© 2005 Jan Herca (licencia Creative Commons Attribution-ShareAlike 4.0)
Pasaban las semanas a gran velocidad y los apóstoles ya se estaban acostumbrando a esta nueva rutina. Todos los días trabajaban intensamente hasta casi la puesta de sol, y cuando llegaba la hora, se reunían con su adorado maestro para escuchar su nueva prédica. Dos días a la semana acudían con él a la sinagoga y pasaban la última parte del día leyendo las escrituras y escuchando los comentarios de Jesús.
Durante todo este tiempo Judá, el hermano de Jesús, apenas pudo asistir. Su mujer estaba enferma y pasó todo el tiempo cuidando de ella. Pero Santiago sí que asistió a todas estas reuniones de modo que durante muchos meses el grupo de Jesús estuvo formado por siete alumnos.
Al estar tan ocupado, Jesús rompió su rutina habitual en Cafarnaúm. Ya no mantuvo más reuniones con el grupo de amigos de Zebedeo, y tampoco continuó proporcionando juegos y ejercicios didácticos para los pequeños. Esos meses estuvieron plenamente dedicados a sus inmediatos discípulos.
Aunque Pedro y Andrés, que vivían juntos, tenían su casa cerca de la de Zebedeo, y aunque Felipe vivía en Betsaida, a poca distancia desde allí, muchas veces estos siete hombres o al menos seis o cinco de ellos pernoctaban en la casa de Zebedeo. Esto les unió con una gran camaradería entre sí. Muchos de ellos ya se conocían y eran amigos desde hacía tiempo. La mujer de Pedro, Perpetua, era, junto con su suegra, Amata, parte de las criadas y asistentes que Zebedeo tenía en casa. Pero en realidad eran como de la familia. El difunto padre de Andrés y Pedro, Jonás, había sido antiguamente socio pesquero de Zebedeo, y ambas familias estaban unidas por una sólida amistad.
Por su parte, Felipe era amigo de la infancia de Andrés y Pedro, puesto que todos eran naturales de Betsaida. Felipe siempre había sido socio de la pesca con los dos hermanos, y también con los Zebedeo.
El único realmente extraño en la casa era Natanael. Pero en pocas semanas, todos los miembros del hogar empezaron a tomar un gran afecto por el de Caná. Natanael era un hombre extrovertido y alegre, y le encantaba contar anécdotas divertidas y provocar la risa con sus bromas. Alternaba entre momentos de profunda reflexión y honda seriedad con otros en los que daba rienda suelta a su gran sentido del humor. Al principio, algunos de los otros seis se escandalizaron un poco de la trivialidad y la guasa con la que se tomaba las cosas su amigo. Pero con el tiempo, supieron apreciar más y más esa característica suya, que tanto relajaba las tensiones y hacía olvidar los agobios.
☙ ❧
Como pasaban las semanas tan deprisa sin que ocurriera nada digno de mención, y como los rumores sobre Juan el Bautista habían vuelto a llenar las plazoletas y las casas, los discípulos y familiares de Jesús empezaron a ver con cierto nerviosismo este lento transcurrir de los acontecimientos.
Llegó un día en que María, la madre de Jesús, no pudo aguantar más y se fue a buscar a su hijo. Encontró a Jesús con sus discípulos, ayudando a remendar unas redes antes de irse a cenar. La mujer se sintió incómoda de irrumpir de ese modo en casa de Zebedeo. Jesús, captando la situación, tomó a su madre aparte, saliendo con ella de la casa, y acompañándola de vuelta a Cafarnaúm. Santiago quiso ir con ellos, pero Jesús, con una indicación, le hizo ver que prefería estar con ella a solas un rato.
María no sabía ni cómo empezar:
—Hijo, ya hace mucho tiempo que el hijo de Isabel ha iniciado su misión. ¿Por qué me atormentas de este modo? ¿Cuándo vas a estar dispuesto para afrontar tu designio?
La madre habría continuado reprochando a Jesús con más preguntas pero él, con su voz más tranquilizadora, la interrumpió para tratar de zanjar todas estas cuestiones:
—Madre, madre, ¿por qué te agobian tanto estas cosas? ¿Acaso no os he dicho a todos que debemos hacer la voluntad del Padre?
—¡Siempre dices lo mismo! ¡La voluntad del Padre! Pero, ¿cuál es esa voluntad? Yo no creo que sea ésta, estar aquí escondido en Nahum cuando Juan proclama a todo el mundo quién eres.
Jesús continuó andando durante unos pasos meditando su respuesta.
