1 Y de nuevo fue Jesús llevado del Espíritu a la villa de Nazareth. Y circulaba siempre por los Sitios retirados. Y los que lo veían se sorprendían y murmuraban entre sí: Verdaderamente, el niño Jesús, el hijo del viejo, tiene el aire despierto e inteligente. Algunos refrendaban: Cierto es lo que decís. Mas Jesús no se manifestaba a ellos, a causa de su incredulidad.
2 Y sucedió que, aproximándose la gran fiesta, Jesús quiso ir a Jerusalén. Y, en el curso del viaje, se encontró con un viejo canoso que se sostenía sobre dos cayadas, las cuales desplazaba alternativamente, dejándose caer de la una a la otra. Y estaba enfermo de los ojos y de los oídos. Al verlo, Jesús se sorprendió, y le dijo: Bien hallado seas, viejo cargado de años. Y el anciano contestó: Bien hallado seas, niño, hijo único del gran rey, y primogénito del Padre. Y Jesús indicó: Siéntate aquí, reposa un poco, y luego proseguiremos nuestra ruta. El viejo asintió, diciendo: Hijo mío, cumpliré tu orden. Y, cuando se hubieron sentado, Jesús se puso a interrogarlo en estos términos: ¿Cuál es tu nombre, anciano? ¿De qué raza eres? ¿De qué país has venido a éste?
3 Y el viejo contestó: Mi nombre es Baltasar, soy de raza hebraica, y vengo del país de la India. Jesús le preguntó: ¿Qué buscas aquí? Y el viejo expuso: Mi padre era un príncipe noble e iniciado en el arte de la medicina, cuya práctica me enseñó. Pero ahora estoy impotente, y mi intención es ir a Jerusalén, para mendigar, y ganar así mi vida. Jesús le hizo observar: Siendo hijo de médico, ¿cómo no puedes curarte a ti mismo? El viejo repuso: Mientras fui joven, fuerte y robusto, practiqué la medicina. Pero cuando la falta de salud me puso a prueba, perdí todo vigor, y hoy no soy ya capaz de nada. Jesús dijo: ¿Fue durante tu infancia o en tu ancianidad cuando la dolencia se apoderé de ti? Y el viejo repuso: Treinta años tenía, cuando este mal me atacó, y todo mi cuerpo fue presa de un temblor general.
4 Al oír esto, Jesús se sorprendió, y le dijo: ¿Qué especie de tratamiento te aplicas? El viejo contestó: A tal enfermedad, tal remedio. Mas Jesús le preguntó: ¿Sabes resucitar a los muertos, hacer andar a los cojos, purificar a los leprosos, expulsar a los demonios, curar todas las enfermedades, no con remedios, sino por una simple palabra? Al oír esto, el viejo se sorprendió, y dijo, riendo: Me admiras mucho, porque todo eso es una operación prodigiosa e imposible para el hombre. Jesús replicó: ¿Y por qué te admiras? Y el viejo dijo: Porque, siendo todavía un niño, ¿cómo puedes saber todo eso? Jesús contestó: Nadie me lo enseñó, sino que lo sé por mí mismo. Y el viejo concedió: Si es como lo afirmas, de Dios y no de los hombres has recibido ese don. Jesús respondió: Tú lo has dicho. Entonces el viejo murmuré: Paréceme que entiendes el arte de la medicina. Y Jesús declaró, diciendo: Mi Padre posee el poder de hacer todo eso.
5 Y el viejo le dijo: No ha habido nunca discípulo sin instrucción de su maestro, ni hijo sin enseñanza de su padre. Te ruego que uses de caridad conmigo, y el Señor te concederá una vida que largos años dure. Jesús dijo: Bien hablas, mas yo no puedo hacer esto gratuitamente. Dame, pues, una retribución proporcionada a mi trabajo. El viejo indicó: ¿Y qué retribución es la que pides? Jesús dijo: Poca cosa: oro, plata, todo lo que por escrito acordemos bajo contrato. A estas palabras, el viejo rompió a reír. Luego, reflexionando, pensó: ¿Qué hacer? Porque este muchacho se burla pérfidamente de mí. Y, en voz alta, se quejó, diciendo: Niño, ¿por qué te mofas de un viejo como yo? Se da limosna a los pobres, sobre todo a los ancianos, y no se los pone en irrisión. Y Jesús lo hizo observar: Empezaste elogiándome grandemente, y ahora me censuras. El viejo contestó: Es que me has irritado gravemente. Y dijo Jesús: No te encolerices porque, no siendo más que un muchacho, haya querido entablar conversación contigo. Entonces el viejo respondió a Jesús, y dijo: ¿Por qué no me pides una cosa razonable, a fin de sacar provecho de mí? Pues ¿de dónde vendría esa fortuna que me reclamas?
