© 2005 Jan Herca (licencia Creative Commons Attribution-ShareAlike 4.0)
Pella[1] era una floreciente ciudad situada en un wadi, una de esas cárcavas que dejaban los torrentes cuando su cauce se secaba. Estaba situada entre altivas colinas que los lugareños solían llamar tells. En la colina más alta, muy por encima de la ciudad, se alzaba vigilante un gran templo dedicado a Tyche, la diosa protectora de la urbe, diosa de la fortuna y del destino.
A los pies, un recinto amurallado marcaba los límites de esta vibrante población. Jesús subió por el torrente principal, dejando a la izquierda la ciudad. Cuando pasó de largo las murallas y subió por la ladera junto al arroyo, pudo contemplar todo el paisaje. La polis tenía un cardo al estilo de las ciudades romanas, abrigado por una doble columnata donde se disponían toda suerte de puestos de venta. Al final de la columnata se abría una plaza pequeña, el foro, y en frente, el edificio civil más importante, la basílica de los tribunales. Por esa época se estaba construyendo en la parte posterior una más grande, añadida a la existente.
Jesús echó un último vistazo, divisando el pequeño teatro u odeón y los baños públicos, de los que salía vaho a causa de las aguas calientes. Cuando alcanzó la cumbre del arroyo divisó al fondo, encajados en los wadis al otro lado de las colinas, varias aldeas diminutas rodeadas de abundante vegetación y huertos.
No tenía ni idea de dónde pasar la noche. Sabía que iban a ocurrir hechos especiales y necesitaba alejarse de las grandes poblaciones y buscar un lugar apartado. Pero se negó a utilizar su mente superior para descubrir el lugar ideal, así que recorrió las crestas de las colinas tomando referencias en el paisaje.
Llevaba un rato preguntándose dónde sería un buen lugar cuando percibió claramente una extraña sensación. El lugar enmudeció. El viento, que silbaba insistente entre los matorrales, bajó de intensidad. Las espigas de la avena dejaron de mecerse, y los gritos de los gavilanes se perdieron en la distancia. Jesús cerró los ojos. Sabía lo que podía significar esta presencia.
Entonces le vió. Subiendo por una ladera venía un hombre de gran estatura, de larga melena rubia, vestido de forma griega, con un quitón, la típica prenda griega que cubría hasta los pies, y un himatio, el manto griego que solía llevarse recogido en un hombro, ambos de vistosos colores. Pero su apariencia griega no confundió a Jesús. Cuando estaban a menos de veinte pasos, ambos se precipitaron uno al otro, fundiéndose en un cálido abrazo.
—Por fin, padre mío.
—¡Cuánto tiempo ha pasado!
A ambos les brillaban los ojos de emoción. Las lágrimas de la felicidad pugnaban por caer. Se cogieron de las manos unos segundos, contemplándose embelesados sin saber qué decir, dejando tan sólo discurrir el placer del momento. Al fin, superado el nerviosismo, Gabriel, adoptando un gesto oficial, se dispuso a dar el mensaje más esperado para Jesús.
—Bien, padre. Tengo el honor de comunicarte que he sido autorizado por Emmavin y por los Padres Elderer, Eldensen y Eldion, para notificarte la completitud del otorgamiento final. Por tu último intento de rehabilitar a los hijos rebeldes de Satania, los Padres dan por resuelta y finalizada la rebelión. En cualquier momento que lo desees, podrás adjudicar por ti mismo las resoluciones relativas al estado de los rebeldes. Por tu encarnación y supeditación al Plan del Padre hasta el día hoy, los Padres consideran satisfechas las obligaciones de la experiencia evolucionaria en los otorgamientos Migueles de tu orden, y te declaran Hijo Mayor Miguel desde aquí a la eternidad. Con este logro obtienes la Soberanía total y absoluta de Nebadon, nuestra creación en el universo de los universos. He recibido el encargo de comunicarte que a partir de hoy estás en disposición de volver a asumir la dirección en los asuntos de tu reino, y de ocupar el trono soberano en la sede central de Salvington.
Jesús pasó de la seriedad a la risa:
—¡Impresionante! Se nota que lo has estado ensayando durante tiempo.
Gabriel se quedó a cuadros, y también se unió a la broma, poniendo cara de circunstancias.
—¿De dónde has sacado estas ropas?
Jesús parecía divertido con el atuendo de Gabriel. El superángel se miró, resignado.
—Los seres intermedios de este planeta me han dicho que estos ropajes son habituales entre los de esta zona.
—¿Y te presentaste de esta guisa ante mi madre terrenal?
—Bueno, yo…
Pero Gabriel no acertó a dar las explicaciones necesarias, porque de pronto, junto a ellos, una forma no humana se fue formando a su lado. Era un ser alto, más alto que Gabriel y Jesús, de casi dos metros y medio. Tenía un rostro muy hermoso, como el de una mujer, con un cabello plateado largo y trenzado, y vestía una amplia capa que le rodeaba todo el cuerpo. Era Erisemos[2], el Padre Altísimo de la Constelación de Edentia, el mayor gobernante de la zona del universo de Jesús a la que pertenecía Urantia, la Tierra.
