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«La meta de la autorrealización humana debería ser espiritual, no material. Las únicas realidades por las que vale la pena luchar son divinas, espirituales y eternas». (LU 100:2.6)
Entonces, ¿cuáles son estas realidades divinas, espirituales y eternas que deberíamos estar persiguiendo? De los Documentos aprendemos que:
«Estas personas nacidas del espíritu tienen tales motivaciones nuevas en la vida que pueden mantenerse tranquilamente al margen mientras perecen sus ambiciones más queridas y se derrumban sus esperanzas más profundas; saben positivamente que estas catástrofes no son más que cataclismos rectificadores que destruyen nuestras creaciones temporales, preludiando la construcción de las realidades más nobles y duraderas de un nivel nuevo y más sublime de consecución universal». (LU 100:2.8)
Esencialmente, nuestra realidad es proporcional a nuestra abnegación, nuestra sintonía con las fuerzas espirituales internas y el grado en que dedicamos nuestra vida mortal al progreso espiritual de nuestros semejantes.
Además, esa misma realidad es inversamente proporcional al grado de nuestros deseos mundanos, nuestro anhelo de reconocimiento, fama o fortuna.
Nosotros, los seres mortales, estamos tan acostumbrados a pensar en términos de valores materiales que los intangibles del mundo de los espíritus (amor, verdad, belleza, bondad) tienen poca realidad cuando se divorcian de la asociación con las cosas materiales. Para nosotros seres finitos, amar a otro es velar por su bienestar material, buscar la verdad es buscarla en las relaciones materiales, medir la belleza lo hacemos por la fuerza de nuestras respuestas emocionales, y juzgamos la bondad en términos de conformidad a las costumbres sociales.
Los reveladores de los Documentos de Urantia ven la realidad de manera bastante diferente. Amar a nuestro prójimo es preocuparse por su carrera en la eternidad, ver belleza en otro es ver belleza en su alma, la verdad se mide en términos de las cualidades del Padre Universal que es también el ne plus ultra de la bondad. Nos dicen que solo podemos amar a un Dios que es bueno, y seguramente hemos progresado más allá de medir la bondad de Dios por la cantidad de pan en nuestros estómagos.
El amor, la verdad, la belleza, la bondad, vistos puramente por su valor espiritual, tienen su medida principal en términos de relaciones con otras personalidades. La belleza del alma de otra persona es algo que se puede experimentar, algo que se puede sentir en su presencia, pero nunca se puede medir o definir.
Es a estos intangibles a los que Jesús se refería cuando nos instó a buscar ser perfectos como el Padre que está en los cielos es perfecto; son los intangibles que Jesús requiere que aparezcan en sus seguidores como frutos del espíritu.
«Una vez que os habéis establecido por la fe como hijos de Dios, no importa ninguna otra cosa en lo que respecta a la seguridad de la supervivencia. ¡Pero no os engañéis! Esta fe en la supervivencia es una fe viva, y manifiesta cada vez más los frutos de ese espíritu divino que al principio la inspiró en el corazón humano. El hecho de que hayáis aceptado anteriormente la filiación en el reino celestial, no os salvará si rechazáis a sabiendas y de manera persistente las verdades relacionadas con la producción progresiva de los frutos espirituales de los hijos de Dios en la carne». (LU 176:3.3)
A medida que progresamos espiritualmente, también aumentan nuestras responsabilidades y obligaciones. Del que tiene poco, se espera poco, pero del que tiene mucho, se espera mucho. Los Documentos de Urantia no nos fueron entregados para que nos regocijáramos a la luz del conocimiento que hemos adquirido. Cuanto más sabemos, más se espera de nosotros. En primer lugar, lo que se espera de nosotros debe derivar del ejemplo vivo de nuestra vida personal, porque si hemos de ser mensajeros de un mensaje espiritual, debemos vivir una vida espiritual.
En el antiguo orden practicabais el ayuno y la oración. Como criaturas nuevas renacidas del espíritu, se os enseña a creer y a regocijaros. En el reino del Padre, debéis convertiros en criaturas nuevas; las cosas viejas deben desaparecer; observad que os muestro cómo todas las cosas deben renovarse. Por medio de vuestro amor recíproco vais a convencer al mundo de que habéis pasado de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida eterna. (LU 143:2.3)
«En el antiguo camino, intentáis suprimir, obedecer y conformaros a unas reglas de vida; en el nuevo camino, primero sois transformados por el Espíritu de la Verdad y, por ello, fortalecidos en vuestra alma interior mediante la constante renovación espiritual de vuestra mente; así estáis dotados con el poder de ejecutar, con certeza y alegría, la voluntad misericordiosa, aceptable y perfecta de Dios. No lo olvidéis —vuestra fe personal en las promesas extremadamente grandes y preciosas de Dios es la que os garantiza que os convertiréis en partícipes de la naturaleza divina. Así, mediante vuestra fe y la transformación del espíritu, os convertís en realidad en los templos de Dios, y su espíritu vive efectivamente dentro de vosotros. Así pues, si el espíritu reside dentro de vosotros, ya no sois unos esclavos ligados a la carne, sino unos hijos del espíritu, independientes y liberados. La nueva ley del espíritu os dota de la libertad del dominio de sí mismo, reemplazando la antigua ley del miedo, basada en la autoesclavitud y en el yugo de la abnegación». (LU 143:2.4)
Los valores espirituales, entonces, no son ilusiones conceptuales sino reales. Dependen predominantemente de las relaciones personales y consisten en actuales y potenciales. Cuando los actuales y los potenciales se asocian, producen un crecimiento espiritual.
El valor supremo de la vida humana consiste en el progreso de los significados y la realización de la interrelación cósmica de las experiencias significativas que tienen valor espiritual.
Pero el amor es la clave. Amor, que significa consideración desinteresada por el bienestar espiritual en la eternidad de todos los demás, además de nuestro servicio personal a todos con quienes experimentamos relaciones personales, este es el amor que da significado y propósito tanto a la vida finita como a la eterna.
Por lo tanto, este significado revelado para el amor funciona para cambiar la meta tradicional de la vida de una vida vivida como una ofrenda de sacrificio en penitencia por el pecado a una devuelta a Dios de conformidad con la voluntad y los propósitos de Dios, y vivida en eterna alegría, adoración y gratitud. Por eso damos nuestro eterno agradecimiento humilde y sincero.
He aquí el misterio: Cuanto más se acerca el hombre a Dios por el amor, mayor es la realidad —actualidad— de ese hombre.