6 Y Jesús replicó: ¿No me has asegurado antes que eras de gran familia, hijo de príncipe y descendiente de una casa real? El viejo otorgó: Y nada falso te aseguré, puesto que poseía una enorme fortuna. Pero, cuando me hirió la enfermedad, todo lo perdí. Y Jesús le preguntó: ¿Qué preferirías: recuperar tus opulentos tesoros, o hallarte en cabal salud? El viejo respondió: Valdríame más ser hijo de un mendigo, pero no estar enfermo. Y Jesús dijo: Si tal es tu deseo, abóname el precio de mi labor. Dijo el viejo: No me atormentes con tan largos discursos. ¿Por qué te obstinas en hostigarme con esas trampas y con esos engaños? Jesús repuso: ¿En qué hablé demasiado? ¿Y qué consejo he recibido de ti? El viejo exclamó: Por amor de Dios, no me exasperes, porque estoy gravemente enfermo. No me enojes. Ten un poco de paciencia. Nada más he de contarte. Pero, por poseer facultades bastantes para socorrerte, me compadezco de ti. El viejo exigió: Enuncia tus prescripciones. Y, respondiendo, Jesús le dijo: Dame una pequeña recompensa por mi trabajo, y te curaré. Y el viejo replicó: Dios te dará abundante recompensa por tu trabajo. Cuanto a mí, tanto me importa morir como seguir con vida. Y Jesús le indicó: Tu curación no es tan difícil como crees. El viejo dijo: Nada poseo más que un pedazo de pan y dos óbolos. Jesús comenté, festivo: ¡He aquí el descendiente de gentes ricas en extremo! Entonces el viejo montó en cólera, y exclamó, llorando: Verdaderamente, ¿he de sufrir todavía a este niño, que ya me ha incomodado en grado sumo? Y Jesús dijo: ¡Viejo, no te enojes! Ten un poco de paciencia, para que tu alma viva.
7 El viejo rezongó: Demasiada paciencia usé contigo, sin encontrar en ti asomos de piedad. Y, como el viejo hubiese dicho esto, siempre entre lágrimas, Jesús le preguntó: ¿Adónde vas? Respondió el viejo: A la ciudad de Jerusalén, para mendigar mi pan. Y, si vienes en pos mío, te daré la mitad de los recursos con que Dios sea servido de gratificarme. Jesús interrogó: ¿A qué Dios sirves? Y el viejo contestó: Al Dios de mis padres. Advirtió Jesús: Ahí está justamente la causa de tu aflicción. Si quieres ser perfecto, abandona la religión de tus padres, a fin de ser salvo en alma y en cuerpo. El viejo dijo: ¿Y cómo podría dar fe a tus palabras? Replicó Jesús: Varias veces me has puesto a prueba, y nada has conseguido. Y, al oír esto, el viejo reflexionó, diciéndose: Mucho temo que este niño no esté jugando insidiosamente conmigo. Mas Jesús le ordenó: Viejo, responde a la cuestión que te he planteado.
8 Y el viejo dijo: Estoy en duda, y no sé qué hacer, ni qué responder a esa cuestión. Me parece que Dios te ha enviado a mí, y que eres el Señor, el que sondea el pensamiento de los hombres. Dame, pues, a conocer lo que me es necesario. Jesús exclamó, solemne: ¿Crees que existe un Dios creador de todas las cosas y su Hijo único y el Espíritu Santo, trinidad y única divinidad? El viejo repuso: Sí, lo creo. Y Jesús extendió la mano sobre el viejo, y dijo: Libre quedas de tu azote, y curado de tu mal. Y, en el mismo instante, la curación fue un hecho. Y el viejo, cayendo a los pies de Jesús, le confesó sus pecados. Y Jesús le dijo: Perdonados te son. Ve en paz, y el Señor sea contigo. El viejo exclamó: Te ruego que me digas cómo te llamas! Y Jesús repuso: ¿Para qué necesitas saber mi nombre? Ve en paz.
9 Y el viejo, inclinándose, se prosternó de nuevo ante Jesús, y se marchó apaciblemente en dirección a Jerusalén. Y, cuando los habitantes de esta ciudad vieron al viejo inmune, le preguntaron: ¿Quién te curó? Y el viejo dijo: Me curó, por una simple palabra, un hijo de médico, que encontré en mi camino. Ellos dijeron: ¿Quién es ese médico? El viejo confesó: No lo sé. Y ellos fueron en su busca, y no lo encontraron, porque Jesús había huido de aquel lugar, y vuelto a Nazareth. Y el viejo publicó por doquiera el milagro que en él se había cumplido.