© 2005 Jan Herca (licencia Creative Commons Attribution-ShareAlike 4.0)
El día que Jesús se marchó del campamento de Pella fue el más duro de toda la vida de Juan[1]. Sus discípulos deseaban hablar con él, interrogarle. Pero su decaimiento era total. En su mente se enredaban, atormentadores, los anhelos y esperanzas con la dudosa realidad. Ahora empezaba a percibir que Jesús nunca satisfacería sus visiones mesiánicas. Se había pasado años estudiando a los profetas antiguos hasta casi volverse como ellos y hablar como ellos. Había aprendido de todos los maestros posibles, extrayendo de sus enseñanzas cualquier atisbo de verdad, tratando de desvelar el misterio sobre el destino de Israel. Y siempre había creído que la clave estaba en su primo. Pero ahora…
Se retiró a solas durante todo el resto del día, y se negó a hablar con sus seguidores, los pocos fieles amigos que se habían negado a desertar y seguir a Esdras. Se sentía descorazonado, hundido. ¿Qué sentido tenía todo ya? Su obra estaba hecha, y Jesús no parecía querer continuarla. O por lo menos no de la forma que él esperaba.
Los discípulos de Juan vivieron horas muy tensas ese día. Hubo muchos debates y enfrentamientos. Pero Abner se erigió en firme defensor del Bautista y consiguió aunar a sus compañeros en su decisión de continuar. El confiable discípulo se convirtió en el único baluarte del Bautista durante esas horas difíciles.
Todos se hacían la misma pregunta: ¿debían abandonar a Juan como habían hecho los cafarnaítas y seguir al «galileo», o bien debían continuar?
Abner planteó la idea de que Jesús quizá se proponía iniciar con varios discípulos una avanzadilla en el norte, y que posiblemente en un futuro ambos grupos se unirían en su esfuerzo combinado por traer el reino. Por eso, animó a todos a que continuaran en sus puestos, siguieran bautizando y predicando, y trataran de aparentar ante las multitudes que todo transcurría con normalidad.
A las gentes que vinieron a consultarle, después de un largo y memorable discurso, les envió de regreso con estas últimas palabras:
—Sed pacientes. Aunque aún no comprendemos algunas cosas, cuando el reino llegue a su cumplimiento se harán claras para todos nosotros.
☙ ❧
Al día siguiente, Juan consiguió rehacerse un poco. Después de una noche interminable sin poder conciliar el sueño, se reunió con su grupo de íntimos. Este grupo había decaído de casi treinta componentes a tan sólo quince, después de la fuga en masa provocada por el altercado con Esdras. Casi todos eran antiguos compañeros de Juan en la comunidad nazarea de En Gedí, entre los que estaban Abner, Ezequiel, Jesús, Isador, Ismael, Jacob, Recab y Jonatán. Ninguno consintió en seguir a Esdras, aunque algunos tenían sus dudas sobre la continuidad del movimiento de Juan.
Cuando Juan volvió a dirigir la palabra a los peregrinos en la gran explanada, un cambio muy notable surgió en su predicación. El primer día habló enigmáticamente, en forma de circunloquios, dando a entender que había estado entre ellos el Mesías esperado, pero el segundo día ya no lo dudó más y habló abiertamente, expresando sus ideas con concisión:
—El Hijo de la Promesa, el enviado profetizado por los antiguos, nos ha visitado. Él ha pasado la prueba del desierto como hiciera Moisés al atravesar Egipto con las tribus en busca de la tierra prometida. Allí ha permanecido sin comer, ni beber, ni dormir. Y el Señor lo ha confirmado manteniéndolo con vida a pesar de sus privaciones.
› Ahora se encuentra en el norte, pero pronto vendrá con gran poder por toda la tierra de Israel, e irá a Jerusalén, para inaugurar allí el reino eterno. Y destruirá los torreones que la custodian con sólo un grito de su voz, y se sentará en el trono divino, que no está hecho por mano del hombre, y desde allí empezará un período de siete años en el que toda la Tierra y sus habitantes serán juzgados por él.
› Porque ya trae en su mano el bieldo. Va a comenzar la siega, y luego separará el grano de la paja. El grano será honrado con la permanencia eterna y el dominio, pero la paja será extinguida para siempre. La quemará con un fuego eterno como se abrasa un bosque en la noche, y ya nada detendrá ese fuego.
La gente suplicaba a Juan que les dijera como podían escapar a esta ira venidera.
—Haced actos de arrepentimiento. No digáis. Somos de la estirpe de Abraham. El Señor nos socorrerá. Porque vendrán del oriente y del occidente, y se sentarán todos los arrepentidos en la mesa del Ungido. Pero para quienes tienen el corazón altanero y la mirada altiva, el Señor les doblegará con vara de hierro y les quebrará en mil pedazos como a una vasija de alfarero, hasta convertirlos en polvo.
