© 2006 Demetrio Gómez
© 2006 Asociación Urantia de España
Introducción de Demetrio Gómez
«La fe es un regalo de Dios» [LU 143:2.7]. Eso dijo JESÚS DE NAZARET, como una de las múltiples enseñanzas registradas en El Libro de Urantia según la quinta revelación de época.
Para recibir este regalo, es preciso desear recibirlo. ¿Quieres tú obtener este regalo?
Tener fe viene después de la creencia, uno debe creer en algo o en alguien, luego informarse si lo que se dice es verdad, y entonces contrastar esta verdad con los hechos y los acontecimientos. Reflexionar acerca de las fuentes de procedencia, visualizar la información y valorar. Si lo que nos dicen coincide con la realidad de los hechos o la evidencia es tal que no caben dudas, entonces podemos confiar en que estamos viendo el camino.
Merece la pena, no sólo el regalo de la fe, sino lo que se pueda conseguir precisamente por haber aceptado el regalo de una fe viva y activa, motivadora del deseo ferviente de amar a Dios, reconocerle como nuestro Padre, hacer su voluntad, amando a nuestros semejantes; aceptando el Plan Universal que se ofrece a quienes decidan seguir viviendo durante toda la eternidad, hasta alcanzar la Meta, aunque esto nos cueste «un billón de años, o más» para adquirir la suficiente experiencia de llegar a ser parecidos espiritualmente a Él como finalistas hijos de Dios, y llegar a estar cerca de ÉL en el Paraíso.
Los astrónomos, para ver las lejanas estrellas del cosmos, utilizan potentes y costosos telescopios, como el de Monte Palomar o el moderno HUBBLE. Sin este valioso instrumento sólo podrían ver las estrellas como puntos luminosos flotando en la bóveda celeste. Esto, por supuesto, se debe a la limitada visión de los ojos materiales de los seres humanos finitos. Así que, si quieren ver más, necesitan ampliar su capacidad visual.
Pero los seres dotados de personalidad finita, esto es, las personas, pueden visualizar realidades que no se contemplan con instrumentos mecánicos, porque están dotados de ojos espirituales: los ojos de la fe, y para ampliar su capacidad de visión espiritual necesitan instrumentos de revelación espiritual. Los libros sagrados de las épocas anteriores dieron una revelación gradual según la evolución de la época.
La búsqueda de soluciones espirituales es un sentimiento de necesidad que nace en el interior del alma humana que se preocupa de hacer lo que es correcto a los ojos de Dios.
El Libro de Urantia es el instrumento que amplía y eleva nuestra capacidad de comprensión espiritual, da soluciones a muchos enigmas del tiempo y del espacio, nos da guías, reglas para la vida, esto es, nos revela conocimientos que nunca antes se dieron, y clarifica conceptos elevados de manera que expande nuestra capacidad de comprensión y la sublima.
El Libro de Urantia habla extensamente de JESUCRISTO, el Hijo del Hombre y el Hijo de Dios. Aprendemos que su espíritu, el Espíritu de la Verdad, se ha derramado sobre la humanidad y que vive con nosotros, si le aceptamos como nuestro Salvador.
Pero hacer lo correcto no siempre es fácil, debido a la multitud de situaciones con las que nos enfrentamos día a día. Por este motivo necesitamos ayuda, a no ser que nos creamos tan autosuficientes que pensemos que no la necesitamos.
Dado que somos seres finitos, yo diría participantes en la carrera de la ascensión que nos aguarda, y que además vivimos en un planeta primitivo y atrasado espiritualmente, no podemos pasar sin las ayudas que los Dioses ponen a nuestra disposición.
Los Elohim (Dioses), durante la evolución de la humanidad, han enviado maestros a lo largo de las distintas eras de la vida para que los humanos no nos encontremos solos. El mayor de los instructores fue un ser divino que se otorgó para la humanidad de la Tierra como el Hijo del Hombre, siendo como era Hijo de Dios. Fue uno más entre nosotros. Vivió su experiencia de la vida a semejanza de los mortales, revelando el amor, la paternidad de Dios y la Hermandad de todos los hombres.
Jesús de Nazaret vivió haciendo la voluntad de su Padre y nuestro Padre del Cielo, enseñando que cuanto más conoce uno a su vecino, más fácil será ayudarlo, perdonarlo y aún amarlo.
