1 Y un miércoles, día cuarto de la semana, el ángel del Señor apareció a José, en una visión nocturna, y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, y ve al pueblo de Nazareth, donde fijarás tu residencia, y de donde no te alejarás. Construirás allí una casa, y habitarás en ella durante largo tiempo, hasta que Dios, en su bondad, te dé otro aviso. Y, habiendo dicho esto, el ángel lo abandonó. Y, al día siguiente, José se levantó temprano, tomó al niño y a su madre, y fue al pueblo de Nazareth, a la casa en que moraban antes, y en la que permanecieron dieciocho años. Y Jesús tenía doce, cuando llegó a Nazareth, lo que da la suma de treinta años.
2 Y el día segundo de la semana, Jesús salió de Nazareth, y fue a sentarse en un paraje del camino. Y divisó a dos muchachos que avanzaban, y que disputaban entre sí violentamente. Y vinieron a las manos, y se pegaron el uno al otro. Mas, cuando vieron a Jesús, cesaron de pelear, y, aproximándose, se prosternaron ante él. Jesús les ordenó que se sentasen, y lo hicieron así. Y Jesús les preguntó: Niños, ¿de qué proviene tamaña cólera? ¿Qué desacuerdo os divide, para que cambiéis golpes con tal violencia? Uno de los dos, que era el más joven, repuso: Es que no hay aquí juez que nos juzgue en derecho. Jesús dijo: ¿Cómo os llamáis? El más joven respondió: Mi nombre es Malaquías, y el de éste Miqueas. Somos dos hermanos, unidos por sentimientos de familia. Y Jesús objetó: ¿Por qué, pues, os tratáis tan animosa e injuriosamente?
3 Malaquías expuso a Jesús: Ruégote, niño, que escuches lo que decirte quiero. Mi hermano es mayor que yo, que soy su segundón. Y se esfuerza en tratarme inicuamente, lo que no le permito en modo alguno. Pronuncia, por tanto, entre nosotros, un juicio equitativo. Jesús replicó: Explícame en qué consiste el motivo de vuestro disgusto. Miqueas observó: Parece que eres hijo de juez y descendiente de grandes monarcas. Jesús refrendé: Tú lo has dicho. Y Miqueas exclamó: ¡Dios te recompense, a ti y a tus padres, si hoy traes, a mi hermano y a mí, la justicia con la paz!
4 Mas Jesús dijo: ¿Quién me puso por juez o partidor sobre vosotros? Bien comprendo que no queréis someteros a mis mandatos. Los dos hermanos replicaron: No digas eso, ni nos hagas tamaña afrenta. Nos tomas por niños ignorantes. Tenemos, sin embargo, letras, y conocemos la ley divina. Jesús indicó: Ante todo, contraed el compromiso de no engañaros mutuamente, y de hacer lo que yo exija. Y los muchachos clamaron a una: Tomamos por testigo a la ley divina, y juramos sobre sus mandamientos obedecer tus órdenes, como órdenes emanadas de la Puerta Real. Y Jesús repuso: Reveladme la verdad, para que la oiga de vosotros.
5 Y Malaquías dijo: Somos dos hermanos, que quedamos huérfanos de padre y madre. Nuestros progenitores nos dejaron una herencia, y personas extrañas a la familia retienen por usurpación nuestro patrimonio. Y disputamos entre nosotros, porque mi hermano trata de desposeerme injustamente, y yo no me presto a ello. Y Jesús preguntó: Cuando murieron vuestros padres, ¿a quién os confiaron en calidad de tutor o encargado, hasta que alcanzaseis la edad de la razón? Los niños dijeron: Ninguno de los dos se acuerda de nuestros padres. Jesús los interrogó: ¿Por qué, pues, os querelláis el uno con el otro? Y Malaquías contestó: Mi hermano procura perjudicarme, alegando que es el mayor. Mas Jesús repuso: No obréis así. Si queréis escucharme, haced paces, y repartid amistosamente vuestros bienes. Y Miqueas dijo a Jesús: Niño, reconozco que procedes con cordura, al hablarnos de conciliación. Empero cuanto al juicio que pronuncias, es muy distinto, y óyeme lo que decirte quiero. Cuando murieron nuestros padres, yo tenía más edad que mi hermano, que la tenía muy corta aún, y me empleé, con muchos esfuerzos, en reconstituir nuestro patrimonio, que estaba devastado y en el abandono más completo. Yo solo realicé ese trabajo penoso, y mi hermano no sabe nada de ello.
6 Jesús lo hizo observar: Pero es tu hermano, y es un niño. Hasta hoy, lo has sustentado y nutrido por caridad. No le hagas daño ahora. Id, y repartid vuestros bienes con equidad. Guardaos mutuo afecto, y la paz de Dios será con vosotros. Y ellos, obedientes a los deseos de Jesús, se prosternaron ante él. Y, cayendo el uno en los brazos del otro, se besaron, y dijeron a Jesús: Hijo de rey, por cuya mediación se ha restablecido la armonía entre ambos, Dios glorifique tu persona y tu santo nombre por toda la tierra. Te rogamos que nos bendigas. Y Jesús repuso: Id en paz. y que el amor de Dios permanezca en vosotros.
7 Y, luego que Jesús hubo hablado de esta suerte, se prosternaron de nuevo ante él, y se fueron a su casa. Y Jesús regresó a la suya de Nazareth, junto a María. Y su madre, al verlo, le preguntó: ¿Dónde has estado el día entero, sin comprender que ignoro lo que pueda ocurrirte, y que me alarmo por ti, al pensar que andas solo por sitios apartados? Y Jesús respondió: ¿Qué me quieres? ¿No sabes que debo, de aquí en adelante, recorrer la región, y cumplir lo que de mí está escrito? Porque para esto es para lo que he sido enviado. María opuso: Hijo mío, como no eres todavía más que un niño, y no un hombre hecho, temo de continuo que te suceda alguna desgracia. Mas Jesús advirtió: Madre mía, tus pensamientos no son razonables, porque yo sé todas las cosas que han de venir sobre mí. Y María replicó: No te aflijas por lo que te dije, pues muchos fantasmas me obsesionan, e ignoro lo que he de hacer. Y Jesús preguntó: ¿Qué piensas hacer conmigo? Respondió su madre: Eso es lo que me causa pena, porque tu padre y yo hemos cuidado de que aprendieses todas las proflsiones en tu primera infancia, y tú no has hecho nada, ni te has prestado a nada. Y ahora, que eres ya mayorcito, ¿qué quieres hacer, y cómo quieres vivir sobre la tierra?
8 Al oír esto, Jesús se conmovió en su espíritu, y dijo a su madre: Me hablas con extrema inconsideración. ¿No comprendes las señales y los prodigios que he hecho ante ti, y que has visto con tus propios ojos? Y continúas todavía incrédula, a pesar del tiempo que llevo viviendo contigo. Considera todos mis milagros y todas mis obras, y toma paciencia por algún tiempo, hasta verlas cumplidas, puesto que aún no ha venido mi hora, y permanece firmemente fiel. Y, habiendo dicho esto, Jesús salió de la casa con premura.