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Domingo, 19 de agosto de 25 (7 de elul de 3785)
Al día siguiente Jesús decidió empezar una serie de ejercicios para poner a prueba sus capacidades mentales. Se aisló junto al arroyo y comenzó varias sesiones de meditación profunda. Cada vez le resultó más fácil llegar al estado de abstracción total. Pero quería más.
El domingo pasó deprisa, y a pesar de ello, Jesús se daba cuenta de que día a día sus progresos eran enormes. Estaba consiguiendo aislar su mente de su cuerpo, pero empezaba a notar que también podía aislar a ambos de todo cuanto le rodeaba. ¿Cómo podría ser esto?
El lunes y el martes lo descubrió. Empezó a desarrollar en su mente estados de consciencia nuevos que jamás había imaginado posibles. Cada vez más, cuando imaginaba algo, y concentraba su esfuerzo y deseo en ello, esto… ¡se hacía realidad! Ocurría espontáneamente, como si no fuese obra suya. Tenía muy claro que era intervención de su Padre, que su grado de acercamiento y comunión con él le estaban haciendo conseguir una realización plena de los deseos sinceros. Y empezó a pensar: «Si puedo llegar a una sincronización total de mis deseos con sus deseos, entonces estaré preparado para decidir el final».
Esto empezó a ocurrir el martes. Comenzó a desear fuertemente que su meditación no le llevara a una abstracción total de su cuerpo físico. Quería ser capaz de abstraerse de la realidad exterior, pero de sentir a su vez todo lo que le ocurría físicamente. Esa tarde lo consiguió. De forma inaudita, entró en un estado en el que rebasaba su percepción de las cosas que le rodeaban, pero en el que no perdía sus sensaciones vitales. Era como si pudiera estar al mismo tiempo en dos niveles mentales distintos. Y entonces se preguntó: «¿Podré rebasar esto y estar en muchos niveles mentales a la vez? ¿En cuántos a la vez?»
Tiglat llevaba puntualmente la comida al depósito los dos días convenidos, pero no volvió a ver a Jesús. Además, aunque ardía en deseos de saber si su amigo se encontraba bien, respetó el acuerdo y no le buscó. Observaba que la comida que dejaba en el depósito iba desapareciendo, así que supuso que Jesús no estaba teniendo problemas.
«...se dedicó a explorar el bosque, caminando por las laderas hasta una pequeña cumbre cercana.»
Los días se fueron sucediendo deprisa. El miércoles Jesús descansó un poco y se dedicó a explorar el bosque, caminando por las laderas hasta una pequeña cumbre cercana. En las últimas laderas los árboles iban cediendo, y en las zonas de umbría aún se podían encontrar bloques de nieve intactos. Jesús tomó un trozo de nieve y frotó sus manos con ella. El frío de la nieve y el hielo eran una experiencia poco frecuente para un galileo. Se sentó en la última ladera y observó el inmenso paisaje que se extendía a sus pies desde allí. Detrás de él, hacia el oeste, se alzaban las más altas cumbres del Hermón. Muy abajo se podía apreciar el sinuoso sendero que subía hasta el campamento. Apenas se podía adivinar dónde se encontraba Quinea, y tampoco se distinguía Beit Jenn. Pero al fondo se apreciaba el fértil y frondoso valle atravesado por la carretera de Damasco, y hacia el sur, se conseguía divisar, aunque con dificultad, las aguas de varios lagos, probablemente el Hule. Durante su estancia en la montaña, repitió en varias ocasiones esta visita a la cumbre.
Los días siguientes Jesús volvió a la carga, más decidido que nunca. Deseaba muchísimo ver hasta dónde le conducirían estos progresos sobrenaturales. Aún escuchaba recuerdos y voces de ese ser igual a él, y tenía presentimientos y fogonazos mentales que le transportaban de golpe hacia lugares que aún no podía comprender plenamente.
Sus esfuerzos de concentración y meditación daban sus frutos. ¡Podía obtener múltiples niveles mentales![1] Era algo prodigioso e inaudito. Sabía que la presencia de un ser Miguel como él en la Tierra podía estar ligada a nuevos y prodigiosos fenómenos. Su poder creador, entrelazado con las limitaciones de un ser humano, podían escapar a su control y originar una nueva y sorprendente forma de unión divino-humana. Algo le decía que esto tenía mucho que ver con su misión en la Tierra, pero aquello todavía formaba parte de sus oscuros recuerdos. Aún quedaban algunas cosas que aclarar sobre su misión en el mundo.
Cuando alcanzaba sus estados mentales, se daba cuenta de que podía volver a aislarse de cada uno de ellos cuanto quisiera, y seguía consciente y en conocimiento de cualquiera de los otros estados. Podía estar consciente del mundo alrededor, escuchar los ruidos del bosque y el fluir del agua, y a la vez, podía estar profundamente concentrado en todo un conjunto de meditaciones y pensamientos sobre la realidad mundial, al tiempo que podía estar buceando en planes para el futuro, al tiempo que dedicaba su mente a comunicarse con su Padre, y al tiempo que hacía otros esfuerzos. Era como si pudiera desdoblarse en muchas personas a la vez, cada una con pensamientos distintos, pero consciente de todos al tiempo.
Aquí se muestra una idea sobre qué tipo de poderes podía tener un ser celestial como Jesús. Los múltiples niveles mentales implican una capacidad de existir en varios planos, como si fueran varias personas en una, que es descrita en El Libro de Urantia con el término «reflectividad» (LU 9:7.2, LU 17:3.3). Pensemos que Jesús finalmente, tras su resurrección, se convierte en un ser espiritual sin par en su universo, pues envía el Espíritu de la Verdad, y de este modo escapa a las ataduras de la ubicación de la personalidad. Sin duda que Jesús es un ser prodigioso y excepcional. Este es el motivo de que aquí se le retrate haciendo algo más grande y coherente que convirtiendo piedras en pan, la famosa tentación del diablo. ↩︎