—Madre, la voluntad de mi Padre es que se conozca su amor y que brille la luz de su verdad. Pero esto no tiene nada que ver con manifestaciones mesiánicas de poder y prodigiosos portentos para llenar de asombro a la masa del pueblo. ¿Cuántas veces tendré que decirte estas cosas? Madre querida, abandona ya esas ideas sobre mí. No he venido a este mundo para eso.
—Y entonces, ¿qué esperas hacer para que la gente crea en ti? ¿Tan sólo les hablarás sobre tu padre y piensas que ellos te creerán?
Jesús continuó discutiendo largamente con María mientras entraban en la aldea. Cuando llegaron a la puerta de la casa, aún su madre seguía insistiendo sobre los mismos temas. El Maestro trató de tranquilizarla pero veía que era imposible. Su madre alimentaba unas ideas preconcebidas sobre él desde mucho tiempo atrás, y ahora era muy difícil hacerla cambiar de parecer.
☙ ❧
Esa noche, cuando Santiago volvió a casa, después de que Jesús se fue, María vació toda su frustración y su pesar, llorando desconsoladamente. Rut y Esta hicieron todo lo posible por animarla, pero fue inútil. Y Santiago, por más que contaba a su madre algunas de las cosas que Jesús les decía en sus reuniones, tampoco consiguió rehacer su ánimo.
En medio del llanto, sólo atinaba a repetir:
—¿Por qué? ¿Por qué? No puedo entender lo que hace. No puedo comprender qué significa todo esto.
Y como una letanía, tan sólo repetía una y otra vez a sus hijos: «Él es el esperado. El ángel me lo dijo. Él es el esperado».
La fe de María en su hijo, que había subido a las cotas más altas en Caná, había caído ahora en picado. Se sentía fuertemente deprimida. Desilusionada en extremo. Empezaba a considerar seriamente si quizá su primogénito era realmente quien creía. Y por un momento empezó a poner en tela de juicio incluso la aparición del ángel antes de nacer Jesús.
Sus hijos permanecieron con ella, animándola y acompañándola todo el tiempo, tratando de que no pensara más en el asunto. Pero a pesar de que mucho la ayudó la compañía de Esta, la mujer de Santiago, la aparente inactividad de Jesús durante las semanas siguientes no hicieron sino agravar el estado de ánimo de María.
☙ ❧
Durante ese tiempo, Rut trabajó como asistenta en casa de Zebedeo, y en las casas de sus hijos Santiago y David. Rut, que tenía diecisiete años recién cumplidos, estaba perdidamente enamorada de David, el pequeño de los hermanos Zebedeo. Pero David era un hombre muy trabajador, hondamente centrado en el trabajo, y no se daba cuenta de estas cosas. En aquella época no era costumbre que una mujer abordase a un hombre. Así que Rut no sabía qué hacer para que David se diese cuenta de sus intenciones.
☙ ❧
Después de dos largos meses de estudiar, leer, escuchar, y aprender cientos de cosas, los discípulos empezaron a inquietarse. Los rumores que llegaban del Jordán eran alarmantes, sobre todo porque el Bautista parecía dispuesto a todo y no se arredraba ante nadie. Una noche, Pedro se aventuró a preguntarle a Jesús.
—Maestro, muchos creyentes se agolpan de nuevo en el campamento de Juan. ¿No sería un buen momento ahora para unirse a Juan e iniciar el trabajo del reino?
Pero Jesús no parecía tener prisa alguna:
—Ten paciencia, Simón. Progresa. Ninguno de nosotros estará suficientemente preparado cuando el Padre nos llame.
Cuando Jesús le llamaba Simón, sabía que se estaba poniendo serio, pero aun así, insistió más:
—Pero, maestro, ¿por cuánto tiempo permaneceremos aquí, en Nahum, aprendiendo la nueva enseñanza? Todos hemos escuchado tus palabras con atención. Sabremos transmitirlas al pueblo.
—Ay, mi buen amigo. ¡Cómo os empeñáis en hacer de mi evangelio tan sólo un grupo de nuevas verdades que predicar! El reino de los cielos no es sólo unas pocas acciones que se han de realizar para entrar en él. En realidad, es una nueva forma de vida, un cambio profundo en el corazón de los creyentes que debe afectar a todas las cuestiones personales de la vida. ¿Creéis que por escuchar mis enseñanzas y ser los primeros en oírlas ya estáis dentro del reino? Si así pensáis, no estáis muy lejos de los planteamientos de los escribas. ¿No os he dicho ya que será con mucha tribulación y mucho pesar que entraréis en el reino? Ve, amigo, continúa y sé constante, que aún es muy pronto para las grandes obras.
