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LIBRO IX.
PARTE II. SECCIÓN II.
Mâ Thî, o ‘Cascos de caballos [^358]’.
1. Los caballos pueden con sus cascos pisar la escarcha y la nieve, y con su pelo soportar el viento y el frío; se alimentan de la hierba y beben agua; brincan con sus patas y saltan: esta es la verdadera naturaleza de los caballos. Aunque se construyeron para ellos grandes torres [^359] y amplios dormitorios, preferían no usarlos. Pero cuando Po-lâo [^360] (se levantó y) dijo: «Sé bien cómo manejar caballos», (los hombres procedieron) [^361] a chamuscarlos y marcarlos, a esquilarlos, a descortezarles los cascos, a ponerles cabestros, a embridarlos y trabarlos, y a confinarlos en establos y corrales. (Al ser sometidos a este tratamiento), dos o tres de cada diez morían. (Los hombres procedieron aún más) a someterlos al hambre y la sed, a galoparlos y a correr con ellos, [ p. 277 ] y para que se juntaran en orden regular. Delante estaban los males del freno y las petras ornamentadas, y detrás, los terrores del látigo y la vara. (Cuando se les trataba así), más de la mitad morían.
El primer alfarero dijo: «Sé trabajar bien la arcilla»; y los hombres procedieron a moldearla en círculos tan exactos como si se hubieran hecho con compás, y en cuadrados tan exactos como si se hubieran formado con escuadra. El primer carpintero dijo: «Sé trabajar bien la madera»; y los hombres procedieron a doblarla como si se hubiera usado un gancho, y a enderezarla como si se hubiera usado una plomada. Pero ¿es acaso la naturaleza de la arcilla y la madera requiere la aplicación del compás y la escuadra, del gancho y el cordel? Y, sin embargo, siglo tras siglo, los hombres han elogiado a Po-lâo, diciendo: «Sabía manejar bien los caballos», y también al primer alfarero y carpintero, diciendo: «Sabían trabajar bien la arcilla y la madera». Este es precisamente el error cometido por los gobernantes del mundo.
2. Según mi idea, quienes supieran gobernar bien a la humanidad no actuarían así. La gente tenía su naturaleza regular y constante [^362]: tejían y se vestían; cultivaban la tierra y obtenían alimento [^363]. Esta era su facultad común. Todos eran uno en esto, y no se agrupaban en clases separadas; así estaban constituidos y abandonados a sus tendencias naturales [^364]. Por lo tanto, en la [ p. 278 ] era de perfecta virtud, los hombres caminaban con paso lento y serio, con la mirada fija hacia adelante. En aquella época, en las colinas no había senderos ni pasadizos excavados; en los lagos no había barcos ni presas; todas las criaturas vivían en grupos; y sus asentamientos estaban cerca unos de otros. Las aves y los animales se multiplicaron en rebaños y manadas; La hierba y los árboles crecían exuberantes y largos. En estas condiciones, las aves y los animales podían ser llevados de un lado a otro sin sentir la restricción; se podía trepar al nido de la urraca y echar un vistazo. Sí, en la era de la virtud perfecta, los hombres vivían en común con las aves y los animales, y estaban en igualdad de condiciones con todas las criaturas, como si formaran una sola familia; ¿cómo podían conocer entre sí las distinciones entre hombres superiores e inferiores? Igualmente carentes de conocimiento, no abandonaban el camino de su virtud natural; igualmente libres de deseos, se encontraban en un estado de pura simplicidad. En ese estado de pura simplicidad, la naturaleza de la gente era la que debía ser. Pero cuando aparecieron los hombres sabios, cojeando y dando vueltas en el ejercicio de la benevolencia, avanzando a paso de tortuga y de puntillas en la práctica de la justicia, entonces la humanidad universalmente comenzó a sentirse perpleja. Esos sabios también se excedieron en sus interpretaciones musicales y en sus gestos al practicar ceremonias, y entonces los hombres comenzaron a separarse unos de otros. Si las materias primas [ p. 279 ] no se hubieran cortado ni desbaratado, ¿quién habría podido fabricar con ellas un jarrón de sacrificio? Si el jade natural no se hubiera roto ni dañado, ¿quién habría podido fabricar con él las asas de las copas de libación? Si no se hubieran rechazado los atributos del Tao, ¿cómo habrían preferido la benevolencia y la rectitud? Si no se hubieran apartado de los instintos de la naturaleza, ¿cómo habrían entrado en uso las ceremonias y la música? Si no se hubieran confundido los cinco colores, ¿cómo se habrían formado las figuras ornamentales? Si no se hubieran confundido las cinco notas, ¿cómo las habrían complementado con los acordes musicales? El corte y despiece de las materias primas para formar vasijas fue el crimen del trabajador hábil; el daño causado a las características del Tâo con el fin de practicar la benevolencia y la rectitud fue el error de los hombres sabios.
3. Los caballos, cuando viven al aire libre, comen hierba y beben agua; cuando están contentos, entrelazan sus cuellos y se frotan; cuando se enfurecen, se dan la vuelta y se patean; esto es todo lo que saben hacer. Pero si les ponemos el yugo en el cuello, con la frontal lunar desplegada en toda su frente, entonces saben mirar de reojo con picardía, curvar el cuello, arremeter con saña, intentando sacarse el freno de la boca, y arrebatarle las riendas a su conductor; este conocimiento del caballo y su capacidad para actuar como un ladrón es el crimen de Po-lâo. En la época de (el Tî) Ho-hsü [^365], la gente ocupaba [ p. 280 ] sus viviendas sin saber qué hacían y salían sin saber adónde iban. Se llenaban la boca de comida y se alegraban; se daban palmadas en el estómago para expresar su satisfacción. Esta era toda su capacidad. Pero cuando aparecieron los hombres sabios, con sus inclinaciones y paradas en ceremonias y música para acomodar a todos, y exhibiendo su benevolencia y rectitud para estimular los esfuerzos de todos por alcanzarlos, a fin de consolar sus mentes, entonces la gente comenzó a tambalearse y a cojear en su afán por el conocimiento, y a luchar entre sí en su búsqueda de ganancias, de modo que nada los detenía: este fue el error de aquellos hombres sabios.
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