Para ayudar más a sus discípulos, no sólo les dio consejos, parábolas, normas; les dio LA REGLA DE ORO (la regla de la vida), que dice:
«HACED A LOS DEMÁS LO QUE DESEÁIS QUE ELLOS HAGAN POR VOSOTROS».
Explicó y expandió los distintos niveles de significado referidos a la interpretación que podría darse a una regla aparentemente simple. Eso es lo que a primera vista sucede con sus múltiples enseñanzas. Son simples, pero no nos engañemos, al igual que en la REGLA DE ORO, siempre se esconde un trasfondo espiritual más profundo y extenso.
Cuando la REGLA DE ORO se interpreta a la ligera, desposeída de la suficiente perspicacia y sin el apoyo del ESPÍRITU DE LA VERDAD, es sólo una regla de comportamiento ético.
Y, cuando se la interpreta literalmente sin más, puede convertirse en un instrumento muy ofensivo para nuestros semejantes. Sin discernimiento espiritual, sin aplicar las reglas de la sabiduría, se puede llegar a conclusiones erróneas o exageradas, digamos poco acertadas.
Como en el caso de Natanael, cuando en una reunión con Jesús y los demás apóstoles, tomando la palabra, preguntó: Maestro, nos has enseñado la visión positiva de la antigua regla de la vida, indicándonos que deberíamos hacer a los demás lo que deseamos que nos hagan a nosotros, no discierno plenamente cómo podremos obrar siempre de acuerdo con este mandato. (LU 147:4.1) Natanael pícaramente hizo una observación que distaba mucho de haber interpretado aceptablemente el verdadero significado de la REGLA DE ORO.
Natanael hizo la siguiente observación: si un hombre mira lascivamente a su futura compañera de pecado, ¿cómo podríamos enseñar a ese hombre malintencionado la aplicación de la regla ‘hacer a los demás lo que quisiera que le hicieran a él’?
El MAESTRO, poniéndose en pie, señalándole con el dedo le dijo: «Natanael, Natanael, ¿qué tipo de pensamientos mantienes en tu corąón? ¿No recibes mi enseñanæa como alguien nacido del espiritu? ¿No escucháis la verdad como hombres de sabiduría y comprensión espiritual? Cuando os recomendé que hicierais a los demás lo que quisierais que hicieran por vosotros me dirigia a hombres con ideales elevados, y no a unos que sentian tentación de tergiversar mi enseñaña convirtiéndola en una licencia para estimular las malas acciones».
Imaginad a Natanael y a los demás ante el rapapolvo…Natanael enseguida replicó: «Pero Maestro, no pensarás que apruebo semejante interpretación de tu enseñanza…Esperaba que nos darías enseñanza adicional sobre estas cuestiones».
«Natanael, sé bien que tu mente no aprueba ninguna maldad de este tipo», dijo Jesús una vez Natanael se hubo sentado.
Jesús explicó que, cuando la REGLA DE ORO está desprovista de la supremacía del Espíritu de la Verdad, no es más que una regla rutinaria de conducta ética, y cuando se aplica literalmente, al pie de la letra, puede convertirse en algo muy ofensivo para nuestros semejantes.
De modo que esta interpretación, respondiendo a la observación de Natanael, sería puramente egoísta, lasciva y ofensiva. Éste sería el nivel de la carne.
Porque, si esperamos que todos los hombres nos digan todo lo que piensan de nosotros, nosotros después deberíamos responder todo lo que pensamos de nuestros semejantes, defectos incluidos…y ya la tenemos organizada.
Un nivel por encima de la carne está el nivel de los sentimientos. Este nivel implica que la compasión y la piedad realzan nuestra comprensión de esta regla de la vida.
Otros interpretan estas relaciones humanas como una satisfacción emocional de los tiernos sentimientos afectivos de la persona.
En el nivel de la mente entran en acción la razón de la mente y la inteligencia de la experiencia. Esta regla debería ser interpretada en consonancia con los ideales más elevados, incorporados en la nobleza de un profundo respeto de sí mismo.
Unos ven esta REGLA DE ORO como una vara de medir todas las relaciones de conducta social. Otros, como un mandamiento positivo de un GRAN MAESTRO que incluyó este mandamiento en un concepto elevado de obligación moral. Para este tipo de personas, la regla de la vida se convierte en el centro de toda su filosofía.
