Este hombre es Abu Ali ibn Maskawaih, médico, filólogo e historiador, que fue tesorero y amigo del sultán Adudaddaula, y que murió lleno de años en 1030. Entre otras cosas nos ha dejado un sistema filosófico de Ética que hasta hoy es apreciado en Oriente. Es una combinación de material tomado de Platón, Aristóteles, Galeno y la Ley Religiosa Musulmana, aunque predomina en ella Aristóteles. Comienza con un tratado sobre la Naturaleza Esencial del Alma.
El alma humana se distingue de las almas de los animales inferiores particularmente por la reflexión racional como principio de su conducta, dirigida hacia el Bien.
Ahora bien, el Bien es un bien general o un bien particular. Hay un Bien absoluto, que es idéntico al Ser supremo y al conocimiento supremo, y todos los bienes juntos tienden a alcanzarlo. Pero para cada persona individual se presenta subjetivamente un Bien particular bajo el aspecto de la Felicidad o del Placer; y éste consiste en la manifestación plena y activa de su propia naturaleza esencial, en la realización completa de su ser más íntimo.
En general, el hombre es bueno y feliz si actúa como hombre; la virtud es la excelencia humana. Pero, puesto que la humanidad se presenta ocupando niveles diferentes en los diferentes individuos, la felicidad o el bien no es el mismo para todos. Y como un hombre individual, si se le dejase a sí mismo, no podría realizar todos los bienes que de otro modo podría obtener, es necesario que muchos vivan juntos. Como consecuencia de esta condición, el primero de los deberes, o el fundamento de todas las virtudes, es el amor general a la humanidad, sin el cual no es posible ninguna sociedad. Sólo junto con otros seres humanos y entre ellos alcanza el hombre individual la perfección; de modo que la ética debe ser ética social. Por tanto, la amistad no es, como diría Aristóteles, una expansión del amor propio, sino una limitación del mismo, o una especie de amor al prójimo. Y esto, como la virtud en general, sólo puede encontrar un campo de ejercicio en la sociedad [131] o en la ciudadanía, y no en la renuncia del monje piadoso al mundo. El ermitaño, que cree vivir templada y rectamente, se engaña en cuanto al carácter de sus acciones: pueden ser religiosas, pero morales ciertamente no lo son; y por lo tanto, la consideración de ellas no pertenece a la Ética.
Además, en opinión de Ibn Maskawaih, la Ley religiosa, cuando se entiende correctamente, concuerda de manera preeminente con una ética de la benevolencia. La religión es una educación moral para el pueblo. Sus prescripciones, con respecto al culto a Dios en común y la peregrinación a La Meca, por ejemplo, tienen claramente en vista el cultivo del amor al prójimo en su más amplia acepción.
En ciertos puntos especiales, Ibn Maskawaih no ha logrado combinar armoniosamente las doctrinas éticas de los griegos, que incorpora en su Esquema, ni entre sí ni con la Ley del Islam. Sin embargo, eso lo pasamos por alto; y en cualquier caso, no sólo debemos elogiar en términos generales su intento de dar un sistema de Ética que esté libre de la casuística de los moralistas y del ascetismo de los sufíes, sino también reconocer en la ejecución de su diseño el buen sentido de un hombre de amplia cultura.