© 2000 David Carrera Ibañez
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Journal de la IUA — Diciembre 2000 | Journal — Diciembre 2000 — Índice | Vosotros decís: «La Revelación de la Quinta Época» |
David Carrera Ibáñez
León, España
Desde luego, esta pregunta se la puede hacer alguien que haya oído hablar de la Fundación o del libro pero que aún no lo conozca. Aquellos que ya hemos leído el libro, ya lo sabemos. Así que la mejor manera de hacer que el lector lo averigüe es ésa, leyéndolo. No obstante, de acuerdo, es muy largo, y quizá no se tiene disponible una traducción al propio idioma, de modo que he escrito esto para ayudar a sacar algo en claro a aquellos que aún no lo han degustado.
Todos creemos en aquello que nos permite encajar mejor las piezas.
Y todos nos hemos cuestionado en algún momento de nuestra vida quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos; cuál es nuestro origen, qué sentido tiene esta vida y cuál es o puede ser nuestro destino.
El ámbito de esta necesidad de respuesta no es ni científico ni cultural. Tampoco es filosófico; de modo que daré por supuesto que está claro para el lector que existe una realidad, y que ésta es comprensible hasta donde nuestra mente — que ya sabemos que es limitada — dé de sí.
La vía que pueda aportar saciedad a esa inquietud es de tipo religioso. Y estamos de acuerdo en que debería existir un manual o al menos una tradición oral válida que nos sirviera.
A muchas personas les sirve de momento lo que las grandes religiones les ofrecen. Si no es la oficial de su país se indaga en otras grandes religiones extranjeras. Algunos de los que se cansan investigando porque ninguna les llena echan una ojeada a alguna religión novedosa —léase secta en general—, y si es cercana mejor. Otros desisten porque desconfían de lo que ven y no ven más salida que desarrollar una teología y un religión personalizadas.
Tanto en un caso como en otro, se entra en una dinámica de invención, no de descubrimiento. Es decir, se buscan y sacan propias conclusiones, se mezclan ideas creadas propias con ideas ajenas las cuales también han sido creadas, se crea una serie de hipótesis sobre la realidad y no descansamos hasta que demos con algo que haga encajar medianamente bien las piezas que ya conocemos de ese puzzle que es la realidad. (Algunas conclusiones provechosas, sacadas de la experiencia propia o ajena y por tanto descubiertas, se corresponden de manera coherente.)
Factores de perspicacia, de sinceridad y de exigencia se mezclan en este proceso nada fácil.
Cuanto más profunda haya sido nuestra observación de la realidad y más profundas nuestras experiencias, más complejas, definidas e ingeniosas deberán ser nuestras hipótesis para que nos puedan satisfacer. Es fácil en estas condiciones llegar a callejones sin salida, y cada uno reporta su dosis de inquietud y ansiedad[1].
Sea cual sea la velocidad de nuestra experiencia vital, nuestras ideas sobre la realidad concordarán con la realidad objetiva con más o menos fortuna.
Uno puede ser más o menos consciente de éste último hecho. Si no se es consciente, se puede caer fácilmente en la soberbia, el fanatismo y la intolerancia. Si se es consciente, y mientras no se disponga de una fuente completa y fidedigna, de algo mejor que nuestro cerebro, se acude a la resignación, y de nuevo se presentan dos casos:
Si me lo permiten, repasaré la idea que he querido transmitir hasta ahora con un enfoque complementario:
El mundo sigue confuso y revuelto. La falta de información básica verdadera y fiel —general y oficial— junto con el deseo del ser humano por saber quién és, y la necesidad, en un determinado momento de existencia, de definirse en algo al respecto, de que su mente le proporcione ideas que encajen, forma un cóctel que favorece la existencia de las sectas, individuales o colectivas. La humanidad ha seguido progresando intelectualmente, y a cada vez más personas les resultan insatisfactorias y pobres las enseñanzas y rituales propios de las anquilosadas grandes religiones institucionalizadas. Y en el plano emotivo, la ausencia de calor social y cultural general también aporta lo suyo para la entrada final del individuo en una secta, puesto que las sectas suelen aprovechar este factor para controlar las voluntades de sus adeptos o sus dineros. La mayor o menor necesidad de ese contacto social será lo que determine que la secta en la que se entre sea individual — sin nombre y sin auto-consciencia de que lo es— o colectiva. Se coge lo que a uno le guste [3] de tal o cual religión, se cogen las ideas propias, las cuales dotarán a la propia filosofía de vida de un componente original, y ya está.
