© 2023 Halbert Katzen, JD
Por Halbert Katzen J.D.
Esta investigación explora la relación entre Melquisedec y el Mesías judío, particularmente con respecto a cómo se utiliza el término Mesías judío en El libro de Urantia. Se reúnen pasajes de la Biblia, el Libro de Enoc y los Rollos del Mar Muerto para facilitar este estudio.
Este estudio subtemático continúa el trabajo que comencé en 2017, lo que me llevó a crear el estudio temático: Profecía y «señales de los tiempos» La investigación y las perspectivas publicadas por Ernest Moyer inspiraron este esfuerzo más reciente. Si bien la perspectiva personal de Ernest sobre el tema es solo eso, su investigación y estructuración de preguntas ciertamente hicieron que mi trabajo fuera más fácil y agradable. Parte de ese material se menciona en la sección Recursos adicionales.
Las catorce veces en doce párrafos en que El Libro de Urantia utiliza la frase Mesías judío se enumeran al final de esta página, junto con los ocho usos de Cristo. Para algunas personas, leer primero estos párrafos puede ser una buena manera de empezar.
Existen numerosos desafíos involucrados al considerar las profecías sobre un Mesías judío desde una perspectiva del Libro de Urantia.
En El Libro de Urantia a veces se identifican y validan específicamente las profecías. A veces se hacen referencias a profetas, profecías y/o tipos de profecías de una manera más general. Se describen las profecías como más o menos progresistas con respecto a las tendencias teológicas nacionalistas judías. Se describen las profecías como comprometidas, cambiadas y eliminadas de varias maneras.
Las profecías relacionadas con la época en que Jesús estuvo aquí hace 2000 años ya no presentan tanta confusión con respecto a Melquisedec, como sí lo hicieron con Jesús cuando era joven. El desafío consiste en distinguir las profecías relacionadas con la segunda venida de Jesús (Miguel) de las profecías relacionadas con el futuro retorno de Melquisedec, como vicerregente Príncipe Planetario de Urantia.
Obviamente, este es un tema bastante complejo que requiere una cantidad significativa de estudio para poder entenderlo bien. Los enlaces te ayudarán a ampliar lo que se presenta y, con suerte, este esfuerzo te inspirará a emprender un estudio aún más profundo y amplio del tema.
No dude en ponerse en contacto con nosotros para enviarnos cualquier material adicional que crea que haría de esta página una mejor ayuda para el estudio.
Para empezar, debemos tomar nota de que los padres de Jesús tenían una mentalidad diferente con respecto a las ideas relacionadas con el Mesías judío. Incluso Jesús tuvo dificultades para tratar de entender esto antes de comenzar su ministerio público. Y no fue capaz de elevar el pensamiento de los apóstoles sobre este tema después de que comenzó su ministerio público.
Su primer día de viaje les llevó cerca de los cerros al pie del Monte Gilboa, donde acamparon durante la noche junto al río Jordán, e hicieron muchas especulaciones sobre la naturaleza del hijo que iba a nacer; José se adhería al concepto de un maestro espiritual y María sostenía la idea de un Mesías judío, un liberador de la nación hebrea. (LU 122:7.5)
En el transcurso de este año, Jesús encontró en el llamado Libro de Enoc un pasaje que le incitó más tarde a adoptar la expresión «Hijo del Hombre» para designarse durante su misión donadora en Urantia. Había estudiado cuidadosamente la idea del Mesías judío y estaba firmemente convencido de que él no estaba destinado a ser ese Mesías. Deseaba intensamente ayudar al pueblo de su padre, pero nunca pensó en ponerse al frente de los ejércitos judíos para liberar Palestina de la dominación extranjera. Sabía que nunca se sentaría en el trono de David en Jerusalén. Tampoco creía que su misión como liberador espiritual o educador moral se limitaría exclusivamente al pueblo judío. Así pues, la misión de su vida no podía ser de ninguna manera el cumplimiento de los deseos intensos y de las supuestas profecías mesiánicas de las escrituras hebreas, al menos no de la manera en que los judíos comprendían estas predicciones de los profetas. Asimismo, estaba seguro de que nunca aparecería como el Hijo del Hombre descrito por el profeta Daniel. (LU 126:3.6)
Por esta época ya tenía decididas muchas cosas relacionadas con su futuro trabajo en el mundo, pero no dijo nada de estas cuestiones a su madre, que seguía aferrada a la idea de que él era el Mesías judío. (LU 126:3.9)
Jesús pasó ahora por la gran confusión de su época juvenil. Después de haber resuelto un poco la naturaleza de su misión en la Tierra, «ocuparse de los asuntos de su Padre» —mostrar la naturaleza amorosa de su Padre hacia toda la humanidad— empezó a examinar de nuevo las numerosas declaraciones de las escrituras referentes a la venida de un libertador nacional, de un rey o educador judío. ¿A qué acontecimiento se referían estas profecías? Él mismo, ¿era o no era judío? ¿Pertenecía o no a la casa de David? Su madre afirmaba que sí; su padre había indicado que no. Él decidió que no. Pero, ¿habían confundido los profetas la naturaleza y la misión del Mesías? (LU 126:3.10)
Después de todo, ¿sería posible que su madre tuviera razón? En la mayoría de los casos, cuando en el pasado habían surgido diferencias de opinión, era ella quien había tenido razón. Si él era un nuevo educador y no el Mesías, ¿cómo podría reconocer al Mesías judío si éste aparecía en Jerusalén durante el tiempo de su misión terrestre, y cuál sería entonces su relación con este Mesías judío? Después de que hubiera emprendido la misión de su vida, ¿cuáles serían sus relaciones con su familia, con la religión y la comunidad judías, con el Imperio Romano, con los gentiles y sus religiones? El joven galileo le daba vueltas en su mente a cada uno de estos importantes problemas y los examinaba seriamente mientras continuaba trabajando en el banco de carpintero, ganándose laboriosamente su propia vida, la de su madre y la de otras ocho bocas hambrientas. (LU 126:3.11)
Nótese que Jesús tenía un concepto del Mesías judío que estaba suficientemente desarrollado y era suficientemente real para él como para que sintiera que era importante reflexionar sobre cómo podría relacionarse con un individuo así.
