Jesús no era un Mesías que venía a multiplicar el pan y el vino.
Él no vino a atender solamente las necesidades temporales;
Vino a revelar a su Padre en los cielos a sus hijos en la tierra, mientras buscaba llevar a sus hijos en la tierra a unirse a él en un esfuerzo sincero para vivir haciendo la voluntad del Padre en los cielos.
En esta decisión, Jesús retrató a un universo que miraba la locura y el pecado de prostituir los talentos divinos y las habilidades dadas por Dios para el engrandecimiento personal o para la ganancia y glorificación puramente egoísta. Ese fue el pecado de Lucifer y Caligastia.
Esta gran decisión de Jesús retrata dramáticamente la verdad de que la satisfacción egoísta y la gratificación sensual, por sí solas y por sí mismas, no pueden conferir felicidad a los seres humanos en evolución.
Hay valores más elevados en la existencia mortal, el dominio intelectual y el logro espiritual, que trascienden con mucho la gratificación necesaria de los apetitos e impulsos puramente físicos del hombre.
La dotación natural de talento y habilidad del hombre debe dedicarse principalmente al desarrollo y ennoblecimiento de sus facultades superiores de mente y espíritu.
Jesús así reveló a las criaturas de su universo la técnica de la nueva y mejor manera, los valores morales superiores de la vida y las satisfacciones espirituales más profundas de la existencia humana evolutiva en los mundos del espacio. (1519)
La buena acción más pequeña es mejor que la intención más grandiosa.