1 Y el Señor llamó a uno de los ángeles mayores, terrible y amenazador, y lo puso junto a mí, de apariencia blanca como la nieve, y sus manos como hielo, que parecían una gran escarcha, y me heló la cara, porque No pude soportar el terror del Señor, como no se puede soportar el fuego de una estufa, ni el calor del sol, ni la escarcha del aire.
2 Y el Señor me dijo: «Enoc, si tu rostro no está congelado aquí, ningún hombre podrá contemplar tu rostro».