A finales de este año tenía casi decidido que, después de haber criado a los suyos y de verlos casados, emprendería su trabajo público como maestro de la verdad y revelador del Padre celestial para el mundo. Sabía que no se convertiría en el Mesías judío esperado, y llegó a la conclusión de que era prácticamente inútil discutir estos asuntos con su madre. Decidió permitirle que siguiera manteniendo todas las ilusiones que quisiera, puesto que todo lo que él había dicho en el pasado había hecho poca o ninguna mella en ella; recordaba que su padre nunca había podido decir algo que la hiciera cambiar de opinión. A partir de este año habló cada vez menos con su madre, o con otras personas, sobre estos problemas. Su misión era tan especial que nadie en el mundo podía darle consejos para realizarla. (LU 127:1.7)
Habiendo establecido el criterio a seguir en lo referente a sus relaciones individuales con las leyes naturales y el poder espiritual, dirigió su atención hacia la elección de los métodos que emplearía para proclamar y establecer el reino de Dios. Juan ya había iniciado este trabajo; ¿cómo podría Jesús continuar el mensaje?. ¿Cómo debería seguir con la misión de Juan?. ¿Cómo debería organizar a sus seguidores para que el esfuerzo resultara eficaz y la cooperación inteligente?. Jesús estaba llegando ahora a la decisión final que le impediría seguir considerándose el Mesías judío, al menos tal como la población concebía al Mesías en aquella época. (LU 136:9.1)
Aquella noche, después de la cena, en el hogar de Zebedeo y Salomé, Jesús celebró una de las conferencias más importantes de toda su carrera terrestre. En esta reunión sólo estuvieron presentes los seis apóstoles; Judá llegó cuando estaban a punto de separarse. Estos seis hombres escogidos habían viajado con Jesús desde Caná hasta Betsaida caminando, por así decirlo, sobre las nubes. Estaban llenos de expectación y emocionados con la idea de haber sido elegidos como asociados inmediatos del Hijo del Hombre. Pero cuando Jesús empezó a decirles claramente quién era él, cuál iba a ser su misión en la Tierra y cómo podría terminar quizás, se quedaron aturdidos. No podían comprender lo que les estaba diciendo. Se quedaron sin habla; el mismo Pedro estaba más anonadado de lo que se puede expresar. Sólo Andrés, el profundo pensador, se atrevió a contestar a las recomendaciones de Jesús. Cuando Jesús percibió que no comprendían su mensaje, cuando vio que sus ideas sobre el Mesías judío estaban tan completamente cristalizadas, los envió a descansar mientras él caminaba y conversaba con su hermano Judá. Antes de despedirse de Jesús, Judá le dijo con mucha emoción: «Mi hermano-padre, nunca te he comprendido. No sé con certidumbre si eres lo que mi madre nos ha enseñado, y no comprendo plenamente el reino venidero, pero sí sé que eres un poderoso hombre de Dios. He oído la voz en el Jordán y creo en ti, sin importarme quien seas». Después de hablar así, Judá se marchó para su propio hogar en Magdala. (LU 137:5.2)
Pero Pedro persistió en cometer el error de intentar convencer a los judíos de que, después de todo, Jesús era real y verdaderamente el Mesías judío. Hasta el día de su muerte, Simón Pedro continuó confundiendo en su mente los conceptos de: Jesús como Mesías judío, Cristo como redentor del mundo, y el Hijo del Hombre como revelación de Dios, el Padre amoroso de toda la humanidad. (LU 139:2.13)
Jesús declaró en numerosas ocasiones y a muchas personas su intención de regresar a este mundo. A medida que sus seguidores despertaban al hecho de que su Maestro no iba a ejercer su actividad como libertador temporal, y a medida que escuchaban sus predicciones sobre la destrucción de Jerusalén y la ruina de la nación judía, empezaron a asociar de la manera más natural su regreso prometido con estos acontecimientos catastróficos. Pero cuando los ejércitos romanos arrasaron los muros de Jerusalén, destruyeron el templo y dispersaron a los judíos de Judea, y el Maestro seguía sin revelarse con poder y gloria, sus seguidores empezaron a formular la creencia que acabó por asociar la segunda venida de Cristo con el final de la era, e incluso con el fin del mundo. (LU 176:4.2)
En su contestación adicional a la pregunta de Pedro, Jesús dijo: «¿Por qué continuáis creyendo que el Hijo del Hombre se sentará en el trono de David, y esperáis que se cumplan los sueños materiales de los judíos? ¿No os he dicho todos estos años que mi reino no es de este mundo? Las cosas que ahora contempláis a vuestros pies están llegando a su fin, pero éste será un nuevo comienzo, a partir del cual el evangelio del reino se extenderá por todo el mundo, y esta salvación se difundirá a todos los pueblos. Cuando el reino haya llegado a su plena madurez, estad seguros de que el Padre que está en los cielos no dejará de visitaros con una revelación ampliada de la verdad y con una demostración realzada de la rectitud, tal como ya ha otorgado a este mundo a aquel que se convirtió en el príncipe de las tinieblas, y luego a Adán, que fue seguido por Melquisedek, y en nuestros días, al Hijo del Hombre. Mi Padre continuará así manifestando su misericordia y mostrando su amor, incluso a este mundo oscuro y malvado. [Énfasis añadido] (LU 176:2.3)
La colección completa de los Rollos del Mar Muerto fue descubierta durante un período de tiempo que se extiende desde 1946 hasta 1956. Cabe destacar el hecho de que la documentación de 1941 afirma que los miembros del Foro habían estado recaudando dinero para la publicación de El libro de Urantia desde 1937.
La sección Autor-Editor sección del sitio web de Paul Sumner dice lo siguiente:
Un fruto de mis exploraciones fue un artículo de estudio que publiqué entre 1986 y 1995 llamado Yashar, que maduró hasta convertirse en este sitio web y se puso en línea en 1998. Otra fue mi tesis sobre el Concilio Celestial en la Biblia hebrea, el judaísmo y el Nuevo Testamento.
En mis estudios, me he centrado en la arqueología teológica. Es decir, he buscado descubrir las corrientes profundas de la teología de la Biblia hebrea que fluyen hacia el Nuevo Testamento. Mi propósito en el sitio es describir algunas de mis experiencias explorando la hidrología espiritual. . . .
Mi propósito es ayudar a los expatriados que han abandonado el judaísmo y el cristianismo y finalmente han aceptado que «aquí no tenemos una ciudad duradera». Intuitivamente sabemos que hay «un país mejor» y «una ciudad que tiene cimientos», diseñada y construida por Dios. Lo bueno es que no somos los primeros expatriados que soportamos este anhelo. Todo está descrito en Hebreos 11 y 13.
Sumner tiene un artículo en la sección de los Rollos del Mar Muerto de su sitio web llamado: Melquisedec: ¿Ángel, Hombre o Mesías?: 11QMelquisedec (11Q13). Aquí hay algunos extractos para inspirar el estudio de todo el artículo y materiales relacionados:
El siguiente artículo analiza a Melquisedec a través de la lente de un rollo fragmentario de la biblioteca de Qumrán de los Rollos del Mar Muerto (11QMelchizedek o formalmente 11Q13). Este documento abre una ventana importante a las interpretaciones bíblicas y las contemplaciones espirituales de un grupo disidente de sacerdotes judíos de Jerusalén, que vivieron un siglo antes de Yeshua de Nazaret.
