© 2005 Jan Herca (licencia Creative Commons Attribution-ShareAlike 4.0)
Juan encontró a Jesús en casa de Lázaro, pero el Maestro no deseaba regresar todavía a Cafarnaúm. Aún necesitaba continuar durante más tiempo retirado a solas, y le rogó que regresara con su familia al lago. Su padre le necesitaba en el taller y con la pesca, y le había prometido a Zebedeo que regresarían después de la fiesta.
Juan trató por todos los medios de que Jesús le permitiera quedarse más días con él. Pero a pesar de las buenas intenciones del joven amigo, el Rabí insistió:
—No es necesario que tú lleves la misma carga que el Hijo del Hombre. Sólo el vigilante debe permanecer en vela mientras la ciudad duerme en paz. No te preocupes por mí, hijo. Estaré bien. Regresaré a Cafarnaúm en cuanto haya terminado de adjudicar todos mis asuntos pendientes.
Juan no quiso preguntar qué significaba aquello de «sus asuntos pendientes». Imaginaba que Jesús se estaba preparando para algo importante, y aunque deseaba de todo corazón poder estar a su lado en estos momentos tan extraños, entendía que su adorado ídolo necesitaba poder retirarse a solas.
Jesús se despidió de Juan y también de Lázaro, Marta y María. Les prometió que regresaría con frecuencia a visitarlos, y agradeció profundamente su hospitalidad. Pero ellos no lo consideraban un huésped; para los tres hermanos Jesús era como uno más de la casa, de modo que incluso disponían de una habitación reservada para él.
Cargó con un pesado fardo con comida y unas mantas, y salió rumbo al sur, volviendo a dejar a sus amigos con la duda en sus corazones. Juan, despidiéndose de la familia, regresó con sus tíos a Jerusalén. Al día siguiente salió con ellos desde Bezatha camino de vuelta al mar de Tiberíades.
☙ ❧
Jesús pasó una semana completamente a solas, como lo había hecho en el monte Hermón, en las colinas al sur de Betania, en el mismo lugar donde había pasado los últimos días cuanto salía cada día de casa de Lázaro. Sin embargo, el amigo del Maestro y sus hermanas ya no volverían a ver a Jesús por un tiempo. Durante esta semana Jesús comió frugalmente y evitó las carreteras, aislándose en una colina y bajando periódicamente a una fuente para beber y coger agua. Dedicó esta semana a continuar con sus esfuerzos por retomar los asuntos de su gobierno universal. No pasó nada digno de mención porque su recogimiento fue total. Apenas paraba para dormir, puesto que como nadie le veía, evitaba gran parte del tiempo de sueño. Se sentaba junto a unas piedras y, entrando en un profundo estado de trance, se aislaba por completo del lugar. Podía permanecer en ese estado durante horas y horas, pero siempre se obligaba a sí mismo a volver, regresar a la realidad y procurarse algo de comer y beber. En alguna ocasión acudió a la aldea cercana de Beth Abudison para comprar víveres, pero no causó extrañeza en ninguno de los aldeanos, que estaban acostumbrados a la presencia de gran cantidad de peregrinos procedentes del sur.
Con todo este comportamiento Jesús seguía sus dictados de no utilizar su poder sobrenatural para satisfacer sus necesidades naturales. Aunque sentía a veces la tentación de utilizar su poder para sobreponerse al cansancio físico o al hambre, evitaba siempre estos medios, prefiriendo poner un remedio humano. Su objetivo era vivir una vida humana plena y con todas sus consecuencias, y tampoco quería que en el futuro los que le conocieran vieran en él cosas anómalas y superhumanas. Deseaba ser uno más entre los hombres y atraer a la verdad a la humanidad sólo con la fuerza invaluable de la fe.
Después de este período de intensa concentración, Jesús abandonó el lugar. Unas pocas piedras alrededor de un fuego extinguido fueron todo el rastro que quedó de la presencia de Jesús en lo alto del montículo.
