© 2005 Jan Herca (licencia Creative Commons Attribution-ShareAlike 4.0)
—¿Cómo dices que se llama?
—Yeshua. Es un carpintero de gran prestigio en la costa del mar.
Antipas se quedó pensando. Por el espacioso mirador oeste de la fortaleza de Maqueronte se divisaba un crepuscular mar Muerto, oscuro y silencioso entre las lomas descarnadas de Idumea y Perea. Había un viento silbante e insistente que venía cargado de polvo desde el sur, y que obligaba al tetrarca a permanecer en el interior de la sala, al socaire.
—¿Es cierto lo de ese milagro que se cuenta?
El soldado trató de no pestañear en su respuesta. Sabía que Antipas no se fiaba ni de sus propios espías. Sus preguntas siempre llevaban una segunda intención.
—Eso dicen las gentes de la zona.
Julio, el soldado, era un celta reclutado a la fuerza en la Galia por las tropas romanas, cuando apenas era un muchacho. No sabía ni su verdadero nombre, pero siempre le había acompañado una instintiva cautela al servir en las cortes extranjeras. Su aspecto, sin embargo, nada tenía que permitiera identificarle como soldado de la guardia de Herodes. Parecía un judío más, y sus ropas de incógnito le hacían parecer un sencillo granjero.
Julio era uno de los espías que Herodes utilizaba para informarse de las actividades de los posibles grupos subversivos de su reino. Y llevaba bastante tiempo investigando varios grupos de correligionarios judíos como para saber que aquel nuevo hombre, el tal Yeshua de Cafarnaúm, era alguien inofensivo.[1]
—Pero creo que no debéis preocuparos por él.
Antipas permaneció pensativo. Había adquirido el mismo carácter desconfiado de su padre, y veía conspiraciones y levantamientos populares detrás de cualquier nuevo predicador. Hacía poco tiempo que había regresado de un viaje a Roma, y deseaba comprobar que todo había continuado tranquilo durante su ausencia. Dejó el mirador y volvió al interior del triclinio. Julio solicitó nuevas órdenes.
—Continúa con el del milagro. Al parecer existe una relación entre éste nuevo y el bautista del Jordán.
Julio asintió, dando por concluida la recepción, y dirigiéndose a la salida, donde le esperaba el jefe de cámara. Antipas aún le sonó claro desde el otro extremo de la sala:
—Ah, y ten mucha discreción. No infundas ninguna sospecha.
El agente de Herodes llevaba muchos años oyendo aquellas recomendaciones, pero no las necesitaba. Estaba más que acostumbrado a guardar una felina precaución en todo lo relacionado con su labor de espionaje. Julio sabía que su señor no se fiaba ni de sus propios informadores, y tenía a su vez espías encargados de vigilar a sus propios agentes, para garantizarle que las noticias eran veraces. Mientras el soldado celta abandonaba, a paso firme, la muralla de Maqueronte, se preguntó para sus adentros quién sería esta vez a quien Antipas habría encargado vigilarle. Tal y como Julio sospechaba, un día después, un soldado nuevo reclutado en siria que había llegado esa semana a Perea, partía tras los pasos de Julio, de incógnito, rumbo a Galilea.
☙ ❧
En Cafarnaúm, el primer día de la semana llegó para los discípulos ajenos a todas las maquinaciones del astuto Herodes. No se habían dado cuenta durante esos días que había un hombre nuevo en la pequeña población que los vigilaba constantemente. Aunque Jesús, que permanecía en permanente contacto con las fuerzas espirituales, sabía de estas acechanzas. Jesús ya conocía cómo se las gastaba Antipas, y con buen criterio, prefirió evitar su curiosidad por el momento. Inculcó a sus apóstoles que guardaran en silencio todas las declaraciones acerca de él. Y ellos nunca supieron que gracias a este silencio evitaron que Jesús fuera apresado junto con Juan unos meses más tarde.
Pero por el momento, las cosas transcurrían de manera apacible por la tranquila Nahum. Jesús regresó al taller esa mañana, y los demás acudieron a sus quehaceres a su vez.