Sus doctrinas especulativas sobre Melquisedec pueden ser objeto de críticas en el libro de Hebreos en el Nuevo Testamento, especialmente el capítulo 7. . . .
Introducción a 11Q13
Esta obra del siglo I a. C. está compuesta por trece pequeños fragmentos de la cueva 11 de Qumrán. Tiene la forma de un midrash escatológico, o interpretación, de partes de Isaías. Considera la proclamación de libertad de Isaías a los cautivos al final de los días (Isaías 61:1) como parte de un «año de jubileo» general (shenat ha-yovel). . . .
Orígenes celestiales
El autor de 11QMelch dice que el agente de la futura salvación del Jubileo será un libertador celestial, Melquisedec. En este rollo, él es un ser divino exaltado, a quien se aplican títulos bíblicos generalmente reservados solo para Dios: El y Elohim (ambos de los cuales también se aplican a seres angelicales o divinos en las Escrituras). . . .
¿El Sumo Sacerdote Angélico?
. . . Pero lo que es cierto es que los «Cantares» describen una jerarquía de sacerdotes angelicales que sirven en el templo celestial. Están rodeados de otros seres divinos conocidos como elim o Elohim (dioses, seres divinos) o santos, espíritus, príncipes y ministros. Y Melquisedec parece ser un líder de esta asamblea de siervos.
En el llamado «Rollo de la Guerra» (1QM 13:10; 16:6-8; 17:7), Melquisedec parece ser el arcángel Miguel, que es «el príncipe de la luz» (1QM 13:10-11; cf. 1QS 2:20-22; CD 5:17-19) y «el ángel de la verdad [de Dios]» (1QS 3:24). La estudiosa de los Rollos Carol Newsom dice: «parecería más plausible que Melquisedec sea identificado con el séptimo y más alto de los príncipes principales, como Miguel es identificado habitualmente con el más alto de los arcángeles».
Los Melquisedeks son los primeros en actuar en todas las emergencias de cualquier naturaleza en todos los mundos donde viven las criaturas volitivas. A veces actúan como guardianes temporales de los planetas desobedientes, sirviendo como síndicos de un gobierno planetario rebelde. En una crisis planetaria, estos Hijos Melquisedeks sirven en muchas tareas excepcionales. A este tipo de Hijo le resulta fácil hacerse visible a los seres mortales, y a veces un miembro de esta orden se ha encarnado incluso en la similitud de la carne mortal. Siete veces en Nebadon ha servido un Melquisedek en un mundo evolutivo en la similitud de la carne mortal, y estos Hijos han aparecido en numerosas ocasiones en la similitud de otras órdenes de criaturas del universo. Son en verdad los ministros de urgencia polifacéticos y voluntarios para todas las órdenes de inteligencias del universo y para todos los mundos y sistemas de mundos.
El Melquisedek que vivió en Urantia en los tiempos de Abraham fue conocido localmente como el Príncipe de Salem, porque presidía una pequeña colonia de buscadores de la verdad que residían en un lugar llamado Salem. Se ofreció como voluntario para encarnarse en la similitud de la carne mortal, y lo hizo con la aprobación de los síndicos Melquisedeks del planeta, los cuales temían que la luz de la vida podría extinguirse durante aquel período de oscuridad espiritual creciente. Fomentó la verdad de su época y la transmitió de manera segura a Abraham y a sus asociados. (LU 35:4.4-5)
Este mismo Melquisedek siguió colaborando durante los diecinueve siglos siguientes con numerosos profetas y videntes, esforzándose así por mantener vivas las verdades de Salem hasta que Miguel apareciera a su debido tiempo en la Tierra. (LU 93:10.4)
La enseñanza de Melquisedek fue plena y completa, pero los anales de estos tiempos parecieron imposibles y fantásticos a los sacerdotes hebreos posteriores, aunque muchos de ellos comprendieron en parte estas memorias, al menos hasta la época en que los documentos del Antiguo Testamento fueron redactados en masa en Babilonia. (LU 93:9.6)
Unos seiscientos años antes de la llegada de Miguel, Melquisedek, que se había ido de este mundo hacía mucho tiempo, tuvo la impresión de que la pureza de su enseñanza en la Tierra se encontraba indebidamente en peligro a causa de su absorción general por las creencias más antiguas de Urantia. Durante un tiempo pareció que su misión como precursor de Miguel podía estar en peligro de fracaso. Y en el siglo sexto antes de Cristo, gracias a una coordinación excepcional de influencias espirituales, que ni siquiera los supervisores planetarios llegan a comprender plenamente, Urantia fue testigo de una presentación sumamente inhabitual de una verdad religiosa variada. Por mediación de diversos educadores humanos, el evangelio de Salem fue expuesto de nuevo y revitalizado, y una gran parte de lo que se presentó entonces ha sobrevivido hasta la época del presente escrito. (LU 94:6.1)
Los judíos poseían diversas ideas sobre el libertador esperado, y cada una de estas diferentes escuelas de enseñanza mesiánica podía citar pasajes de las escrituras hebreas como prueba de sus argumentos. De manera general, los judíos consideraban que su historia nacional empezaba con Abraham y culminaría con el Mesías y la nueva era del reino de Dios. En los siglos anteriores habían concebido a este libertador como «el siervo del Señor», luego como «el Hijo del Hombre», mientras que más recientemente algunos incluso habían llegado a referirse al Mesías como el «Hijo de Dios». Pero, sin importar que le llamaran «la semilla de Abraham» o «el hijo de David», todos estaban de acuerdo en que tenía que ser el Mesías, el «ungido». Así pues, el concepto evolucionó desde «siervo del Señor» a «hijo de David», y de «Hijo del Hombre» a «Hijo de Dios». (LU 136:1.1)
Unos cien años antes de los tiempos de Jesús y de Juan, una nueva escuela de educadores religiosos había surgido en Palestina, la de los apocalípticos. Estos nuevos instructores desarrollaron un sistema de creencias que explicaba los sufrimientos y la humillación de los judíos sobre la base de que estaban pagando las consecuencias de los pecados de la nación. Recurrían a las razones bien conocidas destinadas a explicar la cautividad en Babilonia y en otros lugares en tiempos pasados. Pero, según enseñaban los apocalípticos, Israel debía recobrar el ánimo; los días de su aflicción casi habían terminado; el castigo disciplinario del pueblo elegido de Dios estaba llegando a su fin; la paciencia de Dios con los extranjeros gentiles se estaba agotando. El final del poder de Roma era sinónimo del final de la era y, en cierto sentido, del fin del mundo. Estos nuevos educadores se apoyaban ampliamente en las predicciones de Daniel, y en consecuencia enseñaban que la creación estaba a punto de entrar en su etapa final; los reinos de este mundo estaban a punto de convertirse en el reino de Dios. Para la mente de los judíos de aquella época, éste era el significado de la expresión «el reino de los cielos» que figura en todas las enseñanzas de Juan y de Jesús. Para los judíos de Palestina, la frase «el reino de los cielos» sólo tenía un significado: un estado absolutamente justo en el que Dios (el Mesías) gobernaría las naciones de la Tierra con la misma perfección de poder con que gobernaba en el cielo —«Hágase tu voluntad en la Tierra como en el cielo». (LU 135:5.2)
Por supuesto, vale la pena revisar toda la sección sobre El segundo Isaías. A continuación se presentan algunos de los párrafos finales.