Aunque Pedro aceptaba de buen grado las recomendaciones de Jesús, le costaba sobremanera soportar aquella rutina. Pedro era un hombre de acción. No era un buen pensador. Solía decir lo primero que le venía a la cabeza muchas veces sin pensar. Le gustaba actuar, no meditar. Para él aquel asunto del reino era algo más bien relacionado con la captación de creyentes y discípulos. Las ideas eran lo de menos. Pedro tenía la rara habilidad de construir grandes elaboraciones teológicas a base de sólo unas pocas ideas. Pero mezclaba mucho de la cultura judía de su tiempo en las enseñanzas que escuchaba de Jesús, al igual que los demás.
Todos los discípulos tenían la misma tendencia. Caían en la tentación de reinterpretar las enseñanzas de su maestro, reconformándolas a sus ideas preconcebidas. Jesús, por ejemplo, no dejaba de insuflarles la idea de que Dios, en realidad, era como un padre, el Padre de todos. Pero ellos tornaron la enseñanza según su costumbre. Como estaba mal visto llamar a Dios como padre, cogieron la costumbre de decir «el padre de Jesús» o «el Padre de nuestro maestro». Con esto introducían sólo una de las dos novedades que les ofrecía Jesús: inculcaban la idea de que Dios era un ser cariñoso y amante, pero perdían de vista la libertad que les otorgaba Jesús para llamar a Dios con nuevos calificativos.
Pero Jesús, aunque sabía de estas deficiencias en la comprensión de sus amigos, nunca les corrigió ni les desautorizó. Permitía que siguieran con muchas de sus ideas parcialmente correctas. No deseaba enseñarles eliminando su capacidad para pensar por sí mismos. Su sistema de enseñanza no era el de ofrecer nuevas respuestas, exactas y definitivas, a las cuestiones que le planteaban, sino más bien estimular a que fueran ellos quienes extrajeran sus propias conclusiones. Las más de las veces, las respuestas de Jesús a una serie de preguntas eran a su vez nuevas series de preguntas para ellos.
☙ ❧
Una tarde, Santiago Zebedeo preguntó a Jesús cómo se relacionarían ellos con los distintos grupos religiosos de su tiempo. Entre los judíos devotos se habían formado desde tiempo atrás una serie de movimientos con diferentes concepciones de la fe judía. Estaban principalmente los fariseos, muchos de los cuales eran escribas, que tenían una concepción extremadamente legalista de la vida religiosa. Luego los saduceos, un grupo minoritario y más alejado del pueblo, formado más que nada por la clase dirigente, que tendían a una visión más cosmopolita, con influencias helenísticas, y relajando un poco la exagerada reglamentación farisea. Los esenios eran como los fariseos, pero llevaban incluso más allá su obsesión por la pureza ritual, llegando a vivir muchas veces en comunidades aisladas sin propiedad privada, buscando una menor contaminación con elementos profanos. También había otros grupos menores de creyentes, como la pequeña hermandad nazarea, a la que había pertenecido Juan el Bautista, y que tanto simpatizaba con su movimiento, los apocalipsistas, que habían elaborado complejas teorías sobre el inminente fin de los tiempos, dejando algunos escritos, y otros grupos.
Además, el mundo judío nunca había expresado su sentir religioso de un modo uniforme. La concepción en Judea era muy diferente que en Galilea. Samaria, por su parte, era un territorio habitado por gentes de ascendencia también judía pero más mezclada, que sin embargo eran históricamente odiados por todos los demás judíos, y practicaban un judaísmo algo modificado.
Pero incluso lejos de allí los judíos tenían también bastantes diferencias. En muchas cosas pensaba diferente un judío de Babilonia, o de Leontópolis en Egipto, o de Roma. De hecho, hasta la preeminencia de Jerusalén como centro sagrado de su fe había llegado a ser puesto en tela de juicio, como ocurrió en Egipto.
Pero Jesús les dijo:
—Respetaréis la fe de cada individuo. Y ofreceréis vuestra enseñanza a todos por igual. Nosotros no seremos fariseos, ni esenios, ni tampoco zelotas. Pero sí que los intentaremos ganar a todos para el reino. Pero no lo haréis forzando su fe. Recordad, no estamos aquí para destruir las convicciones de los creyentes, sino para iluminar un camino mejor que quienes lo contemplen sin duda se verán animados a descubrir.