José ve a Asenat en la ventana.
1 Entonces José entró en casa de Pentefres y se sentó en una silla. Y le lavaron los pies, y pusieron una mesa delante de él aparte, para que José no comiera con los egipcios, ya que esto le era abominación.
2 Y José miró hacia arriba y vio a Asenat asomándose, y le dijo a Pentefres: «¿Quién es esa mujer que está parada en el desván junto a la ventana? Que se vaya de esta casa».
3 Porque José temía, diciendo: «No sea que ella también me moleste». Porque todas las mujeres y las hijas de los príncipes y de los sátrapas de toda la tierra de Egipto lo molestaban para acostarse con él;
4 Pero también muchas mujeres e hijas de los egipcios, todas las que veían a José, se angustiaban a causa de su hermosura;
5 y a los enviados que las mujeres le enviaron con oro, plata y regalos preciosos, José los devolvió con amenazas e insultos, diciendo: «No pecaré ante los ojos del Señor Dios y ante el rostro de mi padre Israel».
6 Porque José tenía a Dios siempre ante sus ojos y siempre recordaba los mandatos de su padre; porque Jacob hablaba muchas veces y amonestaba a su hijo José y a todos sus hijos: «Hijos, guardaos seguros de la mujer extraña, para no tener comunión con ella, porque la comunión con ella es ruina y destrucción».
7 Entonces José dijo: «Dejad que esa mujer se vaya de esta casa».
8 Y Pentefres le dijo: «Señor, esa mujer que has visto parada en el desván no es una extraña, sino que es nuestra hija, una que odia a todos los hombres, y ningún otro hombre la ha visto jamás excepto tú hoy;
9 y si quieres, señor, ella vendrá y te hablará, porque nuestra hija es como tu hermana.
10 Y José se alegró con gran alegría porque Pentefres dijo: «Es una virgen que odia a todos los hombres».
11 Y José dijo a Pentefres y a su esposa: «Si es vuestra hija y es virgen, que venga, porque es mi hermana, y desde hoy la amo como a mi hermana».