1 Mas el tirano impío, no encontrando medio de poner término total a su sangrienta obra, hizo en seguida investigaciones cerca de Zacarías con respecto a Juan, para saber si era su hijo único; y si estaba destinado a reinar sobre Israel. Envió, pues, soldados para que les entregase a su pequeño Juan, y dijo Zacarías: Varias personas me han informado que tu hijo está destinado a reinar sobre la tierra de Judea. Muéstramelo, para que yo lo conozca. Al oír tal, Zacarías tuvo miedo del escelerato impío, y repuso: Por la vida del Señor, no sé lo que hablas.
2 Y, cuando Isabel supo esto, tomó al pequeño Juan y se fue con él, fugitiva, a un lugar desierto de la montaña, donde buscó sitio en que poner en seguridad al nino. Después, casi sin aliento, lloraba con amargura, y derramaba sus lágrimas ante el Señor, exclamando: Dios de mis padres, Dios de Israel, escucha la plegaria de tu sierva. Trátame conforme a tu piedad y a tu benevolencia para con los hombres, y arráncanos de las manos de Herodes y de la jauría rabiosa y criminal de sus ejércitos. Abrase la tierra, y tráguenos a ambos, antes que mis ojos vean la muerte de mi hijo. Y, apenas pronunciadas estas palabras, en el mismo instante, la montaña se abrió y le dio acceso, y ocultó a Isabel y al pequeño Juan. Una nube luminosa los cubrió, y los guardó sanos y salvos. Y un ángel del Señor, descendiendo a ellos, les sirvió de defensa tutelar.
3 Pero Herodes envió por segunda vez a sus servidores a Zacarías, y le comunicó: Dime dónde se oculta tu hijo y tráemelo, para que lo vea. Zacarías contestó: Yo me hallo consagrado al servicio del templo. Mas, como mi casa no está aquí, sino en la región montañosa de Galilea, ignoro qué se ha hecho de la madre y del niño. Y los servidores volvieron con el recado de Zacarías. De nuevo Herodes remitió un mensaje a sus generales, y les expuso: Id a manifestar esto a Zacarías: He aquí lo que dice el rey de Israel: Has escondido tu hijo a mis miradas, y no has querido presentármelo francamente, porque sé que ese niño ha de reinar en la casa de Israel. ¿Es que pretendes evitarme, y escapar de mis requerimientos, con palabras evasivas y con pretextos vanos? No será así en mis días. Si no me lo traes de buen grado, lo tomaré a la fuerza, y perecerás con él.
4 Y Zacarías respondió: Por la vida del Señor, repito que no sé lo que le ha ocurrido a mi esposa y a mi hijo. Y los servidores fueron a referir al rey las palabras del Gran Sacerdote. Pero el tirano impío y lleno de toda especie de iniquidad mandó nuevamente a sus comisionados, y conminó a Zacarías, diciéndole: Por tercera vez te transmito mis órdenes. No has querido atenderlas y no te han amedrentado mis amenazas. ¿Olvidas que tu sangre está en mi mano y que nadie te salvará, ni aun aquel en quien esperas?
5 Y, como los comisionados llevasen la nueva amonestación a Zacarías, éste replicó: Comprendo que queréis mi sangre, y que estáis decididos a verterla sin razón. Pero, aunque hagáis perecer mi cuerpo con muerte cruel, el Señor, que me ha hecho y que me ha creado, acogerá mi alma. Y ellos marcharon a repetir a Herodes lo que Zacarías había dicho. Pero el impío, en la perversidad creciente de su corazón, no dio respuesta alguna. Y, aquella misma noche, envió soldados, que se introdujeron furtivamente en el templo y mataron a Zacarías cerca del altar, en el tabernáculo de la alianza. Y nadie, ni de los sacerdotes, ni del pueblo, supo nada de lo ocurrido.
6 Pero, a la hora de la plegaria ritual, esperaron a que Zacarías hiciese acto de presencia, como todos los días, y tratando de verlo, no lo encontraron. Y, cuando apareció la aurora, en el momento de entregarse a aquella plegaria, los sacerdotes y el pueblo se reunieron para saludarse mutuaniente, y se dijeron: ¿Qué ha sucedido al Gran Sacerdote? ¿Dónde estará? Y, extrañados de su tardanza, pensaron: Sin duda reza su oración privada, o bien ha tenido alguna visión en el templo.
7 Mas uno de los sacerdotes, llamado Felipe, entró audazmente en el Santo de los Santos, y vio la sangre coagulada cerca del altar de Dios. Y he aquí que una voz articulada salió del tabernáculo, diciendo: La sangre inocente ha sido vertida en vano, y no se borrará de encima de los hijos de la casa de Israel, hasta que llegue el día de la completa venganza. Cuando los sacerdotes y toda la multitud popular oyeron esto, rasgaron sus vestiduras y, esparciendo ceniza sobre sus cabezas, exclamaron: ¡Desdichados de nosotros y de nuestros padres, condenados todos a este desastre y a esta ignominia!
8 Y los sacerdotes, penetrando en el tabernáculo, vieron la sangre de Zacarías coagulada, como una piedra, cerca del altar de Dios, mas no vieron su cuerpo. Y, llenos de estupor, se dijeron los unos a los otros que su pérdida estaba consumada. Y se preguntaban, atónitos: ¿Qué se ha hecho de su cuerpo, que no aparece por ninguna parte? Y erraron por doquiera en su busca, y no hallaron rastro de él. Y cada cual sospechaba entre sí que alguien había recogido furtivamente su cuerpo, y lo había llevado a esconder en algún sitio oculto. Y, celebrando gran duelo en honor del Gran Sacerdote muerto, los hijos de Israel lo lloraron durante treinta días e hicieron pesquisiciones en muchos puntos, sin que lograsen encontrar el cuerpo. Y así tuvo lugar el asesinato de Zacarías.
9 Después de lo acaecido, los sacerdotes y todo el pueblo deliberaron para constituir un nuevo Pontífice en el templo santo. Y, dirigiendo sus plegarias al Señor Dios, le pidieron que diese otro servidor al altar. Y echaron suertes, y la designación recayó sobre el viejo Simeón, el cual fue Pontífice muy poco tiempo y murió confesando fielmente al Cristo. Porque, desde la llegada del Salvador al templo hasta el momento en que Simeón entregó el espíritu, éste vivió cuarenta días en total. Y a continuación de todos aquellos acontecimientos, se estableció otro jefe en la casa de Israel.