© 2005 Jan Herca (licencia Creative Commons Attribution-ShareAlike 4.0)
Esa semana y las siguientes Jesús empezó una serie de reuniones vespertinas en las que instruyó de forma sistemática a sus seis discípulos y a sus hermanos Santiago y Judá. Se juntaban en el patio trasero de la espaciosa casa de Zebedeo, junto a la puerta que daba a la playa, a poca distancia del agua. Allí, tanto con frío como con buen tiempo, tomaron la costumbre de reencontrarse con el Maestro todas las noches, después de terminar con el trabajo de las barcas.
Las enseñanzas que Jesús impartió tuvieron por objetivo aclarar a sus amigos las ideas principales del nuevo mensaje que él quería proclamar. El primer día, dirigió palabras como éstas a sus ansiosos alumnos:[1]
—Mi Padre del cielo es el Dios de toda la creación, la Primera Fuente y Centro de todas las cosas y todos los seres. Pensad primero en mi Padre como creador, luego, como controlador, y finalmente, como sustentador infinito. La verdad sobre mi Padre Celestial comenzó a alborear sobre la humanidad cuando el profeta dijo: «Tú sólo eres Dios; no hay nadie sino tú. Tú hiciste el cielo y el cielo de los cielos, con todo su ejército; tú los preservas y los controlas. Por los Hijos de Dios fueron hechos los universos. El Creador se cubre de luz como de vestidura y extiende los cielos como una cortina». Sólo el concepto de un Padre Universal, un sólo Dios en lugar de muchos dioses, permitió al hombre mortal comprender a mi Padre como creador divino y controlador infinito.
› Las miríadas de reinos de la Tierra han sido creados para que finalmente los habiten muchos tipos diferentes de razas de hombres y mujeres, seres que puedan conocer a Dios, recibir el afecto divino, y amarle a su vez. Esta tierra es la obra de Dios y la morada de sus diversas criaturas. «Dios creó los cielos y formó la Tierra; estableció el universo y no creó este mundo en vano; para que fuera habitado lo creó».
› Vosotros bien podéis percibir que todos los pueblos de la Tierra, de un modo u otro, adoran a seres celestiales, y reconocen la existencia de un ser del que emana toda la creación. Todos ellos se refieren, sin saberlo, a mi Padre del cielo. Estos habitantes de los reinos terrenales han emprendido aquí un largo, muy largo, viaje hacia un lugar de perfección paradisíaca. Este viaje es el desafío fascinador de la aventura eterna de llegar a mi Padre. La meta trascendente de los hijos del tiempo es encontrar al Dios eterno, comprender la naturaleza divina, reconocer a mi Padre Celestial. Las criaturas que conocen a Dios tienen una sola ambición suprema, un solo ardiente deseo, y ése es llegar a ser semejantes a como es él en su perfección paradisíaca de personalidad y en su esfera universal de supremacía recta. De mi Padre del cielo que habita en la eternidad ha emanado el mandato supremo: «Sed vosotros perfectos, así como yo soy perfecto». Los mensajeros de mi Padre han llevado esta exhortación divina a través de las edades por toda la Tierra, y a todas las razas y pueblos.
› Este magnífico mandato universal de esforzarse por alcanzar la perfección de la divinidad es el deber principal, y debería ser la más alta ambición de toda la creación. Esta posibilidad de alcanzar la perfección divina es el destino final y certero de todo progreso espiritual eterno del hombre.
Llegado a este punto de la disertación, Santiago Zebedeo tenía una pregunta:
—Pero, Maestro, ¿cómo puede ser que nosotros, miserables hombres, podamos llegar a ser tan perfectos como el Señor? ¿Acaso seremos dioses entonces?
Jesús asintió complacido:
—Es comprensible que hagas esa pregunta. Resulta difícil para los hombres poder esperar ser perfecto en el sentido infinito, pero es enteramente posible para los seres humanos, que comienzan como lo hacen naciendo en este tabernáculo mortal, alcanzar la meta excelsa y divina que el Dios infinito ha puesto para el hombre mortal; y cuando alcancen ese destino, estarán, en todo lo que corresponde a su desarrollo personal e intelectual, tan pletóricos en su esfera de perfección divina como Dios mismo lo está en su esfera de infinidad y eternidad. Puede que tal perfección no sea universal en el sentido material, ni ilimitada en comprensión intelectual, ni final en la experiencia espiritual, pero será final y completa en todos los aspectos finitos de la divinidad de la voluntad, de la motivación de la personalidad, y de la conciencia de Dios.