En el nivel del amor fraterno, un nivel más elevado, se descubre el nivel de la dedicación sagrada y desinteresada por el bienestar de nuestros semejantes. En este plano más elevado de servicio social entusiasta, que nace de la conciencia de la paternidad de Dios y del reconocimiento de la fraternidad de los seres humanos, descubrimos una interpretación nueva de esta regla de la vida que es fundamental.
El quinto nivel es el nivel moral. Cuando se alcanzan verdaderos niveles filosóficos de interpretación, cuando se tiene una clara comprensión de lo que significa hacer el bien o practicar el mal, y se sabe definir correctamente los conceptos de cómo una tercera persona de pensamientos elevados, idealista, sabia e imparcial interpretaría esta REGLA DE ORO, pero aplicada a nuestros problemas personales, es entonces cuando podemos decir que estamos aplicando la regla de la vida en su nivel moral.
«En último lugar alcanzamos el nivel espiritual. El nivel de la perspicacia del espiritu y de la interpretación espiritual, el nivel más elevado de todos, que nos impulsa a reconocer en esta regla de la vida, el mandamiento divino de tratar a los demás como concebimos que Dios los trataría. Éste es el ideal de las relaciones humanas. Y ésta es vuestra actitud ante todos estos problemas cuando vuestro deseo supremo es hacer siempre la voluntad del Padre. Quisiera que hicierais a todos los Hombres lo que sabéis que yo haría por ellos en circunstancias semejantes.» [LU 147:4.9]
No siempre es fácil aplicar la REGLA DE ORO. Alguno dirá que es más fácil decirlo que hacerlo porque, desposeída de la elevada aplicación del Espíritu de la Verdad, no es más que una regla de comportamiento ético. Algo para quedar bien ante los demás, «para que no digan».
Además, hasta pudiera ser un instrumento de engaño al ser mal interpretada, dado que vivimos en una sociedad marcada por la confusión, el engaño y la corrupción.
Los practicantes de la REGLA DE ORO pudieran ser explotados o manipulados por aquellos que interpretan esta preciosa regla de la vida con el nivel del egoísmo o con niveles inferiores de lo que el Gran Maestro recomendó. Por lo tanto los practicantes de la REGLA DE ORO debemos aprender a defender nuestros ideales y aplicar la regla de manera creativa, de forma que logremos el mejor bien para nuestros semejantes.
Cuando las personas que sinceramente buscan a Dios captan el elevado significado de la enseñanza dada por Jesús de Nazaret, percibiendo su valor se sienten verdaderamente satisfechos, gozosos y felices.
Ahora tienen una visión amplificada de cómo andar por la vida «haciendo el bien sin mirar a quién» a la manera que Jesús el Mesías aprueba, ahora tienen la certeza de pertenecer a un universo amistoso y su realidad espiritual se satisface cuando aman a sus semejantes como el Maestro enseñó.
Cuando Juan pidió a Jesús que atendiera a la multitud de enfermos en la fuente de Betesda en Jerusalén, a pesar de que no era lo previsto durante el intermedio de este viaje, el Maestro, dando ejemplo, aplicó la regla de la vida según su costumbre, pero sin intención de hacer milagros prodigiosos. Sencillamente dirigió unas palabras de consuelo a aquellas gentes tan necesitadas de que alguien las consolara en sus aflicciones, diciéndoles:
«Muchos de vosotros estáis aquí, enfermos y afligidos, porque habéis vivido muchos años en el camino equivocado. Algunos sufren por los accidentes del tiempo, otros a consecuencia de los errores de sus antepasados, mientras que algunos de vosotros lucháis contra los obstáculos de las condiciones imperfectas de vuestra existencia temporal. Pero mi Padre trabaja, y yo quisiera trabajar, para mejorar vuestra condición en la tierra… En verdad, en verdad os lo digo: Aquel que escucha el evangelio del reino y cree en esta enseñanza de la filiación con Dios, posee la vida eterna; esos creyentes pasan ya del juicio y de la muerte a la luz y a la vida.» [LU 147:3.3]
Muchos de los que escuchaban se sintieron tan revitalizados espiritualmente que salieron proclamando que habían sido curados de sus dolencias físicas. Uno de ellos, que estaba postrado en un lecho más de treinta y ocho años debido a una fuerte depresión, se levantó, tomó el lecho en la mano y se marchó curado. El pobre hombre durante muchos años había esperado a que alguien le ayudara.