El valiente y perspicaz Isaías eclipsó eficazmente al Yahvé nacionalista mediante su descripción sublime de la majestad y la omnipotencia universal del Yahvé supremo, Dios de amor, soberano del universo y Padre afectuoso de toda la humanidad. Desde aquellos días memorables, el concepto más elevado de Dios en occidente ha englobado siempre la justicia universal, la misericordia divina y la rectitud eterna. En un lenguaje magnífico y con una elegancia incomparable, este gran instructor describió al Creador todopoderoso como un Padre infinitamente amoroso.
Este profeta de la cautividad predicó a su pueblo y a la gente de muchas naciones que le escuchaban cerca del río en Babilonia. Este segundo Isaías contribuyó mucho a contrarrestar los numerosos conceptos erróneos y racialmente egoístas sobre la misión del Mesías prometido. Pero sus esfuerzos no tuvieron un éxito completo. Si los sacerdotes no se hubieran dedicado a la tarea de construir un nacionalismo mal entendido, las enseñanzas de los dos Isaías hubieran preparado el terreno para el reconocimiento y el recibimiento del Mesías prometido. (LU 97:7.13-14)
Juan escribió acerca de la terminación de la misión final de los Hijos Instructores (al menos ésta sería la cronología en un mundo normal): «Y vi un nuevo cielo y una nueva Tierra, y la nueva Jerusalén que bajaba de Dios saliendo del cielo, preparada como una princesa adornada para su príncipe».
Ésta es la misma Tierra renovada, el avanzado estado planetario, que el antiguo vidente imaginó cuando escribió: «‘Porque igual que los nuevos cielos y la nueva Tierra que yo crearé perdurarán ante mí, así sobreviviréis vosotros y vuestros hijos; y sucederá que, desde una Luna nueva hasta la otra y desde un sábado hasta el otro, todo el género humano vendrá a postrarse en adoración ante mí’, dice el Señor».
Los mortales de esta era son los que están descritos como «una generación elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo elevado; y vosotros daréis a conocer las alabanzas de Aquél que os ha hecho salir de las tinieblas hacia esta maravillosa luz».
Cualquiera que sea la historia natural especial de un planeta individual, indiferentemente de que el reino haya sido totalmente leal, haya estado contaminado por el mal o maldito por el pecado —cualquiera que sean los antecedentes— tarde o temprano la gracia de Dios y el ministerio de los ángeles anunciarán el día de la venida de los Hijos Instructores Trinitarios; y su partida, después de su misión final, inaugurará esta magnífica era de luz y de vida.
Todos los mundos de Satania pueden unirse a la esperanza de aquél que escribió: «Sin embargo, de acuerdo con Su promesa, nosotros esperamos un nuevo cielo y una nueva Tierra, donde reside la rectitud. Por lo cual, bienamados, en vista de que esperáis estas cosas, sed diligentes para que Él pueda encontraros en paz, sin mancha e irreprochables». (LU 52:7.11-15)
Libro de Enoc: (RationalWiki tiene una bonita página de material sobre este tema.)
‘Y transformaré la tierra y la haré bendición: Y haré que mis elegidos habiten en ella: Pero los pecadores y los que hacen el mal no pondrán el pie en ella.’ (45.5)
‘Cuando los secretos de los justos sean revelados y los pecadores juzgados, y los impíos expulsados de la presencia de los justos y elegidos, desde entonces los que poseen la tierra ya no serán poderosos ni exaltados: y no podrán contemplar el rostro de los santos, porque el Señor de los espíritus ha hecho aparecer Su luz sobre el rostro de los santos, justos y elegidos. Entonces los reyes y los poderosos perecerán y serán entregados en manos de los justos y santos. Y desde entonces nadie buscará para sí la misericordia del Señor de los espíritus porque su vida está llegando a su fin.’ (38:3-6)
‘Porque he provisto y saciado de paz a mis justos y los he hecho morar delante de mí: Pero para los pecadores hay juicio inminente delante de mí, para que los raeré de la faz de la tierra.’ (45:6)
‘Los elegidos comenzarán a morar con los elegidos, Y esas son las medidas que se darán a la fe Y que fortalecerán la justicia. Y estas medidas revelarán todos los secretos de las profundidades de la tierra, Y aquellos que han sido destruidos por el desierto, Y aquellos que han sido devorados por las bestias, Y aquellos que han sido devorados por los peces del mar, Para que puedan regresar y permanecer ellos mismos En el día del Elegido; Porque nadie será destruido ante el Señor de los Espíritus, Y nadie puede ser destruido.’ (61:4-5)
Isaías 66 (Juicio y Esperanza) en su totalidad. Isaías 66 es el último capítulo de Isaías:
1 Así dice el Señor: «El cielo es mi trono y la tierra el estrado de mis pies. ¿Dónde está la casa que me edificáis? ¿Dónde estará mi lugar de descanso? 2 ¿No ha hecho mi mano todas estas cosas, y así llegaron a existir? —declara el Señor—. Ésos son los que miro con agrado: los humildes y contritos de espíritu, y los que tiemblan ante mi palabra. 3 Pero el que sacrifica un toro es como quien mata a una persona, y el que ofrece un cordero es como quien desnuca un perro; el que hace una ofrenda de cereal es como quien ofrece sangre de cerdo, y el que quema incienso memorial es como quien rinde culto a un ídolo. Han elegido sus propios caminos, y se deleitan en sus abominaciones; 4 así también escogeré un trato duro para ellos y traeré sobre ellos lo que temen. Porque cuando llamé, nadie respondió, cuando hablé, nadie escuchó. Hicieron lo malo ante mis ojos y escogieron lo que me desagrada. 5 Escuchen la palabra del SEÑOR: «Su propio pueblo que los odia y los excluye por causa de mi nombre, ha dicho: «¡Sea glorificado el SEÑOR, para que veamos su alegría!» Sin embargo, quedarán avergonzados. 6 Escuchen ese estruendo de la ciudad, escuchen ese ruido del templo! Es el sonido del SEÑOR que paga a sus enemigos según se merecen.
