© 2005 Jan Herca (licencia Creative Commons Attribution-ShareAlike 4.0)
Todas las semanas Jesús no faltaba a su cita con su grupo de amigos mayores. Tenía por costumbre reunirse cada jueves con un grupo de ancianos de Cafarnaúm. El origen de esta reunión se remontaba varios años atrás, cuando Jesús se estableció en Cafarnaúm como constructor de barcas. Muy pronto Zebedeo introdujo a Jesús en su círculo de amistades, que quedaron gratamente sorprendidos de la gran sagacidad y exquisitas maneras del recién llegado.
Solían reunirse en la sinagoga, junto a la geniza[1], una sala contigua donde se guardaban los rollos y manuscritos de las escrituras. El grupo más asiduo estaba formado por el propio Zebedeo; por Jonás, un agricultor con una buena extensión de campos cercana a la ciudad; Jesús, un padre de una familia numerosa de pescadores; Rubén, el más anciano de la ciudad, con ochenta y seis años; Santiago, un veterano pescador; Ezequiel, apodado «Bar Said», el hombre que más sabía de pesca de todo el lago; y por último, Jeobán, otro de los propietarios de un astillero contiguo al de Zebedeo.[2]
Jesús era el más joven de todos, obviamente, pero aquello nunca supuso un problema para sus contertulios. Todos ellos admiraban la profundidad y sabiduría de muchas de las ideas de Jesús. Hablaban de cualquier tema de actualidad, ya fuera de política, de conflictos sociales, del trabajo de la pesca, de religión o de historias y anécdotas.
Lo que más apreciaban de Jesús estos hombres mayores era la cortesía y tranquilidad que mostraba al hablar. Nunca buscaba influir con sus ideas a sus amigos, sino que más bien preguntaba y se interesaba siempre antes de la opinión del otro. No sabían muy bien cómo, pero a base de atinadas preguntas, Jesús casi lograba hacerles ver su punto de vista mejor de lo que ellos mismos lo expresaban. De todos sus vecinos, Jesús el pescador y «Bar Said» eran los más diferentes en opiniones a Jesús. Eran ambos del partido de los zelotes, aunque no ocupaban ningún puesto en la organización. Rubén era el más encantado con Jesús. Era un despierto anciano viudo y sin hijos, muertos todos años atrás en una revuelta. Aquello había influido drásticamente en el anciano Rubén, que se había vuelto un firme defensor de la paz y del abandono de las armas. Veía en Jesús a uno de sus hijos, parecido a él en inteligencia, y que desgraciadamente fue crucificado junto a muchos judíos por un gobernador anterior.
Algunas de las conversaciones que Jesús mantuvo con sus amigos en noviembre y diciembre, antes de la Hannuká[3] de ese año, trataron inevitablemente del espinoso asunto de la rebelión. Por toda Galilea se difundía un mensaje de odio y venganza, impulsado por el partido de los zelotes, que cada vez eran más numerosos. Los cabecillas de este grupo perseguido vivían en las ciudades de las orillas del lago. Muchos compañeros de Jesús en el astillero formaban parte de ellos o bien estaban a su favor.
El mensaje de estos patriotas era simple: «No convenía esperar a la llegada del Mesías para instaurar el reino de Dios en Palestina. La espera ya había sido suficiente. Lo que Dios exigía era una entrega radical en ese preciso instante, y por medio de la fuerza si era necesario, librar a Israel del sacrilegio romano y de su intromisión en los asuntos religiosos judíos». Con esta arenga se lanzaban por los pueblos en secreto, casa por casa, recolectando limosnas para sufragar sus gastos y reclutando jóvenes para la causa.