Jueves, 10 de octubre de 25 (30 de tishri de 3786)
Terminando el mes de la festividad judía, cuando la luna empezaba a ocultarse por las noches, Jesús dio por terminado su trabajo y se decidió a regresar. Viajó en dirección norte, saliendo hacia Samaria, y evitando entrar en Betania y en Jerusalén. Pasó por Ataroth y Masefá hasta Beeroth. Allí tomó algo de alimento en un mesón y continuó camino hacia Sicar por una de las rutas septentrionales. Hacía tiempo que no utilizaba este camino y tuvo que preguntar para cerciorarse de que llevaba buen rumbo. Esta carretera estaba mucho menos frecuentada que otras. Se decía que se apostaban muchos bandidos en las encrucijadas, en espera de algún viajero solitario. Sin embargo, Jesús iba en permanente contacto con las fuerzas espirituales superiores, y sabía en todo momento el peligro que le podía acechar. Había más de mito que de realidad en esas historias de bandidos. Estas bandas de forajidos habían sido un tormento constante en la época del legendario rey Herodes, pero ahora eran menos frecuentes. El escaso tráfico de esta vía estaba causado, más bien, por la eterna rivalidad que fomentaban los judíos contra los samaritanos.
Jesús llegó por la tarde a Sicar, cerca del monte Gerizim. El cielo se estaba cubriendo con unas espesas nubes que presagiaban tormenta, y con buen criterio, Jesús decidió no continuar más el camino. Apenas había posadas entre Sicar y Beth Sheán, y no sería nada agradable encontrarse bajo la lluvia en mitad del viaje.
Dejó una señal en la posada y dedicó la última parte del día a comunicar con las entidades del espíritu. Sentía una profunda necesidad de aislarse y retirarse a algún lugar donde no pudiera ser visto. Sus actividades de contacto con el mundo espiritual estaban necesitando de visualizaciones y fenómenos que no convenía que fueran observadas por ningún espectador humano. La impresión sería demasiado chocante. En ocasiones, alguno de los seres con los que Jesús se comunicaba se hacía semimaterial, y su brillo espiritual se traducía en algún tipo de destello luminoso, ocasionando extraños espectáculos de luz en las cercanías de donde se encontraba Jesús.
Sin embargo, poco pudo permanecer en la falda del monte Gerizim, porque empezaron a caer las primeras gotas de agua al poco de alcanzar las pendientes inferiores.
Continuó camino por la mañana, después de una noche interesante. Jesús parecía más contento, y mucho debía de haber influido el contacto que había establecido esa noche con las fuerzas celestiales. Continuaba sin perder la consciencia por la noche. Jesús ahora conjugaba dentro de sí de forma extraordinaria dos personalidades. Exteriormente parecía un judío más, un hombre más de su tiempo. Su cuerpo estaba engordando un poco, ganando el peso que había perdido en el monte Hermón. Su rostro estaba bien poblado de barba, pero apenas había cambiado en aquel tiempo. Sin embargo, interiormente, Jesús era total y completamente otro ser distinto, un ser de un poder y unas características impensables. Era Salvin, el creador de toda una inmensa parcela del universo, el dirigente espiritual de más de tres millones de planetas habitados, mundos con otras civilizaciones similares a La Tierra.
¿Cómo podía ser esto posible? Ni siquiera muchos de los seres espirituales con los que Jesús estaba en contacto se explicaban esta situación. ¿Cómo podía un ser como Salvin adoptar una forma humana y vivir como uno más de los hombres sin causar extrañeza ni sospechas, de forma tan incógnita? Apenas le delataban a Jesús sus gestos y su modo de desenvolverse. Quienes le habían conocido durante largos años, advertían un gran cambio en él. Pero nadie imaginaba siquiera el cambio colosal que subyacía en silencio bajo la aparente normalidad de Jesús. Ninguno de sus amigos y familiares se percató jamás de hasta qué punto él ya no era igual.
☙ ❧
Cuando se aproximaba a Escitópolis, la nueva Beth Sheán, los murallones de la cadena montañosa del Gilboa se plantaron ante él, altivos e insistentes, en un paisaje húmedo de campos recién roturados. La carretera se aproximaba hasta apenas unos pocos metros de la gran ciudad gentil, y el bullicio de aquella populosa urbe de la Decápolis podía oírse desde bien lejos.
