© 2002 Jean Claude Romeuf
© 2004 Olga López, por la traducción
© 2002 Association Francophone des Lecteurs du Livre d'Urantia
Alegría | Le Lien Urantien — Número 21 — Primavera 2002 | Una mirada a la organización general del Universo Maestro y la teoría de la totalidad por investigadores de Uversa |
Página LU 39:4.11 «No se puede recibir tanto y no dar nada. A medida que asciendes en la escala de la personalidad, primero aprendes a ser leal, luego a amar, después a ser filial, y más adelante podrás ser libre.»
1— Primero aprendes a ser leal. La lealtad es el fruto de una apreciación inteligente de la fraternidad humana. Pero ser leal hacia nuestros hermanos pasa de entrada por una fase de lealtad hacia uno mismo. La lealtad no se concibe sin la sinceridad y la rectitud. Estas dos características personales son los primeros peldaños que subir en nuestra búsqueda de «libertad».
Reclamar nuestra libertad a gritos no tiene sentido. Se puede encontrar a lo sumo cierta independencia mórbida que aísla de lo fraternal, de lo social o de lo conyugal y que refuerza nuestros miedos, nuestro orgullo y nuestra soledad.
Investigar sobre la libertad sin sinceridad y sin rectitud es un engaño intelectual que tiene el fracaso como recompensa. Lucifer el rebelde cayó del cielo por orgullo, pues osó proclamar su libertad personal; quería ser reconocido como dios y ser adorado.
En el ámbito humano, reclamar nuestra libertad es actuar de modo infantil, es ignorar lo que significa la palabra «libertad», es tener necesidad de un reconocimiento a menudo inmerecido, un deseo de respeto incomprendido que satisfaga el ego. De hecho, es aislarse de los demás por alienación. Es partir desde arriba para caer muy bajo.
Si, realmente reclamar nuestra libertad es sólo un engaño, pues la verdadera libertad está dentro de nosotros. Es tan pequeña y ya busca crecer. Es una fuente que mana gota a gota y que sólo pide brotar. Se burla de prisiones y de trabas. Nos cura miedos y presiones. Es ante todo una senda abierta al otro, una pequeña llama que tiembla en nuestros corazones. Puede darlo todo sin tomar nada, ¡pero el que la acoge lo recibe todo!
A través de la relación personal mantenida entre el ser humano y la chispa divina que habita su mente se encuentra la «Verdadera Libertad». Esta relación sólo puede basarse en el amor, pues Dios es «Amor». Sólo podemos ejercer eficazmente nuestro libre albedrío en la medida en que nuestras elecciones sean libres, desprovistas de falsas ideas y de miedos. Toda relación entre personalidades humanas o divinas sólo puede establecerse con sinceridad, rectitud, fidelidad, lealtad, confianza y valor. Por ello se nos dice:
Las llaves del reino de los cielos son: sinceridad, más sinceridad, y más sinceridad. Todos los hombres poseen estas llaves. Los hombres las usan —avanzan en estado espiritual— mediante decisiones, más decisiones y más decisiones. (LU 39:4.14)
2— Luego a amar. ¿Quién soy yo para hablar de amor? ¡Yo, tan pequeño por mi condición humana y animal, pero tan grande por el amor que se consume en mí y que se desarrolla hasta el infinito! El amor es nuestra meta, nuestro destino, pero sólo el amor puede hacerlo eterno. Estoy en la tierra para aprender a amar.
Pablo, criticado por sus declaraciones sobre las mujeres, había comprendido completamente el amor. «La mujer es la gloria del hombre», dijo, y también «el amor lo soporta todo, lo cree todo, lo espera todo, lo resiste todo», y «el amor no muere nunca», y aún más «si no tengo amor no soy nada».
Aquél o aquélla que ha dicho alguna vez «te quiero» y más tarde «ya no te quiero» sólo han tenido un concepto erróneo del amor, pues el amor no es retrógrado, sólo pide crecer y no es restrictivo. Si el amor permanece en el ámbito de su significado mental, no tiene porvenir. El amor verdadero, el amor auténtico es un valor espiritual. Está destinado a participar en el desarrollo del alma, hija de la mente y de la voz de Dios. Es la realidad espiritual más pura. Es una gota de agua del mar de cristal. Sólo el amor es divino, pues contiene toda la verdad, la belleza y la bondad del mundo. El amor no tiene límites, es absoluto. Viene de Dios absoluto y regresa a Dios absoluto. El amor es una bola de nieve que comienza a crecer en la tierra y alcanza su plenitud en el Paraíso. Da a la oruga sus alas de mariposa.
Lo que se puede decir del amor, se puede decir también de la libertad. El amor es la puerta de la libertad. Sólo una mente desembarazada de sus miedos y gobernada por el amor que libera es capaz de elecciones decisivas y eternas. Es el amor el que salva: «si no tengo amor no soy nada». El amor comienza con uno mismo, luego con el otro, luego se hace social, después se hace fraternal y finalmente paternal. Sólo el amor permite a nuestro libre albedrío ser eficaz en sus decisiones, en su forma de descubrir en sí mismo la voluntad divina y aceptar hacer esta voluntad. Dar nuestro amor al otro, sin miedo y sin sacrificios, es hacer lo que Dios quiere para nosotros y para el otro. Amar, ¡es servir en y con el Supremo! Amor, ¡es darlo todo al otro con felicidad!
3— Después a ser filial. LU 115:0.1 «Con Dios el Padre, la filiación es la relación más importante». La paternidad de Dios no es real sin la filiación. ¡Para desempeñar su papel de padre, Dios necesita que seamos sus hijos!
Somos hijos de Dios por la fe. Cómo no ser libres, puesto que somos «hijos de Dios» y se ha puesto nuestro destino en las manos de un padre benevolente y todopoderoso. «Que se haga tu voluntad» toma un sentido nuevo; se trata de pensar ahora: «que mi voluntad se una a la tuya», o bien «que mi voluntad sea hacer tu voluntad». Puesto que se es capaz de expresar y de sentir esto en el fondo de nuestra alma con sinceridad, se ha realizado la elección suprema. Y, si nuestra mente nos falla, pues no siempre es clarividente con rectitud y justicia, podemos entonces en común acuerdo con el Padre servirnos de la mente de Jesús, el Hijo del Hombre. Nuestro libre albedrío ya no nos importa, pues está confiado a la custodia de aquél que nos ama ya en la eternidad. Se le devuelve a alguien más grande que nos espera y libera.
Saberse hijo de Dios por la fe es vivir en la seguridad más total. Es saber que nada malo nos puede suceder y que todas las fuerzas suprahumanas y personales contribuyen a nuestra felicidad. Todos nuestros miedos físicos o mentales desaparecen, incluso el último miedo que puede quedar tras los otros: el miedo de no ser capaz de amar. Eso es «ser libre».
Conclusión. Ahora que la noche se ha acostado en san Valentín y el día aclara estas páginas escritas, me levanto con el pie de mi servidumbre a la carne pensando que hay que vivir quizás como el poeta lo ha escrito. «El aire inmenso abre y vuelve a cerrar mi libro». «¡Echad a volar, páginas cautivadoras!».
Estoy tentado también a creer que un cristiano advertido y consciente de su destino universal no tiene derecho a estar triste…Pero el mismo Jesús lloraba. Cada vez que lloró, era por amor y a causa del amor.
Si este himno a la libertad es también un himno al amor, que penetre vuestros corazones como una oración sube al Padre y se pose sobre vuestras mejillas como el beso de un hermano.
Jean-Claude Romeuf
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