión, volvió en silencio a su casa, y contó a María los prodigios realiza. dos por su hijo. Y los padres del niño muerto fueron, deshechos en lágrimas, a buscar a Jesús, y, no encontrándolo, rogaron a José: ¿Dónde está tu hijo, para que venga a resucitar a nuestro difunto? Mas José dijo: Lo ignoro.