Sin embargo, Jesús tenía otros planes. Se desvió en dirección norte, y bordeando las laderas de la montaña, recorrió unas cuantas millas romanas en paralelo a las fértiles tierras del nahal Harod. Multitud de aves migratorias graznaban en las charcas que se formaban en este fértil valle, formando un ensordecedor festival de cigüeñas, patos y cormoranes. Aquel valle, cargado de significación histórica, había sido en el pasado escenario de crueles batallas, cuando Israel todavía no era un gran reino. Antes de llegar a la aldea de Jezreel, Jesús se salió del camino y se internó en el sotobosque de la montaña. Procurando evitar las sendas frecuentadas, ascendió con paso ligero por las laderas. En unas pocas horas alcanzó una de las cimas del Gilboa.
Desde allí la vista era espléndida. Nunca antes había subido aquella montaña. Desde la cumbrera se podía divisar, fácilmente, hacia el norte, el monte Tabor, y más cerca, el monte Moreh. Jesús dirigió la vista hacia el horizonte, pero el cielo encapotado apenas dejaba divisar la hilera de colinas próximas a Nazaret, su pueblo natal. Se quedó pensativo, recordando los viejos tiempos en la pequeña ciudad, y una sombra de tristeza pasó por sus ojos. Muchas puertas se habían cerrado allí para él, muchas enemistades declaradas… Pero recobró el buen ánimo con el recuerdo de los amigos fieles y de la familia. Y lleno de renovada confianza, empezó a buscar un lugar donde establecer el contacto.
☙ ❧
Pasó la mayor parte del día escondido entre la espesura de las laderas del Gilboa. Allí, recogido bajo la copa de un terebinto, entró en su estado habitual de trance. Permaneció estático e inmutable durante nueve horas seguidas. Nada ni nadie pasó por allí cerca durante ese tiempo, porque de ser así habrían creído que se trataba de un muerto. Ni un solo músculo se movió lo más leve durante este tiempo. Nada de lo que rodeaba al Maestro parecía afectarle. De pronto, como si fuera lo más normal, cuando el sol empezaba a ponerse por el horizonte, abrió los ojos, y levantándose, se dirigió hacia la cumbre.
No parecía cansado ni sus piernas daban la sensación de estar entumecidas. Sencillamente, lo mismo que había estado nueve horas podía haber estado noventa. Jesús conseguía supeditar su cuerpo y su mente a las exigencias de su espíritu de un modo espectacular.
Desde lo alto, en medio de la tormentosa noche, un paisaje opaco caía suavemente sobre los valles y los montes. Hacia el este, hundido entre la espesura de una vega fluvial, se distinguían las luces intermitentes de una populosa urbe. Era Escitópolis. Más allá, dispersas como joyas en un tapete, pequeñas aldeas chispeantes brillaban entre los claroscuros.
Jesús tomó asiento en una piedra y esperó pacientemente. Apenas se veía nada, pero aquello parecía no preocuparle en absoluto.
Pasaron tan sólo diez minutos hasta que el Rabí reaccionó de nuevo. Levantó la cabeza y miró hacia el cielo, allí donde la estrella polar marcaba los rumbos. De pronto, una tenue banda luminosa recorrió esa zona del firmamento, quedando inmóvil. Permaneció en ese estado un tiempo, y el punto se volvió más tenue si cabe, un poco menos que una estrella.
En ese momento Jesús se incorporó, y de pronto, como un mazazo, un chorro de luz como un rayo se precipitó en picado desde el cielo, cayendo apenas a diez metros del Maestro, que no se inmutó siquiera.
En apenas un segundo, el rayo de luz desapareció sin dejar rastro. Quienquiera que hubiera visto aquel fenómeno desde la distancia, sin duda lo habría asociado a una descarga de la tormenta. Pero sobre la cumbre del Gilboa, las cosas eran muy distintas. Allí, de pie junto a Jesús, dos extrañas criaturas un poco más altas que el Rabí, con una tenue aureola de luz alrededor del cuerpo, permanecían sorprendentemente quietas, paradas en medio de la noche frente al Maestro.
Estos seres eran completamente diferentes a cuantos se habían presentado en la Tierra ante Jesús hasta el momento. Apenas podían distinguirse en ellos facciones o rasgos, aunque eran de constitución común, con brazos y piernas fuertes. Todo su cuerpo brillaba con una luz azul apagada, que se desprendía y se difundía por el aire como si sus cuerpos estuvieran ardiendo.
Sin embargo, Jesús parecía conocerlos de sobra:
—A vosotros dos esperaba veros desde hace varios días… —dijo a modo de saludo.
