© 2005 Jan Herca (licencia Creative Commons Attribution-ShareAlike 4.0)
Esa noche Jesús no pudo dormir. Porque ya nada iba a ser igual. El cansancio del sueño ya nunca acudiría a su cuerpo.
Amanecía en la montaña. Los primeros rayos de luz llegaban perezosos tras unas finas capas de nubes, y en el horizonte, el mundo se curvaba bajo la cúspide de la tierra.
Jesús se retiró a solas cuando los últimos ángeles se perdieron en el firmamento, camino de sus tareas habituales. Sabía que el revuelo iba a tener a todas sus criaturas alborotadas esos días, pero sonrió para sus adentros, despreocupado. Ahora tan sólo deseaba hacer una cosa: comunicar con su Padre directamente.
Se adentró en el bosque, para evitar miradas indeseadas, y haciendo que su visión regresase al estado material, se recogió junto a unos frondosos cedros e inició su conversación.
Era extraordinario y difícil de explicar lo que le ocurrió entonces a Jesús. Su rostro empezó a cambiar a gran velocidad, con gestos y movimientos rápidos. No hablaba, pero se movía, y agitaba de vez en cuando sus manos. Parecía estar poseído, pero en ciertos momentos, cuando paraba su agitación, se notaba que seguía siendo el mismo. No se oía a su interlocutor, pero Jesús parecía estar hablando con «alguien», y escuchando a «alguien». Su voz era apenas perceptible, pero cuando Jesús hablaba salían palabras muy entrecortadas de sus labios, y el idioma que empleaba no era nebadoniano ni nada que jamás hubiese sido pronunciado antes en la Tierra por ningún ser.[1]
Permaneció así durante varias horas seguidas, sin mostrar ningún síntoma de cansancio o gesto de incomodidad. Estaba como ausente, al margen del lugar que le rodeaba. Sus rápidos movimientos se debían, quizás, a la gran velocidad de su conversación. Jesús era capaz de comunicarse transmitiendo billones incontables de datos al instante, y recibiendo un enorme volumen de información[2]. Lejos quedaban sus limitaciones de días anteriores. La era del Hijo Creador había regresado. Jesús disfrutaba de nuevo de todo su poder y potencial.
Eran infinitos los asuntos que requerían la atención de Jesús. Durante casi treinta años nadie en todo un universo había podido contar con él para la gestión de su magno señorío. En todo este tiempo, infinidad de cosas habían sucedido en el cúmulo estelar de su gobierno que reclamaban de nuevo su atención. Una rebelión, el asunto más grave de todos, que afectaba a más de una treintena de planetas, entre los que se encontraba la Tierra[3], y además, la evolución de miles y miles de otros planetas, todos con sus problemas y dificultades. Para todos ellos Jesús, ahora en calidad de Salvin, volvía a ejercer como padre y maestro, retomando todas las adjudicaciones que habían quedado pendientes en el momento de su encarnación.
Nadie puede saber qué hablaron Salvin y su Padre del Paraíso, porque estas conservaciones rayan con los misterios universales, pero es probable que todo fuera una especie de vuelta a casa, un regreso al abrazo amoroso de un Padre al que Jesús, durante muchos años, había tratado desde la fe, pero nunca desde la certidumbre.
Cuando pasaron varias horas Jesús volvió a su estado normal y regresó al campamento. Su primer contacto con el Padre había terminado. En el claro del bosque Jesús se hizo con las provisiones y se preparó un apetitoso almuerzo a base de pan, aceite y un poco de pescado salado. Jesús seguía decidido a continuar su vida humana como hasta ahora, sin que la nueva situación significase ninguna diferencia. Pensó largamente en todas estas cuestiones, como, por ejemplo, qué iba a hacer con su nueva consciencia. ¿Dormiría por la noches y perdería la noción del tiempo o permanecería consciente, usando su poder divino? ¿Y cómo afrontaría eventualidades como una enfermedad, o una agresión? Aún peor, ¿qué muerte le aguardaría? ¿Viviría largamente y luego se despediría de sus seres queridos en la Tierra como un respetable anciano? ¿Permanecería sólo un corto tiempo antes de partir? Algo le decía que su vida no iba a resultar muy fácil en Judea, entre sus compatriotas.
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Por la tarde reanudó sus conversaciones con el Padre. Así continuó durante dos días. Jesús sólo paraba para ir a tomar algo de alimento y descansar un poco, aunque la realidad es que no lo necesitaba. Era perfectamente capaz de permanecer durante horas en ese estado estático de agitación nerviosa en el que se sumía cuando contactaba con el Padre. Nada interrumpía estas conexiones. Jesús se sentaba a la turca junto a algún cedro, y pasaba las horas a gran velocidad. Palabras sueltas salían de su boca, a veces algún nombre propio de alguien terrestre era pronunciado en lengua aramea, pero la mayor parte del tiempo, todo resultaba sumamente ininteligible. Un nombre que Jesús pronunció varias veces era Juan. ¿Estaría Jesús hablando de su primo, el que ahora ganaba fama como predicador? Posiblemente.
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Sábado, 8 de septiembre de 25 (27 de elul de 3785)
El sábado Jesús pronunció al fin unas palabras comprensibles. Llevaba un buen rato sumido en su éxtasis, cuando se silenció, e incorporándose, salió de su estado. Miró hacia lo alto, hacia ese prístino cielo de la montaña, e hizo una última súplica:
—Padre, ahora que todo ha sido consumado y se han cumplido las disposiciones universales, entro en mi nueva etapa con el ánimo de recuperar el trabajo de acercamiento a mis hijos del pecado.
› Deseo que se permita a mis hijos rebeldes acudir ante mi presencia y que se les conceda la libertad del movimiento. Que puedan utilizar un transporte seguro para visitarme y obtener un nuevo y definitivo ofrecimiento de rehabilitación.
› Para este cometido desearía enfrentarme únicamente con mis fuerzas humanas, acompañado del Monitor de Misterio, y no utilizar en ningún momento mi fuente sobrenatural de conocimiento ni mi poder universal de sabiduría.
La descripción de los cambios súbitos en el rostro de Jesús cuando se comunicaba con su Padre es un dato sacado de El Libro de Urantia (LU 148:3.5) ↩︎
Existen idiomas en las esferas celestiales en las que la comunicación entre personas multiplica por millones lo que una conversación casual puede ofrecer en la Tierra (LU 44:4.3-4) ↩︎
Esta rebelión, conocida como la «rebelión de Lucifer», es la tercera y más extensa sublevación ocurrida en el universo de Jesús en contra de su gobierno, y ocurrió hace 200.000 años (LU 53:4.1). La primera se conoce como la «rebelión de Lutentia» y ocurrió hace 850 millones de años (LU 119:2.1); la segunda rebelión de este tipo ocurrió hace 700 millones de años (LU 119:3.1). Ambas fueron resueltas en su momento, mientras que la rebelión luciferina aún espera su resolución final. ↩︎