Conviene entender que la presencia romana alteraba los actos religiosos de los judíos, algo que se tenía por extremadamente sagrado para el pueblo de Jesús. Hasta cierto punto, el Maestro mismo comprendía a sus paisanos. Algunas actitudes de los invasores eran muchas veces provocativas e insultantes, y algunos de los prefectos que gobernaban el territorio judío habían puesto poco tacto en las cuestiones religiosas. Valerio Grato, el prefecto en curso, no había sido especialmente hábil con sus frecuentes cambios de sumo sacerdote, y era muy posible que fuera depuesto en breve, como lo habían sido sus predecesores. Estos prefectos gobernaban enriqueciéndose a costa de impuestos suplementarios, de modo que el emperador procuraba no cambiarlos con frecuencia para tratar de acostumbrarlos al poder y que su avaricia con los impuestos se suavizara con el tiempo, de modo que no resultaran especialmente sangrantes para el pueblo.
Desde que Jesús llegó a Cafarnaúm no ocultó sus sentimientos pacifistas. Una de las conversaciones más habituales de estos jueves derivaba en una discusión relajada sobre el tema de la emancipación y la lucha. No había unanimidad entre los galileos sobre el uso de la fuerza como única salida al dominio extranjero. Jesús solía evitar su mente superior para debatir estas cuestiones. Siempre evitaba usar su mente preclara para tratar con asuntos puramente humanos. Pero cuando se le pedía su opinión sobre la causa zelote, no ocultaba sus profundos ideales y el amor por su pueblo. En una de las ocasiones llegó a decirles:
—Nuestros hermanos no se dan cuenta, muchas veces, de la situación en la que vive el mundo en general. Nuestro país es tan sólo una piedra más del mosaico de reinos que dividen la Tierra. Los judíos tendemos a creer que nuestra posición de privilegio espiritual en el mundo supondrá una posición de liderazgo político en el futuro. Pero esto no será así. El poder del espíritu no tiene nada que ver con el poder político, o al menos, ningún hombre debería atribuirse ambos poderes. Más bien, el poder del espíritu es un fulcro multiplicador que eleva como una palanca a los pueblos de la Tierra como ejemplos y guías para el resto de pueblos. Pero nunca por la fuerza o a través del ejercicio de las armas. Quien usa la espada contra otro en nombre del Padre, en realidad traiciona a su Padre del cielo, porque el Padre es espíritu y mora en una perfección que no depende del poder terrenal para cumplir sus designios. Una sola palabra del Padre bastaría para traer el reino de los cielos al mundo, pero no desea que se cumpla así. La vida terrestre es la difícil arena en la que los luchadores por la fe y por la verdad deberán demostrar su valor y ganar la voluntad del Padre siendo misericordiosos con los enemigos y con los que buscan su destrucción.
› Aunque mi interés se centra sobre todo en los aspectos espirituales de la vida, no eludo el hecho de que varios grupos de hermanos buscan la verdad por distintos medios. Pero yo nunca podré estar de acuerdo con los zelotes. La muerte y el dolor causado por las armas jamás podrá estar justificado por un acto de amor al Padre. Más bien, lo que él quiere es que el hombre se libere del odio y de la venganza y que busque a su prójimo para demostrar que es capaz de amar incluso a sus enemigos.[4]
Palabras como éstas influyeron mucho en los habitantes de Cafarnaúm. Los hijos de Zebedeo, que habían escuchado a algunos dirigentes zelotes, se habían mantenido al margen de sus actividades, sobre todo después de los comentarios de Jesús en su casa. Zebedeo, el padre, aunque era un gran patriota, mostraba una tendencia pacífica similar a la de Jesús. Muchos amigos de sus jóvenes hijos, que consideraban a Jesús como a un «maestro de la ley», comenzaron a opinar de un modo parecido.
Sin embargo, en Cafarnaúm Jesús no contó con el apoyo favorable de todos sus vecinos. Desde el momento en que empezó a cobrar fama como constructor de barcas y como hombre instruido, muchos se preguntaron por su pasado. Poco tardaron en descubrir que Jesús era de Nazaret, y que allí tampoco había ganado el favor de sus paisanos. Todo se debía a un disturbio nunca olvidado que tuvo lugar años atrás cuando el partido nacionalista de los zelotes visitó Nazaret para un reclutamiento rutinario.