› Éste es el verdadero significado del mandato divino: «Sed perfectos, así como yo soy perfecto», que insta constantemente al hombre mortal hacia adelante y hacia el interior en esa larga y fascinadora lucha por alcanzar niveles cada vez más elevados de valores espirituales y auténticos significados universales. Esta sublime búsqueda de Dios es la aventura suprema de los habitantes de todos los reinos de mi Padre.
Después de estas elocuentes palabras los apóstoles hicieron muchas más preguntas a Jesús. Estaban extasiados con esta visión profunda y alentadora de Dios, y las palabras de Jesús les transportaban a un mundo novedoso y sorprendente, a la par que maravilloso y celestial. No deseaban que la noche acabara, no deseaban que Jesús dejara de relatarles más conceptos nuevos sobre este «camino» y sobre «su Padre». Embutidos en sus abrigos, los ocho discípulos olvidaban todo frío y toda incomodidad y se embelesaban con las enseñanzas de su maestro. Aquellas expresiones de Jesús tanto impactaron a sus amigos, que a partir de ese día muchos empezaron a hablar de su misión como de «ese asunto de encontrar a Dios».
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Jesús continuó estas enseñanzas con otros discursos en los que profundizó en esta novedosa visión de la personalidad de Dios. Los judíos de su época estaban acostumbrados a reverenciar a Dios como a un sabio venerable y a temerle como si fuera un señor de fuerte temperamento. Pero nunca habían imaginado a un ser verdadero, a una auténtica persona con la que comunicarse y entablar un contacto de tú a tú. Eso, pensaban, sólo podía estar al alcance de grandes hombres muy santos, pero no del pueblo llano.
Sin embargo, Jesús abrió sus mentes con una renovada revelación sobre el carácter divino. Les presentó a Dios como un padre cariñoso y amante, lleno de paciencia, que difícilmente se muestra airado con sus hijos. Les fue haciendo entender que la bondad de Dios no podía ser inferior a la bondad de sus hijos creados por él. Si un hombre era capaz de actuar con sabiduría y paciencia con sus hijos un tanto díscolos, ¿cómo no iba a ser Dios más que ese hombre? Sus razonamientos eran tan contundentes, que todos captaban el ejemplo de inmediato, golpeando fuertemente en sus corazones.
Aquellas verdades siempre habían estado aleteando en el espíritu de muchos judíos de muchas generaciones, pero nunca habían sido expuestas con tanta claridad. De hecho, a los discípulos empezó a sucederles algo curioso. Cuando Jesús desplegaba de forma tan explícita y lógica estos ideales, empezaron a sentir con facilidad que se encontraban en presencia de una gran verdad viva. No entendían muy bien cómo ocurría, pero a pesar de las muchas cosas extrañas que Jesús les reveló, siempre sintieron esa inusual sensación de seguridad, como si una fuerza desconocida les confirmara que se encontraban en el camino del más auténtico conocimiento.
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Fueron semanas de intensa capacitación. Los días pasaban lentos, interminables para estos hombres llenos de ilusión por dar a conocer el nuevo mensaje religioso que estaban aprendiendo. Pero Jesús no parecía tener ninguna prisa. Él seguía con su rutina habitual de trabajo en el taller de Zebedeo. A pesar de la emoción del momento, que tantos años llevaba esperando, Jesús demostraba su dominio de sí mismo con este ejemplo. Pacientemente, cada día se le podía ver totalmente volcado y concentrado en la vaporización de los tableros. Después de varios años mejorando su técnica, el Maestro conseguía un acabado perfecto en la madera, haciéndola flexible y trabajándola hasta formar piezas curvas de gran suavidad, pero sin perder su resistencia. Horas y horas, con inagotable dedicación, consiguió producir un gran número de paneles para dar salida a la gran demanda del astillero.
