© 2005 Jan Herca (licencia Creative Commons Attribution-ShareAlike 4.0)
Aunque aquel día glorioso y pletórico Jesús se rodeó de miles y miles de escuadrones de leales hijos e hijas, sin embargo, cuando el día decayó y fue llegando la noche, un triste y sombrío recuerdo regresó a la mente de Salvin.
Gabriel y Jesús volvieron a la cueva para descansar, prometiendo ver a todos sus hijos al día siguiente. Fue un espectáculo único y prodigioso, aunque invisible a la vista humana, observar a estos miles de millares de seres despegar por el cielo y trasladarse hacia sus sitios de trabajo o reposo.
Cuando la quietud espiritual se depositó de nuevo sobre la fría montaña de Perea, Jesús y Gabriel discutieron largamente sobre unos seres a quienes llamaban «los hijos rebeldes». Muchos de estos seres renegados estuvieron presentes en la cumbre boscosa del Hermón, cuando sus caudillos Satanás y Caligastia concurrieron en representación de Lucifer. Pero ninguno de ellos se había dignado a presentarse en este día y ofrecer felicitaciones a su nuevo gobernante universal.
Aunque el mundo de la época de Jesús y toda la humanidad desde entonces hasta hoy ha considerado las historias sobre ángeles y demonios como leyendas más o menos ciertas, el Maestro conocía muy bien la verdad sobre estos seres.
Lo que se suelen llamar demonios en realidad han sido ciertos serafines, querubines y otros seres medio angélicos llamados intermedios, que allá en el pasado distante, se habían rebelado contra el gobierno de Salvin, proclamando su indeterminación, y creando gobiernos planetarios autónomos.
Sin embargo, mucho de lo que se les ha atribuido es falso. Estos seres nunca han buscado la forma de penetrar en la mente de los hombres y controlarla, ni han provocado sufrimientos físicos indiscriminados. Más bien, su deseo ha sido interferir en los asuntos espirituales de los planetas habitados. Han causado en nuestro mundo y en otros mundos mucha confusión y tribulación, pero sobre todo religiosa. Han impedido que las grandes revelaciones espirituales produjeran sus esperados beneficios a la humanidad. Su único deseo es no plegarse a las órdenes de nadie incluso si estos mandatos se asemejan a su forma de pensar.
Han tenido libertad y autonomía para perseguir sus infames designios durante cientos de miles de años, tantos que muchas personalidades del mundo celestial se interrogaban sobre cuánto más tiempo iba a permitir Salvin este desaire. Y era un comentario general y una opinión común que la presencia de Jesús en la Tierra, el Hijo Creador, iba a significar profundos cambios en esta situación de rebeldía, quizás incluso el final definitivo de este levantamiento.
Pero la verdad es que Jesús no y Gabriel no tomaron ninguna resolución por el momento. Esa oscura noche, entre las sombras de los matorrales y los arbustos, una sombría congregación contemplaba con interés, en la distancia, la diminuta cueva donde discurrían Jesús y Gabriel.
Los seres rebeldes, con Belcebú[1] a la cabeza, el líder de todos ellos, un ser de la orden intermedia, habían averiguado la noticia de la entronización de Salvin. Formaban un grupo de más de cien mil, pero allí se habían dado cita sólo los líderes más destacados. Miraban con preocupación aquella colina distante, y aquella silenciosa oquedad, por la que salía un discreto halo de luz. Sabían que su final podía estar cerca. ¿Qué podría pasarles si Jesús hacía uso de su nueva autoridad?
Belcebú no es sólo una leyenda. Es realmente un ser. Ha existido desde hace unos quinientos mil años. Fue un líder nato con buenas dotes organizativas. Un ser de alta comprensión espiritual. Pero se corrompió terriblemente con las intrigas de Satanás. Vio la posibilidad de obtener un gran poder y dio rienda suelta a sus satisfacciones personales y a su sed de gobierno autoritario.
Aún así, todas sus maquinaciones no le sirvieron de nada esa noche. A pesar de que sintonizaba con los canales espirituales, y escuchaba todas las transmisiones planetarias, nada pudo captar proveniente de la lejana caverna. Jesús y Gabriel, sabedores de que muchos oídos indeseables se cernían en la distancia sobre ellos, conversaban la mayor parte del tiempo usando su comunicación mental protegida. Ni todos los oídos afilados de los serafines más oscuros eran capaces de percibir la conversación de su Hijo Creador y su «Brillante Estrella Matutina».
No pudieron averiguar, pues, que Jesús había decidido no hacer uso de su poder, al menos todavía, y clausurar la rebelión luciferina, enviando a todos los rebeldes a prisión y a juicio. Su decisión había sido la de ofrecer un tiempo más de reflexión, un período en el que intentaría tender de nuevo la mano a sus hijos desleales. Sabía de los peligros que eso conllevaba. Estaba seguro de que intentarían interponerse en su labor de predicación y de revelación, y que buscarían el modo de hacerle fracasar. El mundo de su época era un torbellino de odios raciales y de injusticias sociales que no ayudarían en nada a su trabajo. Sabía que estos hijos pecaminosos y pertinaces no cejarían en su empeño de desbaratar las buenas influencias espirituales del mundo y buscarían sólo las suyas propias, aprovechando la confusión social existente.
Mucho parlamentaron Jesús y su querido primogénito con Nebadonia, la madre espiritual, sobre todos estos difíciles temas. Y por más que analizaban todas las posibilidades, más tenebroso y delicado se cernía el futuro en el horizonte. Aquella noche que nunca acabó Jesús conversó largamente con su Padre del Cielo, pidiéndole consejo y sabiduría para los complejísimos problemas que se le avecinaban.
Belcebú aparece mencionado por este nombre en LU 53:1. También menciona otro ser rebelde que sin duda estuvo en este grupo, Abaddon. Respecto a Belcebú, este nombre proviene de un demonio hebreo, nombrado como Baal Zebub, o «señor de las moscas». Es posible que los hebreos antiguamente pretendieran demonizar al dios semita Baal, y uno de los Baales adorados lo fuera en un lugar llamado Zebub. Como los sacrificios a los dioses se solían dejar a la intemperie, estos lugares de culto a Baal hay que imaginarlos como llenos de moscas alrededor de las ofrendas. De ahí quizá el nombre de Zebub para ese lugar (Wikipedia). Llama la atención que los autores de El Libro de Urantia se plieguen frecuentemente a usar nombres sacados de la mitología hebrea, como Miguel, Emmanuel, o Belcebú. ¿Son nombres reales, o aprovechan un nombre hebreo que tiene similitudes con el auténtico nombre celestial? ↩︎