7 “Antes de ponerse de parto, da a luz; antes que le sobrevengan los dolores, da a luz un hijo. 8 ¿Quién ha oído cosas semejantes? ¿Quién ha visto cosas como estas? ¿Puede nacer un país en un día o surgir una nación en un momento? Sin embargo, tan pronto como Sión está de parto, da a luz a sus hijos. 9 ¿Acaso hago llegar el momento del parto y no hago nacer? —dice el SEÑOR—. ¿Cierro yo la matriz cuando hago dar a luz? —dice tu Dios.
10 «Alegraos con Jerusalén y alegraos por ella, todos los que la amáis; alegraos mucho con ella, todos los que os enlutáis por ella. 11 Porque mamaréis y os saciaréis de sus pechos consoladores; beberéis hasta saciaros y os deleitaréis con su abundancia desbordante.» 12 Porque así dice el SEÑOR: «Yo haré que la paz se extienda como un río, y la riqueza de las naciones como un torrente desbordante; mamaréis y seréis llevados en su brazo y mecidos en sus rodillas. 13 Como una madre consuela a su hijo, así os consolaré yo a vosotros, y seréis consolados por Jerusalén.» 14 Cuando veáis esto, se alegrará vuestro corazón y floreceréis como la hierba; la mano del SEÑOR se dará a conocer a sus siervos, pero su furor se mostrará a sus enemigos.
15 He aquí, el Señor viene con fuego, y sus carros como un torbellino; descargará su ira con furor, y su reprensión con llamas de fuego. 16 Porque con fuego y con su espada el Señor ejecutará juicio sobre todos los pueblos, y muchos serán los muertos por el Señor. 17 «Los que se santifiquen y se purifiquen para ir a los jardines, siguiendo a uno que está entre los que comen carne de cerdos, ratas y otras cosas inmundas, llegarán a su fin junto con el que siguen», declara el Señor.
18 «Por lo que ellos han planeado y hecho, yo vendré a reunir a todos los pueblos y lenguas, y ellos vendrán y verán mi gloria. 19 Pondré entre ellos una señal y enviaré a algunos de los sobrevivientes a las naciones: a Tarsis, a los libios y lidios (famosos como arqueros), a Tubal y a Grecia, y a las islas lejanas que no han oído de mi fama ni han visto mi gloria. Ellos proclamarán mi gloria entre las naciones. 20 Traerán a todo tu pueblo, de todas las naciones, a mi santo monte en Jerusalén como ofrenda al Señor, en caballos, en carros y carretas, en mulos y camellos —dice el Señor—. Los traerán, como los israelitas traen sus ofrendas de grano al templo del Señor, en vasos ceremonialmente limpios. 21 Y también escogeré a algunos de ellos para que sean sacerdotes y levitas», dice el SEÑOR.
22 «Como los nuevos cielos y la nueva tierra que yo hago permanecerán delante de mí», declara el Señor, «así también tu nombre y tu descendencia permanecerán. 23 De una luna nueva en otra y de un sábado en otro, toda la humanidad vendrá y se inclinará ante mí», dice el Señor.
24 «Y saldrán y verán los cadáveres de los que se rebelaron contra mí; los gusanos que los comen no morirán, el fuego que los quema no se apagará, y serán abominación para toda la humanidad.» Isaías 66:1-24
13 »Miré en mi visión nocturna, y he aquí que entre las nubes del cielo venía alguien como un hijo de hombre, que se acercó al Anciano de días y fue llevado ante él. 14 Se le dio autoridad, gloria y dominio soberano; todas las naciones y pueblos de todas las lenguas lo adoraron. Su dominio es eterno, y nunca pasará, y su reino es indestructible.
1 En ese momento Miguel se levantará,
El gran príncipe que vela por los hijos de tu pueblo;
Y habrá un tiempo de angustia,
Tal como nunca fue desde que existe una nación,
Incluso a ese tiempo.
Y en ese tiempo tu pueblo será liberado,
Todo aquel que se encuentre escrito en el libro.
2 Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán,
Algunos para vida eterna,
Algunos para vergüenza y desprecio eterno.
3 Los sabios brillarán
Como el resplandor del firmamento,
Y los que enseñan a muchos a la justicia
Como las estrellas por siempre y para siempre.
24 «Pero en aquellos días, después de esa angustia, « ‘el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor;
25 las estrellas caerán del cielo y los cuerpos celestes serán sacudidos. ’ 26 “En aquel tiempo la gente verá al Hijo del Hombre viniendo en las nubes con gran poder y gloria. 27 Y enviará a sus ángeles y reunirá a sus escogidos de los cuatro vientos, desde los confines de la tierra hasta los confines de los cielos.
Lucas 21:8-11, 25-28, y 34-36
8 Él les respondió: «Tengan cuidado de no dejarse engañar, porque muchos vendrán en mi nombre y dirán: «Yo soy» y: «El tiempo está cerca». No los sigan. 9 Cuando oigan hablar de guerras y de levantamientos, no se asusten. Es necesario que todo esto suceda primero, pero el fin no llegará inmediatamente». 10 Luego les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. 11 Habrá grandes terremotos, hambrunas y pestilencias en varios lugares, y acontecimientos terribles y grandes señales del cielo.
25 “Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas. En la tierra, las naciones estarán angustiadas y perplejas por el rugido y el agitarse del mar. 26 La gente desmayará de terror, aprensiva por lo que vendrá sobre la tierra, porque los cuerpos celestes serán sacudidos. 27 En ese momento verán al Hijo del Hombre viniendo en una nube con poder y gran gloria. 28 Cuando estas cosas comiencen a suceder, levántense y levanten la cabeza, porque su redención está cerca.
34 «Tengan cuidado, no sea que sus corazones se carguen de glotonería, embriaguez y las preocupaciones de la vida, y ese día se cierre de repente sobre ustedes como una trampa. 35 Porque vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra. 36 Estén siempre alerta y oren para que puedan escapar de todo lo que está por suceder, y puedan estar en pie delante del Hijo del Hombre.»
16 Y los veinticuatro ancianos, que estaban sentados en sus tronos delante de Dios, se postraron sobre sus rostros y adoraron a Dios, 17 diciendo: «Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras, porque has tomado tu gran poder y has comenzado a reinar. 18 Las naciones se enojaron, y tu ira ha llegado. Ha llegado el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el premio a tus siervos los profetas y a tu pueblo que teme tu nombre, tanto a los grandes como a los pequeños, y de destruir a los que destruyen la tierra».