Pienso que, al igual que la regla de la vida, la fe puede interpretarse según el nivel o cantidad de fe adquirida. La fe puede ser poca, desde el nivel de la simple creencia, o mucha, según la fe de Jesús. De la una a la otra existen muchos grados; los apóstoles en cierta ocasión mostraron poca fe, el maestro les dijo que eran hombres de poca fe.
El centurión romano Mangús, capitán de la guardia romana estacionada en Cafarnaún, mostró tanta fe al creer en el poder del Hijo del Hombre, que hacía innecesaria su presencia. Bastaba con que Jesús diera la orden de sanar al enfermo y éste se curaría. Tanto es así, que el Divino Maestro se sorprendió de ver tanta confianza, tanta fe. Jesús exclamó: «Me maravilla la creencia de este gentil. En verdad, en verdad os digo que no be encontrado una fe tan grande, no, ni siquiera en Israel.» (LU 147:1.3)
Después, cuando los amigos del centurión fueron a contarle lo que Jesús había dicho, el servidor del centurión comenzó a mejorar y al poco tiempo recuperó su salud y utilidad normal.
Más adelante, cuando Jesús fue invitado a comer por Simón, un fariseo influyente de Jerusalén, mientras comían una mujer de mala reputación, que se había vuelto creyente, entró en la sala donde comían y, con un frasco de perfume, mojó los pies de Jesús y los ungió al mismo tiempo que lloraba y mojaba los pies del Maestro, secándolos con sus cabellos. El fariseo criticaba el hecho diciendo: «Si este hombre fuera un profeta, hubiera percibido quién lo está tocando así y de qué tipo de mujer se trata; de una pecadora de mala fama.» (LU 147:5.4)
Jesús dio una lección de cómo se debe aplicar la regla de vida de manera apropiada. Primero, no reprende de manera violenta la actitud de Simón. Le hace una pregunta con un ejemplo para que reflexione. Le dice: «Un rico prestamista tenía dos deudores. Uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Entonces, como ninguno de ellos tenia con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. Según tú, Simón, ¿cuál de ellos lo amará más?» Simón contestó: «Supongo que aquel a quien más le perdonó.». De esta manera, una vez que Simón está preparado para el correctivo, Jesús le recuerda que no le ha tratado debidamente como era la costumbre con invitados honorables. No le lavó los pies ni le recibió con un beso amistoso, no le ungió con aceite. En cambio la mujer pecadora ungió los pies de Jesús con perfumes costosos. «¿Cuál es el significado de todo esto? Simplemente que sus numerosos pecados le han sido perdonados». El Maestro le dijo a la mujer: «En verdad te has arrepentido de tus pecados, y están perdonados… Mujer, vete en paz; tu fe te ha salvado.» (LU 147:5.4)
A Simón, que cuchicheaba con sus amigos diciendo: «¿Quién es este hombre que se atreve incluso a perdonar los pecados?», el Maestro le dijo: «Conozco tu corazón, Simón. Sé cómo estás desgarrado entre la fe y la duda, cómo estás desconcertado por el miedo y confundido por el orgullo; pero ruego por ti, para que…puedas experimentar… esas poderosas transformaciones de mente y de espiritu comparables a los cambios enormes que el evangelio del reino ya ha producido en el corazón de tu visitante no invitada… Os declaro a todos que el Padre ha abierto las puertas del reino celestial a todos los que tienen la fe necesaria para entrar, y ningún hombre o asociación de hombres podrán cerrar esas puertas». Después de esto Jesús, Pedro, Santiago y Juan se despidieron de Simón y se marcharon al campamento del jardín de Getsemaní. (LU 147:5.6)
Aquella misma noche, Jesús dio a los apóstoles el inolvidable discurso sobre el valor relativo del estado personal ante Dios y del progreso en la ascensión eterna hacia el Paraíso.