☙ ❧
Esa tarde, después de salir del taller, Jesús hizo una visita a su madre. María estaba pasando por unos momentos de profunda extrañeza por la conducta de su hijo. No entendía porqué Jesús había abandonado Caná de forma tan precipitada, después de aquel suceso tan sorprendente con el vino. Durante una hora, Jesús escuchó todas las argumentaciones de su madre, y la dejó hablar y desahogarse. Pero mucho se daba cuenta Jesús que su madre estaba muy lejos de sus ideas. Notaba claramente que poco podía decirla que influyera decisivamente en su actitud sobre él. Le dirigió palabras de consuelo, tratando de levantar su esperanza de que «pronto podría contemplar su obra», y entonces, «le comprendería». También la alertó de que «habría muchas cosas que le resultarían difíciles de aceptar sobre su ministerio». Intentó hacerla ver «que los designios de su Padre eran mucho más complejos y largos que lo que un ser humano puede comprender en su corta vida». Pero por más que la abrazó y procuró suavizar la situación con su toque de humor, Jesús no consiguió variar un ápice las opiniones de su madre.
Lo único que evitó que marchara de allí entristecido fue la frase que Rut, la hermana pequeña, le dirigió a modo de despedida:
—Yo te seguiré, padre-hermano mío, hagas lo que hagas.
☙ ❧
Los creyentes que habían acudido a la costa en busca del maestro designado por el Bautista como el nuevo Mesías, se quedaron profundamente desilusionados en pocos días. No habían podido obtener palabra alguna durante el sábado en la sinagoga, ni tampoco ese domingo. Algunos acudieron al taller de Zebedeo, pero al ser recibidos por uno de los carpinteros jefe, y al explicarles éste que el rabino había vuelto al trabajo, prefirieron no molestar, esperando. Muchos, mientras se congregaban en los alrededores de la casa de Zebedeo, donde suponían que volvería, empezaron a hacerse preguntas dubitativos. «¿Era de verdad este hombre el Mesías prometido, o se equivocaba Juan?».
Estas familias, algunas de ellas seguidoras de Juan desde el principio, escuchaban informes contradictorios de los paisanos de Jesús. Interrogaron a algunos de la aldea, pero no todos sentían muy alta estima por él. En general, la gente común lo apreciaba como artesano y como rabino. Los am-ha-arez, el «pueblo llano y sin cultura», como los llamaban despreciativamente los escribas, no tenían reparos a la hora de considerar rabí a cualquiera que fuera un hombre instruido. Pero los archontes, los sacerdotes jefes de la aldea, y los fariseos, no veían con buenos ojos la autoridad que se confería a Jesús ni su título de rabino. Para ser rabino, decían, había que estar certificado en las academias de Jerusalén, y el carpintero no lo estaba.
Cuando Jesús regresó esa tarde se encontró con un nutrido grupo de curiosos que no dudaron en abordarle a preguntas, comentándole las palabras que había dirigido Juan hacia él. Jesús, conmovido con la resolución de aquella gente, invitó a todo el mundo a entrar en el patio de la casa.
La gente, feliz, se apretujó en los precintos del corralón. Eligiendo una de las muchas preguntas al azar, el Maestro se sentó, haciendo las delicias de aquellas gentes sedientas de la verdad:
—El reino de mi Padre guarda muchas sorpresas para los descreídos y los poderosos altaneros. Quienes viven instalados en este mundo, creyendo que lo único que ha de preocuparles es lo visible y lo material, se quedarán helados de la impresión cuando descubran la verdad sobre los poderes de este mundo.
Muchos le imploraron que regresara con ellos al Jordán, para unirse a Juan, del que llegaban noticias deprimentes.
—Mi hora aún no ha llegado. Por el momento debo ser paciente y esperar la voluntad de mi Padre. Él es quien en verdad rige los destinos del mundo y así todos deberíais estar prestos para su llamada. Pero podéis hacer una cosa mientras dura este compás de espera: volved con Juan e instruíos bien en los caminos del reino. Aún hay muchas cosas que podéis aprender de él. Regresad con el maestro mientras aún está con vosotros, y cuando llegue el momento, estad preparados para la llamada del reino.
La gente hubiera seguido toda la tarde, pero el Rabí tenía otras cosas que hacer, así que invitando a todos a visitarle más adelante, acompañó a la multitud hasta la puerta, desapareciendo en el interior.
El grupo se quedó todavía unos días en el vecindario, pero no sabiendo qué hacer, y en vista que Jesús no parecía querer iniciar ningún tipo de movimiento, decidió regresar al Jordán. Algunos, al saber que Juan se dirigía de nuevo hacia el sur, entendieron que el movimiento bautista se disolvía, y decidieron regresar a sus casas, con un halo de decepción en sus corazones.