Puede ser que en los límites superiores de lo finito, donde el tiempo se une con el tiempo trascendido, exista una especie de difuminación y de mezcla de las secuencias. Puede ser que el Supremo sea capaz de proyectar su presencia universal en esos niveles supertemporales, y luego anticiparse en un grado limitado a su evolución futura, reflejando esta previsión futura hacia atrás sobre los niveles creados como Inmanencia del Incompleto Proyectado. Estos fenómenos se pueden observar dondequiera que lo finito se pone en contacto con lo superfinito, como sucede en las experiencias de los seres humanos que están habitados por los Ajustadores del Pensamiento, los cuales son verdaderas predicciones de los futuros logros universales del hombre durante toda la eternidad. (LU 117:7.6)
Al ingresar en la escuela a los siete años (por aquella época los judíos acababan de sacar una ley sobre la educación obligatoria), era costumbre que los alumnos escogieran su «texto de cumpleaños», una especie de regla de oro que los guiaría a lo largo de sus estudios, y sobre la cual muchas veces tenían que disertar en el momento de graduarse a la edad de trece años. El texto que Jesús escogió estaba sacado del profeta Isaías: «El espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque el Señor me ha ungido; me ha enviado para traer la buena nueva a los mansos, para consolar a los afligidos, para proclamar la libertad a los cautivos y para liberar a los presos espirituales». (LU 123:5.11)
Cuando terminó de leer en el libro de la ley, pasó a Isaías donde empezó a leer: «El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para que predique la buena nueva a los pobres. Me ha enviado para que proclame la libertad a los cautivos y la recuperación de la vista a los ciegos, para poner en libertad a los que se sienten heridos y proclamar el año favorable del Señor». (LU 150:8.9)
Mientras le daba vueltas a estos problemas en su cabeza, encontró en la biblioteca de la sinagoga de Nazaret, entre los libros apocalípticos que había estado estudiando, el manuscrito llamado «El Libro de Enoc». Aunque estaba seguro de que no había sido escrito por el Enoc de los tiempos pasados, le resultó muy interesante, y lo leyó y releyó muchas veces. Había un pasaje que le impresionó particularmente, aquel en el que aparecía la expresión «Hijo del Hombre». El autor del pretendido Libro de Enoc continuaba hablando de este Hijo del Hombre, describiendo la obra que debería hacer en la Tierra y explicando que este Hijo del Hombre, antes de descender a esta Tierra para aportar la salvación a la humanidad, había cruzado los atrios de la gloria celestial con su Padre, el Padre de todos; y había renunciado a toda esta grandeza y a toda esta gloria para descender a la Tierra y proclamar la salvación a los mortales necesitados. A medida que Jesús leía estos pasajes (sabiendo muy bien que gran parte del misticismo oriental incorporado en estas enseñanzas era falso), sentía en su corazón y reconocía en su mente que, de todas las predicciones mesiánicas de las escrituras hebreas y de todas las teorías sobre el libertador judío, ninguna estaba tan cerca de la verdad como esta historia incluida en el Libro de Enoc, el cual sólo estaba parcialmente acreditado; allí mismo y en ese momento decidió adoptar como título inaugural «el Hijo del Hombre». Y esto fue lo que hizo cuando empezó posteriormente su obra pública. Jesús tenía una habilidad infalible para reconocer la verdad, y nunca dudaba en abrazarla, sin importarle la fuente de la que parecía emanar. (LU 126:3.8)
A medida que las enseñanzas originales de Jesús penetraron en Occidente, fueron occidentalizadas, y a medida que fueron occidentalizadas, empezaron a perder su atracción potencialmente universal para todas las razas y tipos de hombres. El cristianismo de hoy se ha convertido en una religión bien adaptada a las costumbres sociales, económicas y políticas de las razas blancas. Hace tiempo que dejó de ser la religión de Jesús, aunque todavía presenta valientemente una hermosa religión acerca de Jesús a aquellas personas que intentan seguir sinceramente el camino de sus enseñanzas. El cristianismo ha glorificado a Jesús como Cristo, el ungido mesiánico de Dios, pero ha olvidado ampliamente el evangelio personal del Maestro: la Paternidad de Dios y la fraternidad universal de todos los hombres. (LU 98:7.11)
Este mundo nunca ha puesto a prueba de manera seria, sincera y honrada estas ideas dinámicas y estos ideales divinos de la doctrina del reino de los cielos enseñada por Jesús. Pero no deberíais desanimaros por el progreso aparentemente lento de la idea del reino en Urantia. Recordad que el orden de la evolución progresiva está sujeto a cambios periódicos, repentinos e inesperados, tanto en el mundo material como en el mundo espiritual. La donación de Jesús como Hijo encarnado fue precisamente uno de esos acontecimientos extraños e inesperados en la vida espiritual del mundo. Al buscar la manifestación del reino en la época presente, no cometáis tampoco el error fatal de olvidar establecerlo en vuestra propia alma. (LU 170:4.14)
Toda esta combinación de influencias mundiales se encuentra bien ilustrada en las actividades de Pablo, que siendo un hebreo entre los hebreos por su cultura religiosa, proclamó el evangelio de un Mesías judío en lengua griega, mientras que él mismo era ciudadano romano. (LU 121:1.2)
Su primer día de viaje les llevó cerca de los cerros al pie del Monte Gilboa, donde acamparon durante la noche junto al río Jordán, e hicieron muchas especulaciones sobre la naturaleza del hijo que iba a nacer; José se adhería al concepto de un maestro espiritual y María sostenía la idea de un Mesías judío, un liberador de la nación hebrea. (LU 122:7.5)
En el transcurso de este año, Jesús encontró en el llamado Libro de Enoc un pasaje que le incitó más tarde a adoptar la expresión «Hijo del Hombre» para designarse durante su misión donadora en Urantia. Había estudiado cuidadosamente la idea del Mesías judío y estaba firmemente convencido de que él no estaba destinado a ser ese Mesías. Deseaba intensamente ayudar al pueblo de su padre, pero nunca pensó en ponerse al frente de los ejércitos judíos para liberar Palestina de la dominación extranjera. Sabía que nunca se sentaría en el trono de David en Jerusalén. Tampoco creía que su misión como liberador espiritual o educador moral se limitaría exclusivamente al pueblo judío. Así pues, la misión de su vida no podía ser de ninguna manera el cumplimiento de los deseos intensos y de las supuestas profecías mesiánicas de las escrituras hebreas, al menos no de la manera en que los judíos comprendían estas predicciones de los profetas. Asimismo, estaba seguro de que nunca aparecería como el Hijo del Hombre descrito por el profeta Daniel. (LU 126:3.6)