Una secta particular para un pequeño grupo. Un marco de tipo religioso — la negación de todo Dios es otra opción más que alguna secta se puede apuntar que vale a una persona por lo menos. La secta proporciona la sensación de movimiento que nuestro espíritu anclado cree necesitar, proporciona un ambiente afectivo, una comunidad, quizá substituto de la familia que no tuvimos o no nos satisfizo, y hay un por qué para seguir viviendo.
Por tanto, existen sectas por doquier. Y habría muchas más sin la reserva que promueve la información existente sobre el trágico final de las sectas destructivas: Templo del Pueblo, Davidianos, Aum, Templo Solar, Edelweiss, ahora mismo la de Uganda… son referencias conocidas por todos. Si hay suerte, ese movimiento que proporciona la secta no es hacia un precipicio, o sea, que la secta no es destructiva. O mejor dicho, que su respectivo líder no es —o era— un paranoico.
Éste es por tanto el panorama que predomina ante «las nuevas religiones». Y ante tal avalancha de referencias, se busca simplificar. Así, todo lo que huele a religión o espiritualidad se mete en el mismo saco. Por tanto, se decide que todos son sectas. Es lo más cómodo porque es lo más corriente.
He descubierto que aquellas personas que están convencidas de que «todos los grupos que manejen ideas religiosas o espirituales de manera organizada son sectas» también pertenecen a una secta. La secta, sin nombre y sin contactos organizativos oficiales pero con sus enlaces culturales, de «los incrédulos sin remedio». [4]
Cuando mantengo una conversación sobre cuestiones profundas con alguien, a veces aporto con una seguridad inusual algo aparentemente novedoso, con lo que se ven inclinados a preguntarme — «Y eso ¿cómo lo sabes?» Y yo claro, muchas veces no puedo responder sin citar de alguna manera El Libro de Urantia. Invariablemente la siguiente pregunta es:
—«Bueno, pero ese libro ¿quién lo escribió?»— No se puede contestar que lo escribió un grupo de seres humanos. La respuesta que yo doy siempre es — «Bueno, no está escrito por seres humanos pero tampoco por unos extraterrestres cualquiera…» (y me río) «… el universo está lleno de vida y ese libro está escrito por seres intermedios —entre Dios y nosotros— de alta jerarquía» (y me vuelvo a reír. ¿Que por qué me río? Porque soy capaz de imaginarme lo que pasa por sus cabezas).
La duda pues ya está instalada. Puesto que algo así sólo da lugar a dos verdades posibles: O bien es increíble y pasmosamente cierto o bien lo de Urantia se trata de una secta.
Se mezcla en sus cabezas: por una lado la consideración de alguna conclusión —siempre trascendente— de la conversación original, más la referencia increíble a tan misterioso libro, más la posibilidad de que se trate de otra extravagancia mía, todo acompañado de cierta preocupación de si me habré metido en algo oscuro, vaya, que haya sido captado por una secta. Pero ésto último no encaja con lo que sus ojos ven. De todas las versiones que han conocido de mí ésta es la más positiva en todos los sentidos, la más serena y equilibrada. Sus mentes se activan, sus ojos indagan hacia fuera y hacia dentro, detrás del silencio puedo sentir cierta agitación, no simplemente intelectual… Hacia dentro algo se ha desatado, una pieza mental se ha tambaleado. Relacionar unas cosas con otras no solamente es lógico sino también conveniente [5]. Al no lograr ver un sólo ramalazo negativo, no tener ningún presentimiento desagradable, y saber que sigo siendo tan perspicaz y crítico intelectualmente como propenso a la emotividad, la secta es temporalmente descartada.
Lo que voy a decir ahora chocará a más de uno: ante la cantidad de sectas que hay en el mundo, entiendo que Urantia sea considerada candidata a una secta más para los que no conocen el libro, e incluso defiendo que no se descarte la idea como una actitud de precaución por si —encima— se trata de una secta destructiva. (Es decir, mientras uno no haya adquirido suficiente información no solamente sobre el libro sino también sobre las actividades de todo lo que ha nacido a raíz de su conocimiento: Fundación, Asociación Internacional, grupos, etc.)
Pero ¡ojo! También defiendo que tengamos la mente abierta. Es más, exijo a mi interlocutor para poder seguir charlando del tema que no descarte el que no estemos solos, que no descarte tajantemente que existan los ángeles y otros seres y que no descarte que el proceso de revelación se pueda dar. Que no considere imposible que haya muchos tipos de seres allí arriba, que haya también jerarquía o que haya administración.
Pienso que esta barrera es muy importante para los que pretendamos divulgar el libro, importante por lo comúnmente extendida. [6] Muros intelectuales que impiden el acceso al libro por parte de mucha gente normal, muros adquiridos por la influencia de la sociedad, costumbre, cultura y ciencia habituales (no mucho se puede hacer con el posible grado de contribución genética).