☙ ❧
Los discípulos entendieron aquella negativa a regresar con Juan como un claro distanciamiento del profeta jordano. La presencia de tanta gente interesada en Jesús les había alentado a pensar al principio de llegar a Cafarnaúm que Jesús iba a proclamar en breve su reino, animado por todos estos nuevos seguidores. Algunos discípulos recordaban a aquellas familias, que habían vivido de forma asidua en el campamento de tiendas de Juan. Pero una vez que estos creyentes se disolvieron, constataron claramente que Jesús no estaba dispuesto a aprovechar la fama de Juan para iniciar la revolución del reino de Dios.
Esa noche, durante la tertulia con él tras la cena, Jesús les habló largamente de los profetas y de sus escritos, explicándoles que no todos los profetas antiguos presentaban el mismo cuadro sobre la personalidad de Dios:
—El Padre del cielo nunca ha variado en su carácter. Su corazón no se endurece o enternece según las súplicas de los hombres. Mirad, hijos míos, si de algo están necesitados los hombres y las mujeres de nuestro tiempo es de una nueva revelación ampliada de la naturaleza amante del Padre del cielo. Sólo la visión renovada de este ideal de perfección puede elevar a nuevas alturas de moral y de rectitud al hombre.
Algunos de los más filosóficos de los discípulos solían interrumpir a Jesús con observaciones:
—Pero, maestro. Muchas personas se encuentran afligidas por la enfermedad, la esclavitud, o la pobreza. ¿Acaso también hemos de decir a estas gentes que el Señor también les ama igual que a los demás?
—Sin duda, Juan. Ya os he dicho que todas esas cosas no demuestran que se trate de un desfavor divino. Por eso yo os digo: deberéis estudiar cuidadosamente las escrituras, todos los días, dedicándoles una buena parte de vuestra atención, como algo esencial para la instrucción en el reino.
› ¿Acaso no habéis percibido nunca que el profeta Isaías parece aumentar en profundidad de comprensión sobre el Padre? Cómo al principio de su libro habla del Padre como de un dios nacional y racial, parecido a los dioses de otras naciones, pero hacia la mitad ya no más considera al Padre como tal sino que dice: «Yo soy el primero y yo soy el postrero; y fuera de mí no hay Dios», y también «Yo soy el alto y el elevado que habita en la eternidad», o «Igual que son más altos los cielos que la Tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más altos que vuestros pensamientos».
› Yo os digo que no existen declaraciones más hermosas sobre el Padre Celeste en la Tierra que las de este Isaías, pero aun así siguen siendo insuficientes para esta generación. Allí donde Isaías lo dejó, yo continuaré la revelación.
› Porque en el mismo pasaje dice Isaías: «No hay Dios justo ni salvador fuera de mí. Volveos a mí y seréis salvos, confines todos de la Tierra.», y luego, sin embargo, afirma: «En Yavé será justificada y glorificada toda la progenie de Israel.» ¿Acaso no os dais cuenta? El redactor añadió este final que colocaba a Israel como la única casa que sería perdonada, cuando sin embargo el profeta afirmaba sin reparos que todos los pueblos de la Tierra podrían ser salvos. ¿Acaso no entendéis?
Pero los discípulos, junto a Santiago y Judá, aunque trataban de mostrar su expresión más luminosa, en el fondo no podían dejar traslucir sus profundas dudas y su incompresión. Jesús penetraba sus pensamientos y les repetía una y otra vez sobre estos asuntos. A ellos jamás se les había ocurrido pensar que el mismo profeta ofreciera visiones diferentes de Dios, o incluso que hubiera diferentes formas de ver al Señor. Sabían que había distintos vocablos que designaban la divinidad, y también que nunca había que pronunciarlos, pero jamás habían pensado en que las profecías hablaran de distinta forma del Santo.
☙ ❧
Esa noche terminó tardía. Los días siguientes todos siguieron las indicaciones de Jesús y se reunían después de la cena en la sinagoga para leer y estudiar las escrituras. Fue un período muy fructífero y didáctico el que pasaron los seis apóstoles y los dos hermanos de Jesús en la kneset. Aprendieron mucho más de lo que lo habían hecho durante su período juvenil, cuando fueron educados en las escuelas por el chazán de sus lugares de origen.