Por esta época ya tenía decididas muchas cosas relacionadas con su futuro trabajo en el mundo, pero no dijo nada de estas cuestiones a su madre, que seguía aferrada a la idea de que él era el Mesías judío. (LU 126:3.9)
Después de todo, ¿sería posible que su madre tuviera razón? En la mayoría de los casos, cuando en el pasado habían surgido diferencias de opinión, era ella quien había tenido razón. Si él era un nuevo educador y no el Mesías, ¿cómo podría reconocer al Mesías judío si éste aparecía en Jerusalén durante el tiempo de su misión terrestre, y cuál sería entonces su relación con este Mesías judío? Después de que hubiera emprendido la misión de su vida, ¿cuáles serían sus relaciones con su familia, con la religión y la comunidad judías, con el Imperio Romano, con los gentiles y sus religiones? El joven galileo le daba vueltas en su mente a cada uno de estos importantes problemas y los examinaba seriamente mientras continuaba trabajando en el banco de carpintero, ganándose laboriosamente su propia vida, la de su madre y la de otras ocho bocas hambrientas. (LU 126:3.11)
A finales de este año tenía casi decidido que, después de haber criado a los suyos y de verlos casados, emprendería su trabajo público como maestro de la verdad y revelador del Padre celestial para el mundo. Sabía que no se convertiría en el Mesías judío esperado, y llegó a la conclusión de que era prácticamente inútil discutir estos asuntos con su madre. Decidió permitirle que siguiera manteniendo todas las ilusiones que quisiera, puesto que todo lo que él había dicho en el pasado había hecho poca o ninguna mella en ella; recordaba que su padre nunca había podido decir algo que la hiciera cambiar de opinión. A partir de este año habló cada vez menos con su madre, o con otras personas, sobre estos problemas. Su misión era tan especial que nadie en el mundo podía darle consejos para realizarla. (LU 127:1.7)
Habiendo establecido el criterio a seguir en lo referente a sus relaciones individuales con las leyes naturales y el poder espiritual, dirigió su atención hacia la elección de los métodos que emplearía para proclamar y establecer el reino de Dios. Juan ya había iniciado este trabajo; ¿cómo podría Jesús continuar el mensaje?. ¿Cómo debería seguir con la misión de Juan?. ¿Cómo debería organizar a sus seguidores para que el esfuerzo resultara eficaz y la cooperación inteligente?. Jesús estaba llegando ahora a la decisión final que le impediría seguir considerándose el Mesías judío, al menos tal como la población concebía al Mesías en aquella época. (LU 136:9.1)
Aquella noche, después de la cena, en el hogar de Zebedeo y Salomé, Jesús celebró una de las conferencias más importantes de toda su carrera terrestre. En esta reunión sólo estuvieron presentes los seis apóstoles; Judá llegó cuando estaban a punto de separarse. Estos seis hombres escogidos habían viajado con Jesús desde Caná hasta Betsaida caminando, por así decirlo, sobre las nubes. Estaban llenos de expectación y emocionados con la idea de haber sido elegidos como asociados inmediatos del Hijo del Hombre. Pero cuando Jesús empezó a decirles claramente quién era él, cuál iba a ser su misión en la Tierra y cómo podría terminar quizás, se quedaron aturdidos. No podían comprender lo que les estaba diciendo. Se quedaron sin habla; el mismo Pedro estaba más anonadado de lo que se puede expresar. Sólo Andrés, el profundo pensador, se atrevió a contestar a las recomendaciones de Jesús. Cuando Jesús percibió que no comprendían su mensaje, cuando vio que sus ideas sobre el Mesías judío estaban tan completamente cristalizadas, los envió a descansar mientras él caminaba y conversaba con su hermano Judá. Antes de despedirse de Jesús, Judá le dijo con mucha emoción: «Mi hermano-padre, nunca te he comprendido. No sé con certidumbre si eres lo que mi madre nos ha enseñado, y no comprendo plenamente el reino venidero, pero sí sé que eres un poderoso hombre de Dios. He oído la voz en el Jordán y creo en ti, sin importarme quien seas». Después de hablar así, Judá se marchó para su propio hogar en Magdala. (LU 137:5.2)
Pero Pedro persistió en cometer el error de intentar convencer a los judíos de que, después de todo, Jesús era real y verdaderamente el Mesías judío. Hasta el día de su muerte, Simón Pedro continuó confundiendo en su mente los conceptos de: Jesús como Mesías judío, Cristo como redentor del mundo, y el Hijo del Hombre como revelación de Dios, el Padre amoroso de toda la humanidad. (LU 139:2.13)
Mientras descansaba en la casa de un rico creyente de la región de Genesaret, Jesús mantuvo conversaciones informales con los doce todas las tardes. Los embajadores del reino formaban un grupo serio, sobrio y escarmentado de hombres desilusionados. Pero incluso después de todo lo que había sucedido, los acontecimientos posteriores revelaron que estos doce hombres no estaban todavía completamente liberados de sus ideas innatas y largo tiempo acariciadas sobre la venida del Mesías judío. Los acontecimientos de algunas semanas antes se habían desarrollado demasiado rápidamente como para que estos pescadores asombrados pudieran comprender todo su significado. Los hombres y las mujeres necesitan tiempo para efectuar cambios radicales y amplios en sus conceptos básicos y fundamentales sobre la conducta social, las actitudes filosóficas y las convicciones religiosas. (LU 152:6.1)
Durante tres años, Jesús había proclamado que era el «Hijo del Hombre», mientras que durante estos mismos tres años, los apóstoles habían insistido cada vez más en que era el Mesías judío esperado. Ahora reveló que era el Hijo de Dios, y decidió construir el reino de los cielos sobre el concepto de la naturaleza combinada del Hijo del Hombre y del Hijo de Dios. Había decidido abstenerse de hacer nuevos esfuerzos por convencerlos de que no era el Mesías. Ahora se propuso revelarles audazmente lo que él es, y no hacer caso de la determinación de ellos de continuar considerándolo como el Mesías. (LU 157:5.3)
