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Sábado, 13 de octubre de 25 (3 de hesván de 3786)
El sábado Jesús asistió a la sinagoga, el lugar de reunión de toda la aldea. Todos cuchicheaban por lo bajo de la presencia del «maestro Yeshua[1], el constructor de barcas o tekton». Jesús había preferido no avisar a Jairo, el archisinagogo, de su llegada a Nahum, y éste se quedó desconcertado cuando vió entrar al «famoso carpintero». Muchos rumores habían corrido esos días de casa en casa, de modo que todos los vecinos de Jesús se mostraron un poco alterados.
Sin embargo, el Rabí se mostró más bien silencioso y en segundo plano. El invitado de honor, que era el encargado de la lectura principal y de los comentarios de ese día, ante la presencia de Jesús, preguntó a Jairo antes de comenzar la ceremonia si deseaba contar con el «rabino nazareno» para la lectura de la Torá y la Haftará, «el pentateuco» y «los profetas». Sin embargo, como Jairo nada sabía del regreso del Rabí, se encogió de hombros y solicitó al invitado que fuera él quien hiciera los honores.
Jesús pasó el resto del sábado con su familia en la casa materna, que era en realidad su casa. María, Ruth y Esta, la mujer de Santiago, se deshicieron en atenciones. Todos notaron un gran cambio en él. No paraba de bromear y de reír con sus chanzas. Estaba mucho más relajado que cuando se marchó hacia Jerusalén. Pero todos se decepcionaron bastante cuando Jesús les anunció sus planes de permanecer en Cafarnaúm durante un tiempo trabajando en el taller de Zebedeo.
—Ahora tienen mucho trabajo con los nuevos encargos que llegan de Tiberias.
María casi puso cara de disgusto, aunque Ruth trató de evitar que su madre hablara sin pensar. «¿Nuevos encargos?», se preguntaban todos. «¡Y qué importaban los encargos del taller de barcas!», se decía María. «¡Ahora está Juan predicando y anunciando su próxima llegada, y él está tan campante dedicado a sus barcas!».
Santiago buscó el modo sutil de decirlo:
—El primo Juan sigue en Adam predicando. Cada vez hay más creyentes que se dirigen a escucharlo.
Jesús se puso un poco serio, y miró a su hermano con infinita paciencia.
—Lo sé. Desde Jerusalén hasta aquí no se habla de otra cosa.
—¿No te alegra? —se arriesgó el hermano—. Tú siempre has hablado muy bien del primo Juan.
Jesús suspiró, notando que iba a ser imposible eludir cualquier comentario sobre el único tema de conversación de casi toda Judea.
—Nuestro primo, no lo dudéis, está destinado a convertirse en un gran hombre. Pero por ahora no debemos inmiscuirnos en su obra. Juan me habló años atrás de sus planes. A su debido tiempo, estos planes llegarán a su cumplimiento. Por ahora, debemos hacer la voluntad del Padre y estar prestos para su llamada.
Las enigmáticas palabras de Jesús tuvieron un efecto tranquilizador sobre los suyos. Pero no acertaban a comprender a qué podía referirse. ¿Estaba hablando de él, que iba por fin a declarar su poder en la Tierra y proclamarse el Mesías esperado? ¿O bien quería decir que no se involucraría en el trabajo de Juan y no formaría parte del reino futuro? Por más que intentaban ajustar las extrañas palabras de su hermano con las ideas mesiánicas imperantes, no lograban conciliar los alejados puntos de vista.
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Domingo, 14 de octubre de 25 (4 de hesván de 3786)
Desde el día siguiente y durante tres largos meses, Jesús se dedicó a trabajar en su puesto habitual en el taller de Zebedeo. Se presentó en el trabajo como todas las mañanas, fue al baúl donde guardaba sus cosas, se puso el peto, y se acercó al corrillo de los carpinteros jefes. Todos le miraron extrañados. Jesús llevaba mucho tiempo sin trabajar en el taller, habían pasado varios años, y había caras nuevas en el astillero.
Con gran seriedad dijo Jesús:
—Es menester que me mantenga ocupado mientras espero a que llegue mi hora.
Nadie supo qué decir. Se dirigió hacia Zebedeo y después de charlar durante un rato, organizaron el trabajo para las nuevas semanas. Decidieron que Jesús se ocuparía de un conjunto de barcas grandes, las de mayor eslora de todas las que fabricaban, mientras que el resto de los carpinteros jefes se dedicarían a las embarcaciones más pequeñas.
Santiago, el mayor de los hermanos de Jesús, trabajaba también en el astillero de Zebedeo, y se mantuvo todo ese tiempo bajo las órdenes de Jesús, junto a tres compañeros más.
Las grandes barcazas eran las piezas más laboriosas. Llegaban a medir dieciocho metros de largo por cinco de ancho y tenían un pequeño cobertizo en la popa. Estaban destinadas al transporte de mercancías. Para la pesca se utilizaban otras barcas más pequeñas y maniobrables. Jesús, durante su trabajo en el lago cuatro años atrás, había ideado un nuevo medio de vaporizar los tablones de las barcas para mejorar su resistencia y hacerlas más seguras. La madera que se utilizaba para fabricar los botes era de mala calidad, proveniente de los bosques del Golán. Para la quilla se solía reservar la mejor madera, el cedro del Líbano, pero para las planchas usaban lo que tenían a mano: pino, azufaifo y sauce. Esto hacía las embarcaciones sumamente frágiles a los vendavales y al desgaste del trabajo, por lo que había que repararlas de forma continua con remiendos de otras barcas. El invento de Jesús permitió que las barcas durasen más tiempo, por lo que de inmediato cobraron fama en todo el lago. En apenas unos años todos los propietarios fueron renovando su flota adquiriendo los nuevos botes. En toda la comarca no dejó de hablarse del nuevo constructor de barcas de Cafarnaúm, lo cual hizo que Zebedeo fuera reconocido en todo el lago y sus astilleros pasaran a ser los más solicitados.[2]
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Durante el tiempo que Jesús trabajó en el astillero se ocupó especialmente del proceso de calentado y vaporización de los tablones, y del doblado. Los tableros se encajaban unos en otros utilizando la técnica de mortaja y espiga, utilizando unas piezas menores que se encajaban en oquedades equidistantes y se claveteaban a la estructura. Este era el trabajo fundamental porque de ello dependía que el barco fuera resistente y seguro.
