[p. vi]
[p. vii]
Soy tan consciente de que mi equipo general era insuficiente para justificar que me hubiera embarcado en una introducción a este tratado (además de la traducción), que mi mayor esperanza es ésta: que lo que he escrito puede ser considerado por los orientalistas indulgentes como algo que suscite -provoque, si se quiere- la crítica complementaria y formativa necesaria; o como material útil para ser incorporado a algún trabajo más autorizado y mejor informado: y que desde este punto de vista puedan estar inclinados a perdonar lo que de otro modo podría parecer una muestra injustificable de temeridad e indiscreción.
Aún queda por perdonar una presunción mayor, pero esta vez sobre la base de las grandes simplicidades humanas, cuando me atrevo a inscribir esta obra, a pesar de todo, a la querida memoria de
IGNAZ GÓWZIHER
—ese hombre de corazón de oro—que en 1911 me presentó al Mishkât; y unir con su [p. viii] nombre el de
DUNCAN NEGRO MACDONALD
quien me presentó por primera vez al autor del Mishkat. De estos dos, el último puede tal vez perdonar los errores de un alumno por la alegría filial con la que, lo sé bien, verá los dos nombres unidos, como sea o por quien sea que se haya hecho. En cuanto al primero, . . . en el seno de Abraham todas las cosas son perdonadas.
EL CAIRO
Julio, 1923.