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Orvonton y la Vía Láctea (segunda parte) | Luz y Vida — Núm. 7 — Diciembre 2006 — Índice | La aventura de vivir |
¡En el nombre de Dios, el Compasivo, el Misericordioso! Alabado sea Dios, señor de los Universos.
Cada vez que empiezo algo, sea lo que sea, trato siempre de decir esta oración sintiéndola. Me la recomendó un hermano musulmán, pues según la tradición trae mucha «baraka», es decir, suerte (que salgan las cosas bien).
También, según la tradición musulmana (los que someten a Dios), aquel mortal que llegue a conocer el centésimo nombre de Dios será inmortal. Este nombre es EL REAL. «Conocer» en el sentido es equivalente a realizar, unirse, hacerse uno con el concepto o la persona. Cuando nosotros llegamos a fusionarnos con nuestro Ajustador del Pensamiento hemos realizado esto, es decir, hemos logrado hacer la realidad de Dios en nosotros mismos y, en consecuencia, dejamos Urantia sin morir y vamos directamente al Paraíso, sin pasar por los mundos de estancia ni esperar la resurrección de la carne. El profeta Mahoma (la gloria de Dios sea sobre Él) da una descripción de los siete cielos que circunscriben a Dios, es una visión de los mundos de estancia, pero hay que tener presente que no llega a aceptar en su mente el amor infinito de Dios por sus criaturas y, por lo tanto, no puede comprender el concepto de Hijo de Dios. Sabe que Dios es el Infinitamente compasivo y el Infinitamente misericordioso, pero no llega a la realización del Amor Divino.
Siguiendo con las enseñanzas del Corán (soy cristiano, pero afirmo con los hermanos musulmanes que el Santo Corán es perfecto y que es enteramente revelado), otra de las prácticas coránicas que abren la comunicación con el Ajustador del Pensamiento está en la surah 24 (La Luz), aleya 35: «DIOS es la LUZ», y es una de las claves místicas que nos hacen amigos de Dios. Dice lo siguiente:
Dios es la Luz de los cielos y de la tierra. Su Luz es comparable a una hornacina en la que hay un pabilo encendido. El pabilo está en un recipiente de vidrio, que es como si fuera una estrella fulgurante. Se enciende de un árbol bendito, un olivo, que no es de oriente ni de occidente y cuyo aceite casi alumbra aún sin haber sido tocado por el fuego. ¡Luz sobre Luz! Dios dirige a su Luz a quien él quiere. Dios propone parábolas a los hombres. Dios es omnisciente.
No está completa, pero yo me quedé con esto pues para los musulmanes es una acción supererogatoria, esto es, que te vuelven amigo de Dios. En aquella época trabajaba mucho tiempo sentado en una mesa, me hice de una hornacina de cristal y empleé aceite de oliva. La encendí en mi mesa de trabajo. Cada vez que levantaba la vista de mi trabajo, mis ojos se iban a la hornacina, al recuerdo de Dios. Al cabo de un tiempo este simple hecho me empezó a reportar una alegría que fue creciendo hasta encenderme el corazón. Agradecía al Padre mi trabajo, mi capacidad de hacerlo casi perfecto pues, como nada de lo que yo poseo es mío (inteligencia, voluntad, conocimiento, energía), todo absolutamente todo lo que hacía posible mi trabajo procede de Él, mi agradecimiento iba constantemente en aumento. Con práctica se os queda en la frente (visión interior) esa estrella fulgurante, se llega a ser casi constantemente consciente de su presencia, y eso os permite incluso hacer meditación dinámica, es decir, podéis realizar determinadas tareas mientras estáis realmente en contemplación divina.
Por último, he meditado durante años el siguiente pensamiento:
«YO SOY la LUZ que ilumina a todo hombre que viene al mundo», junto con «YO SOY la puerta abierta que ningún hombre puede cerrar».
Lo único que nos pide el MAESTRO, como bien sabéis, es:
«Amad a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a vosotros mismos».
Ahora bien, ¿cómo podemos amar a Dios, al que por nuestros sentidos no conocemos, si no somos capaces de amar a nuestro prójimo, al que sí conocemos?
Jesús vuelve a darnos la clave: «Sed perfectos, como Vuestro Padre que está en los cielos lo es». ¿Cómo nos sugiere que logremos esto? Pues, entiendo humildemente que tratando de hacer perfectamente todas nuestras actividades, desde las más prosaicas hasta las más sublimes.
Pero desmenucemos esto un poco. Ahora podemos recurrir al LU, que nos dice más o menos lo siguiente:
El hombre mortal, que logra vencer su naturaleza animal, automáticamente realiza el tercer círculo (el correspondiente a la Ministra Divina; yo lo entiendo más fácil si lo llamo Madre Terrenal). Pero, ¿cómo se logra esto? Pienso que tendremos que investigar qué es realmente el AMOR. ¿Cómo podremos abordar este concepto? Sabemos que Dios es el AMOR ABSOLUTO e INFINITO.
Si ponemos nuestra atención en la naturaleza que nos rodea, tenemos ya una aproximación bastante buena de ese Amor de Dios, traducido en la organización de la Vida, vegetal o animal. Lo ha previsto todo, ha realizado todo, para que la vida se perpetúe y se perfeccione. Aquí encuentro un ejemplo acerca de cómo está al alcance de nuestros sentidos el Amor de Dios.
