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Aunque el comienzo de este poema es el de una elegía amorosa, y la mayor parte de él es puramente pastoral, parece haber sido compuesto en una ocasión más exaltada que la partida de una amante o las quejas de un amante. Porque el poeta, que también era un patriota genuino, había sido agasajado en la corte de Nomaan, rey de Hira en Mesopotamia, y había estado allí envuelto en una acalorada controversia con Rabeiah, hijo de Zeiad, jefe de los absitas, sobre la excelencia comparativa de sus tribus. El propio Lebeid relata, lo que podría esperarse muy naturalmente de un hombre de su elocuencia y calidez, que mantuvo la gloria de sus compatriotas y su propia dignidad contra todos los oponentes; pero, para perpetuar su victoria y hacer su triunfo más brillante, produjo el siguiente poema en la asamblea anual, y habiendo obtenido los sufragios de los críticos, se nos dice que se le permitió colgarlo en la puerta del Templo.
Los quince primeros versos son sumamente pintorescos y muy característicos de las costumbres árabes. Van seguidos de un discurso exclamativo del propio poeta, o de algún amigo que lo acompañaba en sus paseos, sobre la locura de su pasión infructuosa [40] por Nawara, que lo había despreciado y cuya tienda se había trasladado a una distancia considerable. De ahí que se aproveche la ocasión para entretejer una larga descripción del camello en el que pretendía viajar lejos del objeto de su amor, y que compara por su rapidez con una nube impulsada por el viento, o un asno salvaje que corre hacia un estanque, después de haber subsistido durante muchos meses sólo a base de hierba; o más bien con una vaca salvaje que se apresura en busca de su ternero, al que los lobos habían dejado destrozado en el bosque; la última comparación consta de diecisiete versos, y puede compararse con los símiles de cola larga de los poetas griegos y romanos.
Luego regresa a Nawara y le devuelve su timidez con expresiones de igual indiferencia; describe la alegría de su vida y los placeres que puede disfrutar incluso en su ausencia; celebra su propia intrepidez en el peligro y la firmeza en su puesto militar; de donde aprovecha la ocasión para introducir una breve pero animada descripción de su caballo; y, en el pareado septuagésimo, alude a la contienda antes mencionada, que dio origen al poema: de allí pasa a las alabanzas de su propia hospitalidad; y concluye con un panegírico sobre las virtudes de su tribu.
La medida es de quinta clase, llamada verso perfecto, que regularmente consiste en el pie compuesto benéfico, seis veces repetido, en esta forma:
“Tria grata sunt | animo meo, ut | melius nihil,
Ojos negros, | cyathus nitens, | cáliz rosado”.
Pero cuando el pareado admite el tercer epítrito, pastoribus, y el yambo doble, amantium, puede considerarse como perteneciente a la séptima clase, o trémula; entre la cual y la perfecta la única distinción parece ser que la trémula nunca admite el pie anapéstico. Ambos son, en el lenguaje de la prosodia europea, yámbicos, en los que los lugares pares son invariablemente puros, y los lugares impares siempre excluyen el dáctilo: cuando los pies desiguales son troqueos o pírricos, los versos se vuelven coriámbicos o peónicos; pero de este cambio no tenemos ningún ejemplo en el poema que tenemos ante nosotros.