1. Antes de su contacto con el helenismo, la mente semítica no había avanzado más allá en el camino de la filosofía que la formulación de enigmas y la expresión de una [7] sabiduría aforística. Las observaciones objetivas de la Naturaleza, pero especialmente de la vida y el destino del Hombre, forman la base de tal pensamiento; y donde cesa la comprensión, la resignación a la voluntad todopoderosa e inescrutable de Dios entra sin dificultad. Nos hemos familiarizado con este tipo de sabiduría a partir del Antiguo Testamento; y que se desarrolló de manera similar entre los árabes, nos lo demuestra la historia bíblica de la Reina de Saba y la figura del sabio Loqman en la tradición árabe.
Junto a esta sabiduría se encontraba por todas partes la magia del hechicero, un conocimiento que se autentificaba mediante el dominio sobre las cosas externas. Pero fue sólo en los círculos sacerdotales de la antigua Babilonia, bajo qué influencias y en qué medida no sabemos con precisión, donde los hombres se elevaron a una consideración más científica del mundo. Sus ojos se apartaron de la confusión de la existencia terrena para fijarse en el orden de los cielos. No eran como los hebreos, que nunca pasaron del estado de asombro [1], o que vieron simplemente un emblema de su propia posteridad en las innumerables estrellas [2]; se parecían más bien a los griegos, que llegaron a comprender lo Múltiple y lo Múltiple en sus formas sublunares sólo después de haber descubierto la armonía del Todo en la unidad y firmeza del movimiento de los cielos. El único inconveniente era que se entremezclaban muchos juegos mitológicos y pretensiones astrológicas con lo que era bueno, como de hecho sucedió también en el helenismo. Esta sabiduría caldea, desde el tiempo de Alejandro Magno, se impregnó, en Babilonia y Siria, de ideas helenísticas y más tarde de ideas helenístico-cristianas, o bien fue suplantada por ellas. [p. 8] Sólo en la ciudad siria de Harran, hasta la época del Islam, el antiguo paganismo se mantuvo firme, poco afectado por las influencias cristianas. (Cf. 1, 3, § 4).
Persia es la tierra del dualismo, y no es improbable que su enseñanza religiosa dualista haya ejercido una influencia sobre la controversia teológica en el Islam, ya sea directamente o a través de los maniqueos y otras sectas gnósticas. Pero mucho mayor, en los círculos mundanos, fue la influencia ejercida por ese sistema que, según la tradición, llegó a ser reconocido públicamente, bajo el sasánida Yezdegerd II (438/9-457), a saber, el zrwanismo (Cf. III, 1, § 6). En este sistema, la visión dualista del mundo fue reemplazada al establecer el Tiempo infinito (zrwan, árabe dahr) como el principio supremo, y identificándolo con el Destino, la esfera celestial más externa o el movimiento de los cielos. Esta doctrina, agradable a los intelectos filosóficos, se ha asegurado, con o sin la apariencia del Islam, un lugar destacado en la literatura persa y en las opiniones del pueblo, hasta nuestros días. Sin embargo, los teólogos, y no menos los filósofos de las escuelas idealistas, la rechazaron como materialismo, ateísmo, etc.
Las especulaciones lógicas y metafísicas de los indios no fueron desconocidas para los musulmanes, pero tuvieron un efecto mucho menor en el desarrollo científico que las matemáticas y la astrología. Las investigaciones de los indios, relacionadas con sus libros sagrados y totalmente determinadas por un propósito religioso, han [10] tenido sin duda una influencia duradera sobre el sufismo persa y el misticismo islámico. Pero, de una vez por todas, la filosofía es una concepción griega y no tenemos derecho, por deferencia al gusto de la época, a dedicar una cantidad indebida de espacio en nuestra descripción a los pensamientos infantiles de los piadosos hindúes. Lo que han propuesto estos penitentes meditativos sobre la engañosa exhibición de todo lo sensual puede poseer a menudo un encanto poético, del mismo modo que concuerda quizá con aquellas observaciones sobre la evanescencia de todo lo terrenal, a las que Oriente tuvo acceso en las fuentes neopitagóricas y neoplatónicas; Pero ha contribuido tan poco como éstos a la explicación de los fenómenos o al despertar del espíritu científico. No fue necesaria la imaginación india, sino la mente griega, para dirigir el proceso reflexivo hacia el conocimiento de lo Real. El mejor ejemplo de esto lo proporcionan las matemáticas árabes. En opinión de quienes mejor conocen la materia, casi lo único indio en ellas es la aritmética, mientras que el álgebra y la geometría son griegas, predominantemente, si no exclusivamente. Apenas un solo indio penetró en la noción de matemáticas puras. El número, incluso en su forma más alta, siguió siendo siempre algo concreto; y en la filosofía india, el conocimiento en general siguió siendo sólo un medio. La liberación del mal de la existencia era el objetivo, y la filosofía un camino hacia la vida de bienaventuranza. De ahí la monotonía de esta sabiduría, concentrada, como estaba, en la esencia de todas las cosas en su Unidad, en contraste con la ciencia multidisciplinaria de los helenos, que se esforzaba por comprender las operaciones de la Naturaleza y la Mente en todos los aspectos.
La sabiduría oriental, la astrología y la cosmología proporcionaron [11] a los pensadores musulmanes material de muchos tipos, pero la Forma, el principio formativo, les llegó de los griegos. En todos los casos en que no se trata de una mera enumeración o concatenación casual, sino que se intenta organizar lo Múltiple según puntos de vista positivos o lógicos, podemos concluir con toda probabilidad que han estado en juego influencias griegas.