Jesús era un experto y reconocido artesano. Tenía gran habilidad con el cepillo para dar ése acabado uniforme a toda la obra. Todos los empleados de Zebedeo sentían gran respeto y admiración por su camarada. Lo que más llamaba la atención de estos rudos hombres del mar de Galilea eran las exquisitas maneras y modales de su compañero. Jesús nunca tenía un mal gesto o una palabra de más con nadie. Trataba a todos por igual, y no permitía que nadie le considerara a él con deferencia.
Durante su larga estancia en Cafarnaúm tres años antes, Jesús había cobrado fama como maestro e instructor. Todo el mundo creía que había estudiado en alguna academia, posiblemente en Alejandría. Aunque esto no era cierto, Jesús nunca hizo nada por negar estas suposiciones. La gente común no podía entender de otra forma los grandes conocimientos de su vecino en temas de religión, de geografía, de historia, de ciencia y de otros muchos temas. Casi nadie se daba cuenta de que Jesús había aprendido todo eso tan sólo mediante la lectura y las conversaciones con los viajeros de los puestos de caravanas. Todos los que escucharon alguna de sus tertulias vespertinas pudieron apreciar la gran sabiduría de Jesús y su dominio del conocimiento de la época, de modo que pronto los jornaleros de Zebedeo empezaron a concederle el título de «rabí» o «instructor».
Otra de las actividades que más gustaban a Jesús era la pesca. Él siempre había querido ser pescador, y le encantaba pasar alguna tarde o noche con alguna de las cuadrillas de Betsaida o Cafarnaúm.
Zebedeo era el patrón de varias cuadrillas que trabajaban a su cargo. En estas cuadrillas sus miembros actuaban como socios, compartiendo los costes de las barcas y repartiendo las ganancias a partes iguales. Zebedeo aportaba el alquiler de las barcas, las redes y todos los utensilios de pesca, y se llevaba un porcentaje de las ganancias de sus trabajadores. Santiago y Juan, sus hijos, trabajaban en una de estas tripulaciones y estaban a cargo de controlar al resto de pescadores jornaleros de su padre.
Jesús no solía cobrar por su colaboración. Para él representaba un placer poder salir en bote y navegar por el Kennereth. Era un buen remero y su corpulencia física le hacía idóneo para hacerse cargo de un extremo de las redes. Era un experto en el uso del herem, la red barredera más común del lago, que le había enseñado a usar su tío Simón, el de Magdala, cuando era pequeño.
Los pescadores, conocedores de la fama de erudito de Jesús, le dejaban hacer y seguían sus consejos sobre el mejor lugar donde echar las redes. Jesús era un atento observador de la naturaleza y sabía discernir los signos que denotaban los movimientos de los bancos de peces. Con sólo tocar el agua era capaz de percibir las corrientes cálidas donde supuestamente se concentrarían las presas más fáciles. Manejaba con destreza el timón y la vela, aprovechando con facilidad la brisa costera del maarabit, ese viento procedente del mar que tanto conocían los trabajadores del lago.
El trabajo no terminaba con el llenado de la barca. En la costa, otros jornaleros esperaban la llegada de los botes para realizar la obligatoria separación de los distintos tipos de peces, desechando las variedades impuras prescritas por las leyes mosaicas, y calculando los impuestos a cumplimentar con los recaudadores oficiales. El trabajo no finalizaba hasta bien entrada la madrugada. Las horas nocturnas eran las mejores para la pesca. Jesús, terminada su participación, solía reunirse en la lonja a disfrutar de las discusiones de los patronos. En esta lonja Jesús pronunció muchas de sus charlas sobre diversos temas que se le plantearon. Estaba situada junto a los muelles y era en realidad un sencillo espacio abierto con varios puestos de compraventa. Aquí no sólo se hacían las transacciones pesqueras, era también un punto de encuentro donde jóvenes y mayores solían debatir y polemizar sobre todo tipo de asuntos de actualidad.
Tal como suena Yeshua es como en realidad sonaba el nombre de Jesús pronunciado en su idioma nativo, el arameo. Véase el artículo «Yeshua ben Yosef». ↩︎
La descripción de cómo eran las barcas que se construían en el mar de Galilea en tiempos de Jesús procede de documentación acerca del descubrimiento en 1986 de una barca de pesca del siglo I encontrada bajo el lodo cerca de la antigua Magdala.
Puede resultar de interés la página web del museo que se creó para albergar estos sorprendentes restos. Resulta curioso que a todo el mundo le ha dado por llamar a este bote «la barca de Jesús», y hay quien afirma que fue usado por el Maestro. No es probable que así fuera, pero sí pudo ser construida en el taller de Zebedeo. Una buena pesquisa a hacer es si la madera de este bote muestra algún síntoma de haber sido sometida a un proceso de vaporización. El Libro de Urantia señala que Jesús ideó y puso en práctica este sistema para fabricar botes más resistentes (LU 129:1). ↩︎