© 2005 Jan Herca (licencia Creative Commons Attribution-ShareAlike 4.0)
Los primeros días se propuso Jesús iniciar sus ejercicios de progreso espiritual de un modo reposado pero seguro. El primer día tomó algo de alimento[1] e inmediatamente después se retiró. Excepto por el lejano sonido de algún ave, el sitio estuvo siempre silencioso y tranquilo,extrañamente tranquilo.
Sus ejercicios empezaron con tareas de concentración interior en problemas cotidianos y la búsqueda mental de soluciones. A las pocas horas empezó a tomar decisiones sobre temas cada vez más complejos. Durante su esfuerzo Jesús procuraba no aislarse del lugar, disfrutando del entorno sin cerrar los ojos y dando algún corto paseo de vez en cuando.
Oraba la mayor parte del tiempo manteniendo una conversación en voz baja con su Padre, al que llamaba cariñosamente abbá[2] o querido papá. Esta conversación conseguía enfocar sus pensamientos de un modo más eficiente en la consideración de sus planteamientos morales. Durante estas conversaciones Jesús sentía claramente una respuesta, aunque no oía ninguna voz. Era como una influencia que le atrapaba, una inconfundible presencia que le recordaba su pasado. Jesús sabía que esta sensación era debida a un ser extraordinario al que él llamaba «Monitor de Misterio», porque parecía darle instrucciones sobre lo que tenía que hacer. Nunca había sido capaz de ver a este ser, y sabía que cuando lo lograra, eso significaría su mayor logro terrenal, la sincronía espiritual completa.[3]
Tampoco se acordó de comer en esta jornada. Tanto fue así que por la noche sintió hambre y su estómago se resintió con ruidos. Trató de mantener su atención ante una cuestión que llevaba un buen rato manejando. Pronto se dio cuenta de que su control sobre las necesidades físicas había aumentado notablemente. Se daba cuenta de que podía evitar la sensación de hambre con su mente y continuar con sus esfuerzos de coordinación. Sin embargo, en ese momento tomó la decisión de que no aplicaría cualquier capacidad adquirida para fines puramente humanos. Esta decisión le hizo ver de pronto una visión ampliada de su vida y presintió todo el futuro de su existencia humana. Fue como un mazazo. Contempló con seguridad como si fuera algo del pasado que su existencia le acarrearía una muerte prematura y violenta.
Permaneció un rato asimilando esta experiencia. Jamás había sentido semejante proyección del tiempo. Su mente ampliada empezaba a demostrarle su tremendo poder de conocimiento. Pero él elegía siempre esquivar esta mente poderosa y enfrentar las situaciones diarias con su mente normal. Empezaba a mantener un control eficaz y sin esfuerzo de este poder mental. Jesús, conociendo su poder creador, había hecho aquellos últimos años numerosas pruebas de proyección mental en el futuro y en el conocimiento, y había logrado una visión de la vida muy avanzada para su época. Pero casi nunca había logrado ver del todo el futuro que le aguardaba como ser humano. Amplias cuestiones de su vida terrenal le aparecían cubiertas de un oscuro velo.
Sin embargo, aquella imagen le había transportado a un estrato superior. ¿Qué capacidades eran éstas? ¿Hasta dónde podía presentir las situaciones futuras? Jesús sentía profunda curiosidad por indagar más en este fenómeno de su intelecto. A pesar de ello, relajándose con el frescor del arroyo, dio por concluida la jornada y se retiró a cenar. Cada día percibía más claro que esta forma de sobrellevar sus poderes le estaba cambiando profundamente.
Aquella noche no pudo conciliar el sueño con facilidad. Sus pensamientos pasaban vertiginosos por su cabeza y sentía un profundo deseo de acelerar aún más sus procesos mentales. Empezaba a sentir una capacidad mejorada de comprender todo tipo de asuntos. Pero esa noche ocurrió algo inexplicable. Sus pensamientos pararon en seco. Como si se hubiera cortado un grifo. Llevaba un rato tratando de controlar su propio deseo de alcanzar más conocimiento utilizando su gran capacidad mental, cuando una nueva resolución lo cambió todo. Su comprensión del mundo se estaba acelerando vertiginosamente y en ese momento tomó una decisión de supeditar este poder a su vida normal humana. Jamás utilizaría en beneficio propio estas facultades. Aquella determinación tendría pronto efectos inesperados, él aún no lo sabía. Pero se daba cuenta de que grandes cosas estaban a punto de ocurrir. Satisfecho y feliz, poco tiempo después, se durmió plácidamente.
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Viernes, 17 de agosto de 25 (5 de elul de 3785)
El viernes era uno de los dos días semanales que había acordado para que Tiglat acudiera a traerle provisiones. A la hora convenida Jesús bajó hasta el depósito. Allí esperaba un expectante Tiglat. El muchacho parecía preocupado por su extraño amigo. Sin embargo, la expresión de Jesús era relajada y entusiasta. El niño se extrañó de encontrarle de tan buen ánimo después de haber pasado cuatro días en un paraje tan inhóspito:
—¿Alguna noticia de los osos?