En estas reuniones Jesús no acudía siempre. Sólo luego, al regresar a casa, les preguntaba él por sus progresos, discutiendo con ellos lo que habían leído. Empezaron por Isaías, y luego siguieron con Jeremías. Luego les pidió que leyeran ciertas partes de Isaías, del principio del libro, y así continuaron con Amós, Oseas y Samuel.[2] Los discípulos no entendían porqué debían leer en este orden tan enrevesado, aunque imaginaban que Jesús tenía alguna intención oculta. Tampoco comprendían porqué ignoraba tantos otros libros de los Nebiyim, los libros de los profetas.
☙ ❧
Un día, Andrés y Pedro aparecieron en la casa dejando entrever la empuñadura de una sica bajo su cinturón y el manto. Jesús supo de inmediato a qué se debía, pero prefirió pedir explicaciones.
—Es por si acaso. Nos han asegurado que Herodes tiene espías en Cafarnaúm para vigilarte y tomar informes sobre nosotros. Con Antipas nunca se sabe. No se puede estar seguro en ningún sitio.
Pedro pareció no querer darle más importancia. Sabía que Jesús no aprobaba estas actitudes beligerantes. Pero Jesús les dijo:
—Podéis llevar una mejor espada. Usad la discreción. No habléis sin freno. Sed cautos. En las relaciones con nuestros gobernantes sed tan sigilosos como serpientes, pero que eso no moldee vuestro carácter. En las relaciones con vuestros semejantes sed sin embargo suaves y dulces como palomas.
› Sería mejor que evitarais el uso de armas. Quienes portan armas, aumentan las sospechas de los desconfiados. Y además, si Antipas quiere conocer nuestra obra, será también bienvenido. Quizá de este modo recapacite algo su corazón.
Esta pequeña regañina sirvió de lección a los discípulos, que a partir de ese momento procuraron ocultar las armas que portaban. Era algo muy habitual en esas tierras peligrosas llevar siempre algún puñal o espada corta cuando se iba de viaje. La sica, el puñal curvo de algunos galileos, se había convertido en el distintivo de algunos grupos de zelotes. Veían que Jesús no tenía esa costumbre, pero a pesar de ello, no podían evitar algunos hábitos que se habían convertido en símbolos tan importantes para los judíos nacionalistas.[3]
Se introduce aquí al personaje de Julio, uno de los espías de Herodes. El hecho de que fuera galo está basado en la circunstancia de que muchas de las tropas que estuvieron bajo mando de Herodes el Grande fueron tropas galas, y que Herodes Antipas, su hijo, las heredó de su padre. Hay que recordar que los judíos obtuvieron el favor de Augusto de la exoneración del servicio militar. En otras provincias del imperio romano se reclutaban soldados a la fuerza.
Los espías de Herodes aparecen sin nombre en El Libro de Urantia, pero aquí se ha querido usar a uno de estos espías como parte importante de la trama. ↩︎
Respecto al orden en que Jesús les pide que lean las escrituras, este orden se correspondería con el orden cronológico inverso en que se escribieron los libros de los profetas, desde los más recientes a los más antiguos. Lo que pretende Jesús es que los discípulos se den cuenta de que el concepto de Dios fue evolucionando en las escrituras, y que las ideas sobre Dios fueron mejorando con el paso del tiempo. Este orden sería el siguiente (según LU 97): Segundo Isaías (capítulos 40-55 de Isaías), Ezequiel, Jeremías, Nahum, Sofonías, Habacuc, Miqueas, Abdías, Primer Isaías (Isaías excepto capítulos 40-55), Amós, Oseas, y Samuel. ↩︎
Para quienes pueda parecer extraño que los discípulos de Jesús llevaran armas, les convendría leer con cuidado el pasaje del evangelio de Lucas, Lc 22:35-38. En algunas ediciones de la Biblia incluso aparece Jesús pidiendo a sus seguidores que se compren una espada. No parece muy plausible la idea de que Jesús animara a sus discípulos a llevar armas. Es más, es muy probable que Jesús nunca haya llevado un arma encima. Respecto a sus discípulos, éstos simplemente las llevaban como era habitual en aquella época. Más que espadas, hay que imaginar estas armas como puñales cortos que podían esconderse bajo la ropa sin llamar la atención. ↩︎