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Por la noche, venciendo el cansancio y el agotamiento de todo un largo día de trabajo, solía reunirse con sus discípulos, o bien con sus amigos de tertulia y con los jóvenes, a quienes frecuentaba al menos un día de la semana. Durante estas reuniones con mayores y pequeños, el Rabí fue ganando cada vez más y más prestigio de «hombre instruido». Sus vecinos de Cafarnaúm que le habían conocido esos años como un hombre reservado y discreto, no podían dejar de sorprenderse con el gran cambio que percibían en él. Hablaba verdaderamente como alguien con grandes conocimientos, pero sin apabullar. Era sin duda un maestro único, capaz de entenderse con un niño de apenas cuatro años igual que con un anciano de setenta. No cometía el error de tratar de impresionar a sus oyentes con una escogida erudición. Más bien sus palabras reflejaban de modo sencillo sentimientos cotidianos que todos anhelaban. Jesús hablaba al corazón. No estaba interesado en las discusiones teológicas, aunque él era el ser más autorizado de toda una galaxia para hablar sobre Dios. Su conversación favorita era la tertulia casual sobre las relaciones familiares, en la que todo el mundo terminaba por sincerarse y hablar de sus padres, de sus hermanos, de sus mujeres y maridos, y de las típicas dificultades de entendimiento que con el tiempo surgían. El maestro no solía argumentar con recetas manidas sobre cómo afrontar una u otra situación de la vida, sino que aportaba su propia experiencia, y solía ofrecer sus propias vivencias y recuerdos. Al niño ansioso le relataba sus años de dura prueba tras la muerte de su padre, al joven impetuoso le confiaba la historia de sus difíciles enemigos en Nazaret y cómo terminaron algunos. A los padres, les hablaba cariñosamente del suyo, y a las madres, las contentaba con historias de sus años de hermano y padre. Siempre tenía una palabra de aliento y esperanza para todos.
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Jueves, 21 de marzo de 26 (14 de nisán de 3786)
A finales del mes de marzo, el día 21, fue el 14 de nisán. Al anochecer todos se recogieron en sus casas para celebrar la cena pascual. Durante esa cena los apóstoles se quedaron pasmados de ver que Jesús se negaba a comer el cordero pascual. Los Zebedeo ya estaban acostumbrados a estas transgresoras costumbres de su amigo, pero Andrés, Pedro, Felipe y Natanael nunca le habían contemplado en esta actitud. Incluso llegó a decirles, cuando se hizo cargo de conducir la Pesá[2]:
—Que no os extrañen mis reticencias con las costumbres ancestrales de nuestros padres. Está llegando la hora en que el cordero sacrificial desaparecerá de los banquetes en las casas. Porque la idea de sacrificio no forma parte de la naturaleza de mi Padre. Ningún sacrificio es grato para él. Aún os digo más, el Padre jamás ha impuesto ni exigido ningún tipo de adoración a sus hijos. Lo que él desea, más bien, es que nazca dentro de vosotros esa comprensión que os lleve a desear seguirle y alcanzarle.
Fue una novedad para muchos de ellos, pero pronto empezaron a advertir que Jesús no tenía reparo alguno para modificar a su conveniencia las costumbres y los rituales más arraigados de los judíos. Jesús actuaba como un judío más en sus rezos, en las celebraciones y en sus hábitos sociales, pero siempre y cuando no existiera algún elemento que chocara frontalmente con su fe y sus altos ideales. En esos casos, no lo dudaba ni un instante, y alteraba sin vacilación el ritual o el protocolo.
Las enseñanzas de Jesús de este capítulo son una adaptación del inicio del primer documento de El Libro de Urantia, escrito como si esas palabras las pronunciara Jesús para los oídos de aquella generación. Por tanto, no habla Jesús de otros planetas habitados u otras revelaciones que se adelantarían al conocimiento científico y religioso de la época.
Esta dinámica de utilizar enseñanzas de El Libro de Urantia acerca del concepto de Dios como si las hubiera predicado Jesús es algo que se utilizará a lo largo de la novela. ↩︎
La Pesá era el rito que se celebraba en la cena pascual donde alguien pregunta por el sentido de los alimentos y el padre de la casa responde con la explicación. ↩︎