Si me fijo en mi propio cuerpo, de entrada no sé cómo está hecho, no sé cómo funciona, ni para mover un dedo soy capaz de saber cómo se logra ese movimiento. Cuáles son los músculos que intervienen, qué estímulos eléctricos hacen posible el movimiento de los músculos que participan, por qué canales nerviosos se transmiten o en qué parte de mi cerebro surge el impulso…Lo que sí tengo claro es que mi Padre me ha dado un pequeño universo para que experimente; ese universo es mi propio cuerpo. No lo he creado, no soy capaz de crearme otro igual, soy incapaz de dirigirlo voluntariamente. Sólo tengo que pensar en que tengo que mover un dedo, por ejemplo, y el dedo se mueve…
Luego acepto que mi cuerpo es un pequeño universo, comparable a cualquier universo del cosmos y, si eso ha pasado conmigo, igual con cualquier ser vivo, y por extensión llego a admirar, respetar y amar la naturaleza y a todas sus criaturas…
En cuanto a mí, admiro, respeto y empiezo a amar a ese Ser Creador que me ha dado la vida. ¿Qué herramientas he empleado para llegar hasta aquí? La observación, la concentración y la meditación. Por eso comienzo mi comunicación con la oración arriba mencionada, y cualquier cosa que haga la he meditado muchas veces, hasta lograr llenar mi corazón de agradecimiento, alegría y amor a Dios.
El siguiente paso, el amor físico, es aparentemente una expresión animal (instintiva) para la perpetuación de la especie, degradante para algunos…Pero la primera vez que besé a una mujer sentí tal alegría y tal plenitud, que dejé de confesarme (tenía 19 años, era católico practicante y casi de comunión diaria). Me negué en rotundo a aceptar las tesis de Roma, pensé honestamente que tenía mucho de divino; prácticamente me volví ateo. También tuve la suerte de que mis padres eran una de esas parejas que están hechas el uno para el otro en todos los niveles. Con el paso del tiempo llegué a darme cuenta de que ese amor entre un hombre y una mujer no es solamente para engendrar vida, sino la clave para hacer posible una familia armónica y estable.
Sigo maravillándome por cómo Dios prevé las cosas, el desarrollo de sus criaturas mortales…Seguí meditando en el amor, Dios es amor y da todo por el placer de dar. Sin esperar nada a cambio. Una vez leí que lo más parecido que existe en la Tierra al Amor de Dios es el amor de una madre por sus hijos. Me negué a ver a las mujeres como objetos de placer; mi concepto sobre la mujer fue transformándose. Me proponía, con toda mujer que me cruzaba, encontrar lo que tenía de bonito, tuviera la edad que tuviera y fuese como fuese. Esto lo he hecho durante años. Con el tiempo logré dejé de desearlas a priori, llegué al concepto de «mujer-flor»: las veía, disfrutando de lo que tuvieran de bello, y deseándoles lo mejor a ellas y al hombre que tuviera la fortuna de amarlas…
En cuanto a mi propia esposa, apliqué el concepto de perfección del amor: dar todo y renunciar a mi propio placer. Por supuesto que fue gradual, pero lo conseguí. De esta forma se vence la naturaleza animal del Hombre y se llega a la realización del tercer círculo. Medité mucho sobre el Principio que encarnaba la mujer…Un día me di cuenta de que toda mujer es digna de respeto, ternura y amor, porque es el modelo terrenal de la Ministra Divina, el Espíritu Santo o la Madre terrenal. Siempre que os unáis a vuestras mujeres, considerad antes ese principio, y tratad de aplicar el concepto de Amor Divino en vuestra relación con ella. Ésta es la forma más fácil y potente que conozco para aproximarme al Espíritu Santo. De aquí, tratad de meditar este pensamiento: «Todos son mis hijos», y realizadlo en vuestra actuación.
Algunos me podréis decir que con esto se extingue la vida humana. Me queda la otra parte. Tratad que vuestros hijos no sean una consecuencia de la excitación animal sino del Principio de Vida, es decir, que sean hechos como consecuencia del amor que une a la pareja. Sabéis que en todo amor humano hay una componente divina y, en consecuencia, reconocéis que en ese acto de unión os convertís los dos conscientemente en cocreadores con Dios.
El siguiente objetivo para acercarse a nuestro Ajustador del Pensamiento es el logro del segundo círculo, el círculo del Hijo. Pensad que en esta situación contamos con los dos guardianes seráficos del destino (donación del Espíritu Santo), [Os sugiero que enfoquéis vuestro sentimiento de amor sobre ellos. Os sorprenderéis por los resultados], el Espíritu de la Verdad (donación del Hijo Creador) y nuestro Ajustador del Pensamiento. ¿Cómo se logra el segundo círculo? Jesús dio la clave a Pedro:
«¿Cuántas veces he de perdonar a mi hermano, Maestro? ¿Hasta siete veces?». «No, Pedro, hasta setenta veces más siete, y hasta que veas realizarse ante ti el Reino de los cielos».
¿Cómo se puede perdonar a los que nos ofenden? Es realmente fácil si reconocemos que la magna presencia de Dios está en ellos.
No expongo esto porque me crea alguien especial. Al contrario, tengo muy claro que el más grande en la familia de Dios es el que mejor sirve y desde luego delante de mí hay muchos. Pero hace tiempo, mientras recorría el Camino de Santiago, me vino a la mente la siguiente pregunta:
¿Qué peregrino es mejor, el que sale de Roncesvalles, al inicio del camino, o el que llega a Santiago? La respuesta es que los dos son iguales; es sólo una cuestión temporal lo que los diferencia.
Os comento también que mi maestro me encareció que para lograr el acercamiento a Dios utilizara el Corán, y era auténticamente cristiano. Pero realmente sabía lo que hacía.
Me despido con el saludo de mi orden:
Nada para mí, Señor, nada para mí. Todo sea por la gloria de tu nombre.
La Paz de Dios sea con vosotros.
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