Un sonido gracioso y diferente, como una ligera risa, salió de las criaturas, y de pronto, coloreándose su luz de un verde esmeralda, sus rostros se perfilaron dejando apreciar un rostro bellísimo, de ojos rasgados y grandes con pupilas intensamente luminosas, de un color irisado y variable.
Jesús, olvidando cualquier tipo de protocolo celestial, se acercó a ellos y se fundió en un amoroso abrazo, permaneciendo unos segundos con cada uno.
—Hermano, es un honor y un privilegio estar contigo esta noche. En nombre de todos los Hijos de las Mansiones Eternas, te traemos todo el amor y la unidad del espíritu de nuestros Padres del Paraíso.
El otro ser, casi gemelo con el primero, dijo:
—Te traemos buenas nuevas, hermano. La espiritización de tu contraparte encarnada ha iniciado su proceso de reflectividad en la esfera de Sonarigtón y ya está en camino de producir tu revestimiento del poder impersonal, permitiéndote escapar de la limitación de la personalidad. Este registro se ha efectuado hace tres días de tiempo de este planeta y está asentado en los espejos vivientes del gran templo de nuestra sede central. Por siempre y para siempre, a partir de este momento, quedas entronizado con rango de Hermano Mayor en los mundos del Padre. Todo el universo se muestra gozoso y jubiloso de este nuevo logro de la Hermandad de Hijos Creadores del universo y te aclama como otro fiel heraldo de la Palabra Viva y Eterna, en igualdad a todos los que como Tú alcanzaron la grandeza por la vía de la realidad experiencial.
Jesús mostraba una enorme sonrisa de felicidad y sus ojos temblaban traicionando su emoción. Pero conteniendo la lágrima y suspirando profundamente, se secó con gesto rápido las mejillas, e invitó a sus huéspedes a sentarse.
El lugar había quedado débilmente iluminado, con un resplandor verdeazulado llenando una circunferencia de unos veinte metros. Los seres eran como dos antorchas vivientes, pero con un aspecto angelical bajo su capa luminosa. Por espacio de una hora, Jesús y estos dos representantes del mundo del espíritu, conversaron en animada charla. Ambos personajes hablaban un arameo impecable y no tuvieron el menor reparo en adoptar este lenguaje en sus palabras con el Maestro.
Durante todo el tiempo, el Rabí pareció muy interesado por los acontecimientos del lugar distante desde el que venían estos amigos:
—Contadme, ¿qué noticias hay de los hermanos del norte? ¿Han progresado en sus esfuerzos por coordinar sus influencias espirituales con la personalidad suprema?
Los otros hablaban por turnos, como si cada uno fuera un experto en sólo una parte de la historia:
—Aún continúa el ensayo cósmico. Tras los triples intentos de trinidizar parte de su personalidad espiritual en el seno de las fuerzas de nuestro mundo, se ha descubierto que aún será necesario incorporar más fuentes de energía espiritual provenientes del mundo experiencial, por lo que como podrás imaginar la expectación es máxima.
—Sí, pero nuestra orden tiende a explicar que aún es muy pronto para ver los efectos de esta triunificación en vuestro universo. Serán necesarios muchos eones hasta que se completen algunos de los menores planes del Padre, de modo que no hemos dejado de solicitar paciencia y discreción sobre estos aparentes logros.
—Como comprenderás, todas las entronizaciones de Migueles Mayores suponen un aliento para estos esfuerzos, por lo que se ha celebrado muy gratamente tu éxito. Otros cien hermanos del sur, más allá de las fronteras de la galaxia visible, están cerca de seguir tu camino. Y el número de tu orden aumenta sin parar en toda la creación. Predecimos que este aumento en la unificación de criatura y creador proporcionará en relaciones cada vez mayores una actualización del Ser Supremo que acelerará enormemente la gran triunificación.
Extrañas palabras que sin embargo Jesús entendía perfectamente. Al parecer, en otros lugares distantes, otros seres Migueles como Salvin también seguían un plan elaborado de encarnaciones en la forma de sus criaturas. En todo el universo ésta era la manera en que los Creadores como Jesús ganaban la experiencia de vivir la vida que ellos habían creado.
☙ ❧
—¿Te has dejado muchas ideas en esa cabeza creadora?[1]
Jesús se rió de buena gana, y sus compañeros, contagiados, rompieron en carcajadas.