Y sin embargo este obstáculo es de fácil destrucción, siempre que se haga uso de la lógica y de la humildad por ambas partes.[7]
La siguiente pregunta suele ser:
— ¿Y por qué se ha divulgado precisamente ahora? ¿Por qué no se hizo antes?
— Todo tiene su momento apropiado. Por una parte la humanidad no siempre ha estado preparada para conocer cualquier tipo de información (ni ahora tampoco, vamos). Por otra parte, la humanidad debería experimentar una evolución interior acorde con su capacidad de manipulación del entorno y de destrucción material. Otra razón que se me ocurre es que en toda la historia de la humanidad, sólo existen leyes eficaces del copyright ‘desde hace poco’. Si se quisiera dar una información importante pero que ésta no se tergiversara, como se ha hecho siempre, ¿no sería lo más lógico que se hiciera ahora?.
Repasando la historia, a algunos nos da la impresión de que la humanidad sufre más ansiedad y confusión ahora que en casi cualquier otro tiempo posterior. ¿No puede ser que la información disponible, herramienta básica para el conocimiento, sencillamente no se ha podido ver [8] incrementada a la par que el progreso material e intelectual que ha experimentado el ser humano en los últimos tiempos? De ser cierto lo que se habla de El Libro de Urantia, ¿no es ciertamente éste el momento adecuado, el momento que requiere la humanidad para que también en religión y espiritualidad dé un gran salto, y no sólo en ciencia?. ¿No va a ser lógico y deseable que los progresos en distintos ámbitos sean coincidentes en el tiempo?
El propio libro explica por qué se ha hecho esta Revelación, por qué hemos sufrido tanta incomunicación con el resto del universo, por qué nuestro mundo es distinto en muchos sentidos.
— Bueno, bueno, no sé— me dicen, cuando lo único que resta es que tengan disponible el libro en español de una vez para que puedan echarle una ojeada.
Creo que algo que contribuirá a que Urantia no sea considerada como «secta oscura»será la poca preocupación hacia actitudes proselitistas por parte de sus seguidores, puesto que el propio libro instruye en la virtud de la paciencia y que las cosas tienen su momento adecuado; por tanto también el conocimiento por parte de nuestros allegados sobre las enseñanzas del libro. Nos limitados a dar a conocer su existencia, pero no insistimos y dejamos que sean las vicisitudes de la propia vida del hermano el que despierte su interés en el momento adecuado.
Además, el hecho de que no seguimos a una persona o grupo de personas determinados, sino un libro, da cierta garantía. Un libro no puede cambiar imprevisiblemente. Una persona —un líder— en cambio puede discurrir de repente por unos derroteros inesperados.
El libro es nuestra conexión fundamental y si la gente quiere saber qué es lo que nos une de especial sólo tiene que leer el libro.
Mi madre es muy católica y tiene 70 años. Cuando sale el tema de Jesús, cada uno hablamos según nuestras fuentes de información, pero pronto Jesús deja de ser el tema principal para pasar a ser las propias fuentes. Dejando aparte que sus fuentes hayan podido ser tergiversadas según los intereses de las clases sacerdotales poderosas de dos mil años —tales sacerdotes fueron seres humanos y por tanto (muy) imperfectos— y ante las insinuaciones de que una revelación así pueda ser posible me limito a obligarla a reconocer, si tan buena católica es, que 1) los «ángeles» existen y saben más que nosotros de muchas cosas; 2) nada es imposible para Dios y un proceso de revelación así podría formar parte de Su Voluntad.[9]
Otro punto llamativo es el aura «extraterrestre» que parece envolver a aquellos que hemos leído el libro. El hecho de estudiar el libro, el hecho de entender de pronto «todo lo que es importante» da una serenidad y un brillo en la mirada que destaca sobre la gente corriente, te miran y no saben bien por qué, no saben bien «qué tienes». Las dos personas que aparecen dando una conferencia en la foto de no recuerdo qué número del Journal «parecen extraterrestres», me dijo un amigo que vió la foto cuando estábamos juntos en una biblioteca. Y quizá está en lo cierto. Pero es que realmente no puede ser de otra manera. ¡Es de tal magnitud la transformación que puede producir el conocimiento del libro a una persona tan espiritualmente hambrienta como intelectualmente inquieta, cuyas inquietudes y necesidad de respuestas sólo hayan dispuesto de lo que una sociedad confusa, a veces indolente, a veces incluso mediocre, siquiera le haya podido ofrecer!.