› Haced penitencia. Compartid vuestros bienes. Desembarazaos de vuestras posesiones. ¿Para qué queréis seguir acumulando riqueza, si todos los cielos y la Tierra serán echados abajo y volteados, y no quedará nada en la Tierra sin remover? ¿Para qué seguir preocupándoos por vuestro sustento, si todas estas preocupaciones desaparecerán de la Tierra con el nuevo orden?
› Sed justos. Haced justicia a vuestros semejantes. ¿Esperáis clemencia? Sed vosotros clementes con los demás.
—¿Maestro? ¿Cuántos se salvarán? ¿Serán pocos?
—¿Dónde está aquel que nos ha de liberar? ¿Dónde mora?
—¿Qué debemos hacer para ser salvos?
La gente no dejaba de preguntar. Imploraban a Juan que les revelase más cosas, pero Juan predicaba cada día menos, y dejaba más y más esta tarea en manos de sus discípulos. Solía dejar a la gente con la palabra en la boca, y retirarse a solas, durante largas horas, apesadumbrado y deprimido.
Sus seguidores se sentían desbordados. No sabían muy bien qué contar a la gente sobre el extraño primo de su maestro. Abner, viendo que la gente no quedaba conforme, autorizó a sus compañeros a hablar libremente sobre Jesús. En pocos días, multitud de judíos acampados en la ciudad de las tiendas, levantaron sus lonas y se dirigieron anhelantes en dirección al mar de Galilea, en busca de Jesús. Pero para cuando llegaron a las proximidades de Cafarnaúm, no había ni rastro de él. Había tenido que asistir a una boda en Caná. De modo que muchos tomaron alojamiento en los alrededores, en espera de que apareciera el rabino.
☙ ❧
Esta situación vino a menguar más aún la población del campamento de tiendas del Bautista, de modo que hacia finales del mes de febrero era menos de la tercera parte de lo que había sido tan sólo una semana antes. Sus íntimos se preguntaban si esto no era el principio del fin del movimiento bautismal. Pero no se atrevían a confiarse a su maestro. Juan parecía muy alicaído como para ahondar más su pena.
En la noche del sábado 2 de marzo, el 24 de adar, Juan anunció a sus discípulos que regresaban al sur. Ordenó que lo divulgasen por el campamento y que todo el mundo estuviera listo para partir al día siguiente.
Fue una caravana triste y pensativa la que desandó el camino junto al Jordán, dejando las proximidades de Pella y dirigiéndose hacia Adam.
Se puede decir que Juan el Bautista sufre una depresión al notar que los planes de Jesús no son los de unirse a él y trabajar juntos, y que él va a iniciar su labor por libre. A partir de este momento, su predicación sufre un cambio y pierde algo de fuerza, motivo por el cual decide regresar al sur, lugar de sus comienzos y de mejores recuerdos.
Un tema curioso sobre la persona de Juan es esa tendencia de muchos autores de novela histórica, o de muchas películas sobre la vida de Jesús, a mostrarle como un personaje excéntrico, un demente medio chalado, un individuo extravagante que viste raro y come cosas raras, que tenía siempre el pelo sucio y estaba todo el día chillando como un loco. Tras leer El Libro de Urantia no se puede tener esa sensación de él.
Juan no vestía raro, vestía como los pastores, como lo que fue, y con su indumentaria imitaba a los antiguos profetas, de los cuales se sentía heredero. Su indumentaria no causaba extrañeza entre los judíos. Era una forma muy común de vestir de la gente sencilla de Judea. En cuanto a su aspecto, no parece que fuera una persona antihigiénica y que no se lavara. En primer lugar, los judíos se lavaban muy frecuentemente para cumplir con sus ritos religiosos, por lo que solían ser gente limpia. En segundo lugar, el que llevara el pelo largo sin cortar era por los votos nazareos. Por último, su dieta no era exclusivamente «miel y langostas» como parece dar a entender el evangelio. Estos alimentos formaban parte de su dieta pues eran algo común en Judea. Pero es una exageración de los evangelistas decir que sólo se alimentaba de eso. Con bastante probabilidad Juan comía de todo lo que un judío tenía permitido comer, aunque es posible que ganara notoriedad por su frugalidad y por no beber vino, algo propio de quien hace votos nazareos.
Conviene entender que Juan era un judío de su época, y que como tal para él Jesús constituyó todo un enigma frustrante, al igual que lo fue para los apóstoles de Jesús. Su depresión y sus altibajos en el estado de ánimo, así como la dura experiencia de la cárcel hicieron lógica mella en su mente. Pero en esta novela no aparece como un fanático perturbado, sino todo lo contrario, como un lúcido y carismático predicador que por desgracia no logró tener más éxito. Recordemos lo que Jesús dijo de él: «De entre los que nacen de mujer, no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista» (Mateo 11:11, LU 144:8.4, LU 136:0.1). No es de extrañar que un hombre tan capaz y fuera de lo común como Juan fuera honrado con un puesto entre los veinticuatro consejeros de Jerusem, un comité que dirige unos cuantos asuntos en el mundo al que vamos tras partir de éste y en otros muchos mundos como el nuestro (LU 45:4). ↩︎