Adán y Eva participan del primer alimento terrenal.
1 ENTONCES Dios miró a Adán y a su fortaleza mental, a su resistencia al hambre, a la sed y al calor. Y transformó las dos higueras en dos higos, como eran al principio, y luego dijo a Adán y a Eva: «Cada uno de ustedes puede tomar un higo». Y los tomaron, como el Señor les había mandado.
2 Y él les dijo: «Id a la cueva, y comed los higos, y saciad vuestro hambre, para que no muráis».
3 Entonces, como Dios les había ordenado, entraron en la cueva a la hora en que se ponía el sol. Y Adán y Eva se levantaron y oraron a la hora de la puesta del sol.
4 Entonces se sentaron a comer los higos; pero no sabían comerlos; porque no estaban acostumbrados a comer alimentos terrenales. También temían que, si comían, se les cargara el estómago y se les espesara la carne, y les agradara el corazón la comida terrenal.
5 Pero mientras estaban sentados, Dios, compadecido de ellos, les envió su ángel para que no murieran de hambre y de sed.
6 Y el ángel dijo a Adán y Eva: «Dios os dice que no tenéis fuerzas para ayunar hasta la muerte; Comed, pues, y fortaleced vuestro cuerpo; porque ahora sois carne animal, que no puede subsistir sin comida ni bebida».
7 Entonces Adán y Eva tomaron los higos y comenzaron a comerlos. Pero Dios había puesto en ellos una mezcla como de pan sabroso y sangre.
8 Entonces el ángel se alejó de Adán y Eva, quienes comieron higos hasta satisfacer su hambre. Luego guardaron lo que quedó; pero por el poder de Dios, los higos se saciaron como antes, porque Dios los bendijo.
9 Después de esto, Adán y Eva se levantaron y oraron con corazón alegre y fuerzas renovadas, y alabaron y se regocijaron abundantemente durante toda aquella noche. Y así fue el fin del día ochenta y tres.