Es cierto, El Libro de Urantia favorecerá en el ser humano ese halo distinto, contrastado con el halo que promueve el desconcierto general. Nos hemos acostumbrado al aura de los que han logrado adoptar una concepción de la vida satisfactoria sin conocer el libro y poseen el halo del amor, pero a éste otro no. El mérito de quien está muy cerca de Dios sin la información que proporciona El Libro de Urantia es incuestionable. Pero el conocimiento del libro complementa ese aura, y por tanto incluso en esta clase de personas la hace desacostumbrada.
La mirada desorientada de las personas, que se puede percibir simplemente con bajar a la calle, se irá transformando. El mundo irá siendo, en efecto, poco a poco suplantado por una nueva raza de hombres, sabedores — por fin— del papel que juegan en el universo, y sabedores de «qué es lo que llevan dentro». ¿Tal revolución no va a tener también un reflejo en el aspecto exterior?.
Esa diferencia respecto al conocimiento corriente, esta información privilegiada, no será temida ni recelada porque no será ocultada. Será servida con amor, libre e incondicionalmente, y ésta será de nuevo la diferencia respecto a la mecánica de las sectas. El que se ha sumergido en el conocimiento que el El Libro de Urantia brinda no ha visto mermada su voluntad, no se ha vuelto dependiente de algo externo a él, otro resultado distinto. El divulgador del libro expande el libro con sus palabras y con su propia vida, y además, ríe. Ríe sin tener que pedir permiso a nadie, con la boca y con la mirada. Y todos sabemos que la mirada es el espejo del alma.
Creo que la última barrera que debe vencer el lector que por primera vez se enfrenta al libro es el miedo. Según cómo sea su personalidad, sospechará de forma más o menos subconsciente que ese libro le va a cambiar. Y no voy a negarlo ni quiero ocultarlo: es un miedo justificado. Cuando se lee el libro, nunca se vuelve a ser el mismo. Nosotros sabemos que la personalidad en realidad no cambia, pero sí el carácter —el alma en construcción.
Cambias porque el verdadero conocimiento te permite reconstruir tu carácter, gracias a que tu personalidad dispone de unas herramientas más sólidas y de mayor proyección.
Las piezas del puzzle casan ahora mejor, algunas han necesitado un cambio de sitio pero ha merecido la pena.
Tu alma por fin sintoniza con el cosmos.
A esto es lo que se llama «sentirse libre».
Este mismo artículo podría ser interpretado como un ingenioso intento de proselitismo.
Lo único que tengo que decir es: «Mi amigo; de momento, pasa de este artículo, pasa de la revista, pasa de la Fundación… ve directamente al libro! Lee el libro. No tienes que creer en él antes de conocerlo, ni estarás obligado a hacerlo después. Empieza si quieres a leerlo como si sólo fuera una extraña novela. Antes de leerlo, mientras lo lees y cuando hayas acabado de hacerlo, harás lo mismo que has hecho siempre: ‘creer en aquello que hace encajar mejor las piezas…’»
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Por eso personas inteligentes y sensibles que han nacido en mundos confusos y violentos como éste pueden llegar a sufrir lo indecible en alguna etapa de su vida. ↩︎
Habrá un padecimiento oculto detrás de esta postura tajante, pero uno la adopta porque cree que le compensa, al igual que ocurre con otras elecciones sorprendentes que puede tomar nuestra psique. ↩︎
… y convenga … ↩︎
A ciertas personas esta postura les proporciona, además, la sensación psicológica de que nadie esté por encima de nosotros en ese sentido, en el terreno espiritual. ↩︎
Comprendo perfectamente que se considere importante estudiar la fiabilidad del origen de toda información importante. ↩︎
Al menos, esto es muy común en la cultura en la que yo he vivido toda mi vida; España, y dentro de España, el norte interior, donde la gente es especialmente conformista, de ideas fijas, y acérrima a todo lo que pueda significar cierta vanguardia o revolución. La prueba está en el retraso comparativo de la difusión del libro. Lo que sí ha tenido un enorme éxito es la serie bestseller Caballo de Troya del periodista y estudioso de fenómenos paranormales J.J. Benítez, una serie de recreación literaria basada en la IV parte de El Libro de Urantia. A la gente le cuesta menos creer en un viaje en el tiempo a la época de Jesús que en un Proyecto de Revelación por parte de seres superiores. ↩︎
Reconozco que no hay que perder el tiempo ante una posible obstinación soberbia y deliberada de nuestro interlocutor. ↩︎
«no se ha visto», mejor dicho. ↩︎
Mi madre, fastidiada en cierto modo cuando «la arrincono» de esta manera, me llama «el uriantero». (Y yo me río, claro). ↩︎