Jesús sonrió y dijo a modo de saludo:
—¿Estás seguro que por esta zona hay osos?
El muchacho se rió de buena gana:
—No, creo que tú eres el único.
Tiglat apenas permaneció unos minutos. El justo para descargar la munición e interesarse por el trabajo de Jesús. Pero él no dijo nada, indicando que se trataba de una promesa. El muchacho, acostumbrado ya al mutismo del «galileo», no quiso insistir más y deseando buena suerte a Jesús, se despidió rumbo abajo.
Antes de arrear el burro, el Rabí retuvo un momento las riendas, explicando al chico que no se preocupara si no le encontraba por allí la próxima vez. Tal y como habían hablado antes de subir la montaña, Jesús se iba a retirar durante unos cuantos días y necesitaba evitar todo contacto con otras personas. Tiglat, respetuoso, asintió conforme no sin antes pedirle que extremara las precauciones.
☙ ❧
Jesús regresó al claro del megalito y se retiró a la zona de la cascada, junto al arroyo. Pasó prácticamente todo el día en oración callada, uniendo sus pensamientos al diálogo permanente con su Padre. En este estado de concentración y silencio consiguió por primera vez una abstracción completa y absoluta del mundo que le rodeaba. Al principio no quería entrar en ese estado, y pasó largo rato reflexionando sobre si era prudente que su comunión le llegara a abstraer tanto. Pero poco a poco comprendió que estaba alcanzando un control sobre sus percepciones de tal grado y magnitud que si continuaba por ese camino llegaría a dominar por completo su mente y a supeditar su cuerpo físico a este control de la mente.
Hacia el final de la tarde consiguió llegar a esa situación. Perdió por completo la noción del lugar y del momento de tiempo en que se encontraba. Afortunadamente, durante ese tiempo no ocurrió nada que pudiera suponerle un peligro. Y es un misterio pensar qué hubiera ocurrido si un oso o cualquier otro animal hubiera pasado junto al arroyo en ese momento. Probablemente algún resto de su mente le hubiera advertido de ese peligro lo suficiente como para sacarle de su estado de abstracción mental. Por suerte, nada eso ocurrió y Jesús salió de su estado cuando ya anochecía. Tiritó de frío cuando volvió en sí y se dio cuenta de que no había comido nada en todo el día y que habían pasado deprisa las horas. El lugar estaba silencioso y calmado. El agua del arroyo circulaba lentamente en el remanso. Jesús bebió un sorbo y estiró un poco las piernas entumecidas. Se daba cuenta de los progresos enormes que estaba haciendo, y que pronto iban a ocurrir cosas impresionantes. Ardía en deseos de conocer adónde le iban a conducir estas prácticas. Estaba seguro de que en algún momento cercano llegaría a alcanzar una sincronía total con su espíritu. Agradeció al Padre sus cuidados en una cálida oración y dio por concluida la jornada, subiendo a la tienda y cenando un poco de pan, queso y frutos secos. Luego se echó a dormir.
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Sábado, 18 de agosto de 25 (6 de elul de 3785)
Al día siguiente abordó con renovados ánimos sus prácticas. Se sentía profundamente cambiado y relajado, con unos enormes deseos de ir más allá de donde había llegado. Empezaba a sentir que necesitaba probarse a sí mismo, que necesitaba comprender hasta dónde podía llegar.
Se retiró a su lugar preferido junto a los saltos de agua, y entró en una profunda reflexión. Esta vez se prometió a sí mismo que no se limitaría en sus poderes y trataría de llegar allí donde su mente le llevara. Empezó con un repaso sobre los problemas generales de su tiempo, examinando cuestiones sociales y económicas para tratar de comprender dónde estaba la raíz de los conflictos y poder ofrecer algún tipo de solución. En seguida se dio cuenta de su tremenda capacidad de concentración. En apenas unas pocas horas consiguió hacer desfilar por delante de su cabeza todos los asuntos históricos de su tiempo. Todos los conocimientos humanos que había ido adquiriendo en su vida se organizaban y relacionaban a gran velocidad, e incluso cosas en las que jamás se había parado a pensar empezaron a surgir espontáneamente en su intelecto. Su mente era un vertiginoso huracán de ideas y pensamientos, pero él se sentía extrañamente calmado y distante, como si aún no hubiera empezado la dificultad.
Después de varias horas de una frenética actividad mental empezó a extraer sus primeras conclusiones. Veía claro algunos de los más graves problemas, como la esclavitud, la fractura social, la escasez de clase media, las fuerzas políticas ajenas al pueblo…, pero pronto logró vislumbrar que aunque sentía conocer el medio de atajar todos estos problemas, el problema real de fondo era la crisis espiritual, el vacío de una religión verdadera y auténtica de la humanidad. Comenzó a proyectar su mente previsora hasta el punto de notar cómo era capaz de visualizar el resultado futuro de algunas de sus propuestas y soluciones.
