1 Mientras todavía me decía estas cosas, he aquí dos ángeles, de aspecto ardiente, de mente despiadada y de mirada severa, y arremetían contra miles de almas, azotándolas sin piedad con correas de fuego.
2 El ángel apresó a una de ellas, y a todas las expulsó por la puerta ancha hacia la destrucción.
3 Nosotros también fuimos con los ángeles y entramos por la puerta ancha.
4 y entre las dos puertas había un trono de terrible aspecto, de terrible cristal, resplandeciente como fuego,
5 y sobre él estaba sentado un hombre maravilloso, brillante como el sol, semejante al Hijo de Dios.
6 Delante de él había una mesa como de cristal, toda de oro y lino fino,
7 Y sobre la mesa había un libro de seis codos de espesor y diez codos de ancho.
8 y a derecha e izquierda estaban dos ángeles que tenían papel, tinta y pluma.
9 Ante la mesa estaba sentado un ángel de luz, sosteniendo en su mano una balanza,
10 y a su izquierda estaba sentado un ángel todo fogoso, despiadado y severo, que tenía en su mano una trompeta que tenía en su interior un fuego devorador para probar a los pecadores.
11 El hombre maravilloso que estaba sentado en el trono juzgaba y sentenciaba las almas,
12 Y los dos ángeles de la derecha y de la izquierda escribieron: el de la derecha la justicia y el de la izquierda la maldad.
13 El que estaba sentado a la mesa, que sostenía la balanza, pesaba las almas,
14 y el ángel de fuego que sostenía el fuego probó las almas.
15 Y Abraham preguntó al capitán Miguel: «¿Qué es esto que estamos viendo?» Y el capitán mayor dijo: «Estas cosas que ves, santo Abraham, son el juicio y la recompensa.
16 Y he aquí el ángel que tenía el alma en la mano y la llevó ante el juez.
17 Y el juez dijo a uno de los ángeles que le servían: Ábreme este libro y encuéntrame los pecados de esta alma.
18 Y al abrir el libro, encontró que sus pecados y su justicia estaban igualmente equilibrados, y no se lo dio a los verdugos ni a los que se habían salvado, sino que lo puso en medio.