««Que la paz sea con vosotros. Os he pedido que os quedéis aquí en Jerusalén hasta que yo ascienda hacia el Padre, e incluso hasta que os envíe el Espíritu de la Verdad, que pronto será derramado sobre todo el género humano y que os dotará de un poder de las alturas». Simón Celotes interrumpió a Jesús para preguntarle: «Entonces, Maestro, ¿restablecerás el reino y veremos la gloria de Dios manifestada en la Tierra?» Cuando Jesús escuchó la pregunta de Simón, contestó: «Simón, continúas aferrado a tus viejas ideas sobre el Mesías judío y el reino material. Pero recibirás un poder espiritual cuando el espíritu haya descendido sobre vosotros, y pronto iréis por todo el mundo predicando este evangelio del reino. Al igual que el Padre me ha enviado al mundo, yo os envío a vosotros. Y deseo que os améis y confiéis los unos en los otros. Judas ya no está con vosotros porque su amor se enfrió y porque se negó a confiar en vosotros, sus leales hermanos. ¿No habéis leído en las Escrituras el pasaje que dice: ‘No es bueno que el hombre esté solo. Nadie vive para sí mismo’? ¿Y también donde dice: ‘El que quiera tener amigos debe mostrarse amistoso’? ¿Y no os envié a enseñar de dos en dos para que no os sintierais solos y no cayerais en los perjuicios y las desgracias del aislamiento? También sabéis muy bien que, cuando vivía en la carne, nunca me permití estar solo durante mucho tiempo. Desde el principio mismo de nuestra asociación, siempre tuve a dos o tres de vosotros constantemente a mi lado o muy cerca de mí, incluso cuando comulgaba con el Padre. Confiad, pues, y tened confianza los unos en los otros. Esto es tanto más necesario cuanto que en el día de hoy voy a dejaros solos en el mundo. Ha llegado la hora; estoy a punto de ir hacia el Padre».» (LU 193:3.2)
No es incumbencia de este documento tratar sobre el origen y la difusión de la religión cristiana. Es suficiente con decir que está construida alrededor de la persona de Jesús de Nazaret, el Hijo Miguel de Nebadon encarnado como ser humano, conocido en Urantia como el Cristo, el ungido. El cristianismo fue difundido por todo el Levante y Occidente por los seguidores de este galileo, y su entusiasmo misionero igualó al de sus ilustres predecesores, los setitas y los salemitas, así como al de sus fervientes contemporáneos asiáticos, los educadores budistas. (LU 98:7.2)
A medida que las enseñanzas originales de Jesús penetraron en Occidente, fueron occidentalizadas, y a medida que fueron occidentalizadas, empezaron a perder su atracción potencialmente universal para todas las razas y tipos de hombres. El cristianismo de hoy se ha convertido en una religión bien adaptada a las costumbres sociales, económicas y políticas de las razas blancas. Hace tiempo que dejó de ser la religión de Jesús, aunque todavía presenta valientemente una hermosa religión acerca de Jesús a aquellas personas que intentan seguir sinceramente el camino de sus enseñanzas. El cristianismo ha glorificado a Jesús como Cristo, el ungido mesiánico de Dios, pero ha olvidado ampliamente el evangelio personal del Maestro: la Paternidad de Dios y la fraternidad universal de todos los hombres. (LU 98:7.11)
Los retratos de Jesús han sido muy desacertados. Esas pinturas de Cristo han ejercido una influencia perjudicial sobre la juventud; los mercaderes del templo difícilmente hubieran huido delante de Jesús si éste hubiera sido el tipo de hombre que vuestros artistas han representado generalmente. Su masculinidad estaba llena de dignidad; era bueno, pero natural. Jesús no tenía la actitud de un místico apacible, dulce, suave y amable. Su enseñanza era conmovedoramente dinámica. No solamente tenía buenas intenciones, sino que iba de un sitio para otro haciendo realmente el bien. (LU 141:3.6)
Y Jesús continuó contestando a las preguntas de la multitud y de los fariseos. Algunos pensaban que era un profeta; otros creían que era el Mesías; otros decían que no podía ser el Cristo, ya que venía de Galilea, y que el Mesías debía restablecer el trono de David. Sin embargo, no se atrevieron a arrestarlo. (LU 162:6.4)
El hecho de que los dirigentes espirituales y los educadores religiosos de la nación judía rechazaran en otra época las enseñanzas de Jesús y conspiraran para provocar su muerte cruel, no afecta para nada a la situación de cada judío en su posición ante Dios. Este hecho no debería incitar a los que afirman ser seguidores de Cristo a tener prejuicios contra los judíos como compañeros mortales. Los judíos como nación y como grupo sociopolítico pagaron plenamente el precio terrible de rechazar al Príncipe de la Paz. Hace mucho tiempo que dejaron de ser los portadores espirituales de la verdad divina para las razas de la humanidad, pero esto no constituye una razón válida para que los descendientes individuales de aquellos antiguos judíos tengan que sufrir las persecuciones que les han infligido algunos seguidores declarados, intolerantes, indignos y fanáticos de Jesús de Nazaret, el cual era también judío de nacimiento. (LU 175:2.1)
¿Que les ha sucedido a estos hombres a quienes Jesús había ordenado para que salieran a predicar el evangelio del reino —la paternidad de Dios y la fraternidad de los hombres? Tienen un nuevo evangelio; arden con una nueva experiencia; están llenos de una nueva energía espiritual. Su mensaje ha sido sustituido repentinamente por la proclamación del Cristo resucitado: «Jesús de Nazaret, ese hombre a quien Dios dio su aprobación mediante obras y prodigios poderosos, que fue entregado por el dictamen resuelto y la presciencia de Dios, vosotros lo habéis crucificado y ejecutado. Ha cumplido así las cosas que Dios había anunciado por boca de todos los profetas. A este Jesús es a quien Dios ha resucitado. Dios lo ha hecho Señor y Cristo a la vez. Como ha sido elevado a la diestra de Dios y ha recibido del Padre la promesa del espíritu, ha derramado esto que veis y oís. Arrepentíos, para que vuestros pecados puedan ser borrados, para que el Padre pueda enviar al Cristo que ha sido designado para vosotros, al mismo Jesús, a quien el cielo ha de recibir hasta los tiempos del restablecimiento de todas las cosas». (LU 194:4.4)
Muchas personas serias que ofrecerían gustosamente su lealtad al Cristo del evangelio, encuentran muy difícil apoyar con entusiasmo a una iglesia que da tan pocas muestras del espíritu de su vida y de sus enseñanzas, y a estas personas se les ha enseñado erróneamente que él la fundó. Jesús no fundó la llamada iglesia cristiana, pero de todas las maneras compatibles con su naturaleza, la ha fomentado como la mejor representante existente de la obra de su vida en la Tierra. (LU 195:10.9)
La devoción de Jesús a la voluntad del Padre y al servicio del hombre era mucho más que una decisión como mortal y que una determinación humana; era una consagración total de sí mismo a esta donación ilimitada de amor. Por muy grande que sea el hecho de la soberanía de Miguel, no debéis apartar de los hombres al Jesús humano. El Maestro subió a los cielos no sólo como hombre, sino también como Dios; él pertenece a los hombres, y los hombres le pertenecen. ¡Es muy lamentable que la religión misma sea tan mal interpretada, que aparte al Jesús humano de los mortales que luchan! Que las discusiones sobre la humanidad o la divinidad de Cristo no oscurezcan la verdad salvadora de que Jesús de Nazaret fue un hombre religioso que consiguió, por la fe, conocer y hacer la voluntad de Dios; fue realmente el hombre más religioso que haya vivido jamás en Urantia. (LU 196:1.1)