El resultado de aquel incidente fue que casi la mitad de los jóvenes de Nazaret rehusaron formar parte de las actividades zelotas, todos influidos por la negativa de Jesús. Fue un revés que no ocasionó ningún contratiempo a los zelotes, que disponían de cientos de voluntarios en otras aldeas, pero sí ocasionó un gran malestar e indignación entre los más exaltados defensores de la patria.
Jesús nunca consiguió salvar la situación. El recuerdo de este suceso permaneció indeleble en la memoria de sus vecinos, que no le dejaron vivir en paz. Este fue uno de los motivos de que decidiera cambiar de ciudad y eligiera Cafarnaúm como su nueva residencia.
Pero el pasado persiguió al Maestro toda su vida. Algunos insidiosos de la ciudad se enteraron de estos hechos y los divulgaron por toda la costa occidental, de modo que muchos judíos nacionalistas no tardaron en colgar a Jesús la etiqueta de antipatriota y desertor.
El tiempo que Jesús había estado ausente viajando por el Mediterráneo y por Mesopotamia no hicieron olvidar a sus vecinos este papel. Por eso, con buen tino, el Maestro prefirió ocultar la naturaleza de estos viajes e hizo pensar en muchas ocasiones a sus familiares y amigos que en realidad había pasado un tiempo en Alejandría, estudiando en la universidad, y viviendo en la colonia judía de esta gran ciudad, lo cual había sido en parte cierto. Cualquier comentario sobre su larga estancia en Roma hubiera reavivado los antiguos prejuicios hacia él.
Con el tiempo, Jesús comenzó más y más a evitar todo tipo de comentarios acerca de la política, o de la ocupación romana, o de los abusivos impuestos. Siempre sugería que su verdadero interés se centraba en el aspecto interior del ser humano, allí de donde surgen todas las ideas políticas y sociales, y que él lo que buscaba era iluminar esas verdades y no fomentar nuevos sistemas políticos o apoyar revoluciones sociales, por muy justas que fueran éstas. Sin embargo, allí donde alguien justificara sus actos y sus ideas en la religión o en la fe, Jesús nunca dudó en afirmar, con gran autoridad y aplomo, su idea de que el único camino posible para el hombre es el que marca la paz y la concordia, «aún incluso entre pueblos sometidos e invasores».
La geniza era la habitación adyacente a la sinagoga donde se guardaban escritos y textos. Funcionaba como sala de lectura y como almacén de los rollos, pues los judíos veneraban los escritos sagrados y consideraban un sacrilegio destruirlos. Cuando se volvían inservibles, los acumulaban aquí, y en ciertos momentos, y con mucha solemnidad, procedían a darles sepultura como si se tratara de personas. ↩︎
Los amigos del Maestro (Jonás, Jesús, Rubén, Santiago, Ezequiel Bar Said y Jeobán) son personajes inventados y se basan en los datos que ofrece El Libro de Urantia sobre el período que pasó Jesús en Cafarnaúm. «Dedicaba una noche a la vida social con los adultos y pasaba otra con los jóvenes.» (LU 129:1). ↩︎
La Hannuká era la festividad judía llamada también de las luminarias o de la dedicación del templo, celebrada el 25 de kislev y los siete días siguientes, más o menos en diciembre. Kislev es el noveno mes de tiempos de Jesús, equivalente a nuestros noviembre y diciembre. En él se celebraba la Hannuká o fiesta de las luminarias. ↩︎
Que Jesús era un pacifista no debería necesitar ni comentario, aunque hay autores que no dudan en afirmar que los evangelios en realidad son un engaño y que Jesús realmente fue un nacionalista revolucionario que propugnaba la lucha armada, motivo por el cual fue crucificado. Aquí hacemos eco de las conclusiones de un libro muy recomendable, Ambiente político del pueblo judío en tiempos de Jesús, de Hernando Guevara. El artículo «El pacifismo en la época de Jesús» resume toda la cuestión. ↩︎