1 Y Abraham dijo a Miguel: Señor, ¿quién es este juez y quién es el otro que condena los pecados?
2 Entonces Miguel dijo a Abraham: «¿Ves al juez? Este es Abel, el primero en testificar, y Dios lo trajo acá para juzgar,
3 Y el que aquí da testimonio es el maestro del cielo y de la tierra, y escriba de justicia, Enoc,
4 porque el Señor los envió acá para escribir los pecados y las justicias de cada uno.
5 Abraham dijo: «¿Y cómo puede Enoc soportar el peso de las almas, sin haber visto la muerte? ¿O cómo podrá dar sentencia a todas las almas?»
6 Miguel dijo: Si dicta sentencia sobre las almas, no le está permitido; pero el propio Enoc no dicta sentencia,
7 pero es el Señor quien lo hace, y no tiene más que hacer que escribir.
8 Porque Enoc oró al Señor diciendo: No deseo, Señor, dictar sentencia sobre las almas, para no ser gravoso a nadie;
9 y el Señor dijo a Enoc: Te ordenaré que escribas los pecados del alma que hace expiación y entrará en la vida,
10 y si el alma no hace expiación y no se arrepiente, encontrará sus pecados escritos y será arrojada al castigo. Y alrededor de la hora novena, Miguel llevó a Abraham a su casa. Pero Sara su esposa, al no ver lo que había sido de Abraham, se consumió de dolor y entregó el espíritu, y después del regreso de Abraham la encontró muerta y la enterró.