Jesús estaba estupefacto de lo que estaba consiguiendo hacer. Esta mente le estaba desconcertando al máximo. Pero no se descentró de su esfuerzo y siguió buscando más allá de todo el inmenso vórtice de ideas y planteamientos. En el fondo de toda su vorágine descubrió que la auténtica espiritualidad humana era el principio de los grandes logros, de los grandes cambios de la humanidad. Y empezó a comprender toda su tendencia innata a buscar un lado espiritual en todos los asuntos. Jesús empezaba a entender que su vocación de maestro en realidad se debía a una predestinación anterior a él mismo. La voz que le decía «actuá como maestro» parecía aclararse…
Entonces se relajó de nuevo y descansó un rato, tranquilizando su mente con el paisaje. En apenas segundos se rehízo de su extraordinaria experiencia. Reflexionó durante unos instantes sobre todo lo que había sido capaz de lograr. Se sentía satisfecho, se daba cuenta de que excedía con creces todo lo que nunca podía haber imaginado. Pero necesitaba saber su límite, y eso le descorazonaba.
Durante varias horas, ya entrada la noche, permaneció en suave conversación con su Padre, orando y expresando sus temores, sus preocupaciones y sus anhelos. Pedía fervientemente más claridad, más capacidad para comprender lo que le estaba sucediendo. Y agradecía profundamente toda la enorme experiencia que estaba sintiendo. Decía en voz baja, casi como hablando con el agua del arroyo:
—Yo sé que cada cosa tiene su momento apropiado, pero te agradezco Padre mío que me hayas traído aquí para ofrecerme esta última prueba. Sé que hay una razón para la paciente espera, y que a su debido momento tomaré la gran decisión. Estoy preparado para aceptarla sea cual sea.
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Esa noche consiguió dormir con dificultad. Su cabeza no hacía más que dar vueltas a su experiencia anterior. Estaba logrando que su mente se plegara ante las exigencias crecientes de su guía espiritual. Aunque aún había ciertos límites, se sentía con fuerzas para avanzar. Y no sólo era capaz de viajar hacia el pasado. Cada vez sentía más claro su futuro como maestro predicador. Adivinaba incluso qué tipo de futuro le esperaba. Se daba cuenta de que no iba a ser un camino de rosas. Que la civilización de su tiempo no estaba preparada para recibir un mensaje novedoso. Aunque también advertía que ningún otro momento de la historia antigua hubiera sido mejor.
Pensó largamente en lo que había llenado su cabeza en las últimas horas de reflexión. Jesús conocía las tradiciones judías de su pueblo y de otras culturas acerca de un inicio glorioso del hombre y de una degradación a un estado inferior, debido seguramente a algún tipo de falta. Sin embargo, se daba cuenta de muchas de las inconsistencias de estas historias. Él conocía la verdad sobre Adán y Eva, una historia que nada tenía que ver con el origen del hombre ni de la creación. Las incongruencias de los relatos del génesis tenían una plena explicación para él. Sabía de la complejidad que había llenado la historia de la civilización humana, y sentía un fuerte deseo de hacer algo por traer luz y verdad a sus hermanos carnales. Se daba cuenta de que su gran decisión, finalmente, sería convertirse en un maestro.
Forzó sus conocimientos humanos y traspasó la barrera de la prehistoria, más allá de las leyendas y los mitos. Una sabiduría superior se reveló ante él, alcanzando los orígenes del ser humano. Repasó toda la historia de la humanidad, y entonces llegaron a él los recuerdos del antiguo gobernante de la Tierra, Caligastia, el que luego sería conocido como el Diablo. Jesús tuvo la revelación de todo cuanto había de falso y de cierto en las tradiciones acerca del demonio, y entonces comprendió cuán lejos estaba la humanidad de un atisbo de la verdad. Ante su mente pasaron los largos años de evolución religiosa del planeta, y entonces pudo ver claramente y comprender de qué forma la religión había marcado los grandes cambios culturales humanos.
Jesús no ayunó durante cuarenta días. Está claro que esta idea reflejada en los evangelios está influida por las leyendas de eremitas que se retiraban a lugares inhóspitos durante muchos días con la idea de que eso les acercaba más a la divinidad. ↩︎
Abbá significaba «papá», la denominación íntima para «padre». Esta era la forma preferida por Jesús para hablar de Dios. ↩︎
Durante este tiempo Jesús está empezando a conseguir esa unificación de su voluntad con la voluntad del Monitor de Misterio que según El Libro de Urantia es el objetivo y destino de todos los seres humanos (LU 112:7.11). Aunque lo normal es que esta unificación no se consiga en esta vida, sino en la vida futura, Jesús lo consiguió a sus treinta y un años, seguramente la persona que antes lo ha logrado de toda la historia de la humanidad. ↩︎