Jesús se puso algo más melancólico:
—Bueno, hay miles de proyectos, quizá decenas de miles, que nunca llegarán a la luz en esta edad universal. Para mí ha llegado la hora de asentar Nebadon, de hacerlo más habitable y gobernable. Pero no me preocupa en exceso la pérdida del poder del diseño creativo. Renunciaré con gusto, sin dudar. Sé positivamente que en esto, como en todo, estamos en las manos del Padre, y estoy convencido de que él ya ha pensado qué hacer con todos esos planes no expresados de nuestra orden. Algo de todo esto enseñan los Mensajeros Poderosos cuando dicen que los universos que se están formando en todas las direcciones del espacio buscan el propósito de satisfacer niveles aún mayores de creatividad creacional.
Los seres asintieron a las palabras de Jesús. El Maestro se aventuró a preguntarles por «el gran día», «el momento en que el Padre certificaría el éxito de la encarnación». Sus amigos sonrieron, encantados con la nueva impaciencia de su siempre sosegado anfitrión.
—El momento está muy próximo. Aunque estos destinos sólo los conocen los más altos Padres del Universo Central. Cuando ocurra, ya sabes que tu Monitor adquirirá una personalización y un poder nunca antes vistos en tu cúmulo estelar…
Jesús había dejado perder su mirada con el recuerdo y parecía en otro mundo:
—¡Cuánto deseo regresar a Havona! Tanto tiempo hace ya…
Los otros se mostraban llenos de satisfacción:
—Pronto, muy pronto, amigo. Tienes una enorme familia preparando tu regreso. Habrá una gran celebración, de eso puedes estar seguro.
—Antes tendrás que realizar la gran elección, «el camino» a escoger. ¿Has pensado ya sobre ello?
Jesús se puso serio y asintió, haciendo ver que no pensaba en otra cosa.
—No te angusties. Tu Brillante Estrella Matutina ha sido autorizada para abandonar la capital de la creación y vendrá a visitarte en breve. Junto a él podréis discurrir sobre estos asuntos. Él te traerá los consejos de tu Emmanuel de Nebadon, Emmavin.
Jesús agradeció su consuelo.
—A pesar de que percibo el trágico desenlace, el destino de los hombres nunca está escrito y la voluntad del Padre siempre está presente, en paciente y respetuosa espera. Podría vivir una vida renunciando a mi condición humana, abandonando esta tierra y a este pueblo, acudiendo a otros pueblos más preparados para recibir una nueva revelación. Pero entonces me traicionaría como hombre, traicionaría mis altos sentimientos de amor hacia mis paisanos terrenales. Me debo a ellos del mismo modo que ellos me han dado todo en esta vivencia irrepetible de la experiencia humana. Ellos nunca lo sabrán, pero amo profundamente a este pueblo judío. Y aunque muchos de sus fieles compatriotas me rechazarán y rechazarán la Palabra, nunca, nunca se les tendrá en cuenta ese desaire. Allá en todos los mundos donde la historia de mi vida se narre, mis palabras de agradecimiento y profundo cariño siempre irán juntas para mis hermanos de la carne. Este pueblo ha sido realmente extraordinario en el pasado, y sin duda que están llamados a un extraordinario destino en el futuro, junto a todo este planeta.
El encuentro con estos dos seres en el Gilboa proviene de esta frase de El Libro de Urantia: «Camino del hogar, pasó un día y una noche de soledad en las laderas de Gilboa» (LU 134:9.5). Tomando de forma un poco libre esa «soledad» se ha introducido en este pasaje un encuentro con dos seres. Son dos Hijos Creadores como Jesús, de la orden especial de los Hijos Maestros Séptuples, aquellos que han logrado realizar las siete encarnaciones en la forma de las siete órdenes principales de sus seres creados. Cuando uno le pregunta a Jesús si se ha dejado muchas ideas por crear se debe a que una vez un Hijo Creador entra en la orden los Hijos Maestros (o Hijos Mayores), ya no puede variar el esquema y diseño de su universo, sino que tan sólo puede asentarlo y completarlo (LU 21:5).
Esa conversación tan críptica que tienen sobre «triunificaciones» se refiere al destino de toda la creación, el destino que tenía en mente el Padre Universal al iniciar el proceso de formación del universo. La compleja idea viene explicada en el documento 106. ↩︎