Jesús veía normal que al principio algunos progresasen lentamente. Puede haber muchos motivos para ello, ya que no todos tienen las mismas capacidades ni las circunstancias son para todo el mundo igual. Lo importante no es la rapidez sino la certidumbre de que se está progresando. Como decía el Maestro: «Vuestros logros actuales no son tan importantes como el hecho de que la dirección de vuestro progreso es hacia Dios.» (LU 147:5.7)
La mujer que ungió los pies del Mesías empezó con seriedad y sin reservas la larga y extraordinaria búsqueda de Dios; su caminar firme y resuelto no estaba bloqueado por el orgullo espiritual, como sucedía con los fariseos tradicionalistas, más ocupados por el formalismo de los rituales y de las apariencias sin sentido.
El Maestro dijo a sus apóstoles y discípulos: «Algunos de vosotros pueden no encontrarse en unos niveles realmente elevados de alma y de espiritu, pero estáis efectuando progresos diarios hacia Dios en el camino viviente que vuestra fe ha abierto… Es mucho mejor tener una fe limitada, pero viva y creciente, que poseer un gran intelecto con sus depósitos muertos de sabiduría mundana y de incredulidad espiritual.» (LU 147:5.8)
Jesús asistió a muchas reuniones y banquetes con los grandes y con los humildes, con los ricos y con los pobres de Jerusalén, antes de regresar a Cafarnaún. Y como era su costumbre: enseñando, confortando, cuidando enfermos, perdonando a los pecadores. En suma, aplicando la regla de oro por donde quiera que iba. Repartiendo alegría, con la dulzura que le caracterizaba. Sin prisa. Porque «la dulzura es el aroma de la amistad, que brota de un alma saturada de amor». (LU 171:7.1) Haciendo el bien por donde pasaba porque estaba lleno de belleza y bondad. Él fue, es y será por siempre el camino al Padre del cielo, la auténtica verdad y el pan de la vida eterna. «¿SIGÁMOSLE!»
La regla de oro tiene una interpretación más profunda que la que suele considerarse habitualmente: la de tratar a los demás como padre/madre, no como hermanos. Por esta razón es tan imprescindible vivir la experiencia de ser padre/madre.
Cuando nacemos llevamos con nosotros una información genética y cultural. Según los medios de que disponemos tenemos una responsabilidad respecto a nuestro progreso intelectual, material y espiritual: tenemos una cantidad determinada de talentos. Aquello que compartimos, crecerá. Lo que no compartimos se queda estancado.
En cuanto a la genética, es probable que sea la responsable de muchos de los lastres físicos y psíquicos. Por ello es importante cuidarla. De todas formas, no estamos completamente determinados por ella: es posible prevenir y sublimar las tendencias defectuosas. A través de la conciencia se pueden transmutar muchas cosas, se puede corregir incluso la genética de nuestra descendencia.
Un ambiente favorable en la infancia es decisivo para aprender a vivir según la regla de oro. Hay que enseñar a los niños pautas de comportamiento.
Es posible que busquemos culpables de nuestros defectos y de nuestras carencias en la genética, que está hoy en día tan de moda. Como el demonio ya está trasnochado, buscamos otro culpable en el genoma. Una vez más, debido a nuestra indolencia y a la pereza, que nos hacen buscar excusas para no emprender nuestra mejora espiritual.
Hay muchos seres humanos que se pasan la vida convencidos de que lo que hacen está bien, cuando no es así. Nosotros, como lectores del Libro, tenemos responsabilidades mucho mayores que aquellos que no lo conocen, pues no podemos alegar desconocimiento sobre qué es lo correcto, qué debemos hacer para crecer espiritualmente. Sabemos, además, que tenemos todo lo necesario para comenzar esta tarea.
En el renacer espiritual, hay quien tiene menos dificultades que otros. Hay quien obra bien de forma natural y quien necesita más esfuerzos para hacerlo.
Hoy día la religiosidad no está de moda, y tampoco el autocontrol y la disciplina, porque está considerado como auto represión. Pero no debemos olvidar que la religiosidad es la única base firme para la moral; es la única base que hace que la moral no se derrumbe al menor contratiempo.
El cambio debe empezar en nosotros para extenderse a la sociedad. No hay que caer en la desesperación, sino intentar ser positivos, actuar positivamente, dejarlo todo en manos del Padre, intentar elevarnos por encima de los problemas, como enseñó Jesús a sus discípulos.