En un instante, allí de pie, en aquella pletórica mañana del 14 de enero, los mayores gobernantes de aquella zona de la galaxia se hallaban reunidos en las colinas cercanas a Pella. Fue algo único que nunca antes se había producido en toda la historia de este cúmulo estelar, y que será difícil que vuelva a ocurrir en mucho tiempo.
Erisemos sonrió a Jesús y se inclinó ante él, dejando su espesa cabellera a su altura. Era un ser majestuoso e imponente, y llevaba en el pecho, curiosamente, un pectoral con un icono similar al que usaba Salvin en la visión de sí mismo, con tres círculos concéntricos azulados sobre un fondo blanco. Jesús se acercó y le dio un entrañable abrazo, abarcando como pudo sus enormes hombros. Luego le invitó a incorporarse. Erisemos le dijo:
—Los antecedentes están completados. La soberanía del Miguel Unigénito con número seiscientos once mil ciento veintiuno sobre su universo, Nebadon, se ha entronizado por completo a la diestra del Padre Universal. Yo te traigo de Emmavin, tu Emmanuel y hermano del Paraíso, colaborador de tu encarnación en Urantia, la exoneración del otorgamiento. Ahora o en cualquier momento desde hoy, en la forma que tú elijas, podrás dar por terminada la entrega de tu encarnación, ascender a la diestra del Padre, recibir tu soberanía, e iniciar tu bien ganado gobierno incondicional de todo Nebadon.
› También doy fe de que se han completado, por autorización de los Ancianos de los Días, los expedientes de esta galaxia relativos a la adjudicación de rebeliones desleales, y que se te ha otorgado autoridad plena e ilimitada para enfrentarte con todas y cada una de estas sublevaciones en el futuro como tú decidas. Tu obra en este planeta y en la forma de un humano mortal ha sido considerada satisfactoria y completa, y tu encarnación puede ser finalizada cuando lo desees y como tú desees. De ahora en adelante, lo que hagas dependerá de tu propia elección.
Jesús cogió las manos de su hijo y asintiendo con la cabeza, le dijo:
—Es un honor para mí recibir de un hijo tan leal y servicial este anuncio esperado. Mi primera decisión como gobernante supremo será un pequeño período de reflexión. Ya he comunicado con mi Padre en el cielo para conocer su Voluntad sobre los asuntos que conciernen a mi encarnación en este planeta. Mi nueva realidad humana me solicita con insistencia que no termine aún mis días en esta tierra y haga algo por manifestar la verdad del Padre a estos hijos míos que habitan en la penumbra espiritual.
Erisemos sonreía encantado, asintiendo a las palabras de Jesús. Un universo entero estaba deseando escuchar este pronunciamiento.
—Tu hermano Emmavin te envía sus recuerdos de parte de toda la familia de Salvington, y te alienta a que continúes tu vida humana con tu doble naturaleza tan fielmente a como lo has hecho como mortal sin recuerdos de tu vida anterior.
—Envía mis saludos y agradecimientos a mi hermano paradisíaco. Asegúrale que recuerdo todos y cada uno de los consejos que me dio antes de partir de Salvington, y que me propongo hacer realidad sus recomendaciones para este planeta. Mi encarnación puede haber sido aceptada, pero la misión de Jesús, mi realidad mortal, tan sólo ha empezado.
Después de un largo abrazo, el Padre de la Constelación se marchó como había venido. Se difuminó suavemente hasta que dejó de vérsele, desapareciendo de la vista humana.
Gabriel y Jesús dejaron la colina y se dispusieron a buscar un refugio donde cobijarse. Mientras tanto, Gabriel fue poniendo a Jesús al día sobre todos los asuntos universales. Estos asuntos, complejos e intrigantes, formaban parte de la rutina diaria del gobierno universal.
Jesús en realidad es Salvin, el creador inmenso de una porción del universo conocido, un pequeño cúmulo estelar de esta galaxia, que nosotros llamamos Vía Láctea y que los gobernantes espirituales denominan Orvonton. Sin embargo, aunque pequeño en comparación con las tremendas dimensiones de esta galaxia, existen en la creación de Salvin más de tres millones de planetas habitados como la Tierra, y hay otros tantos más en proceso de convertirse en un futuro en tales. Semejante creación supone una labor ingente de organización, vigilancia, y administración.
Gabriel, en realidad, es el jefe inmediato a Salvin. En la creación de Jesús, llamada Nebadon, Gabriel tiene el título de Brillante Estrella de la Mañana, la categoría más alta de ángel que existe en el mundo espiritual de esta creación. En muchos aspectos Gabriel es como un hermano pequeño de Jesús-Salvin. Es capaz de dirigir la creación cuando él se ausenta, y es de una forma de ser y actuar idéntica a la de su padre.
Ambos pasaron mucho tiempo hablando de un tercer ser, Nebadonia[3], a quien llamaban «la Madre Creativa», o también «el Espíritu Materno», un ser prodigioso que había sido creado por el Padre Espiritual con la capacidad de estar en todas partes de la creación al tiempo. Durante algunos minutos de este día increíble conversaron con esta divinidad a través de un contacto no verbal, usando su cauce de comunicación superior a través de la mente y el espíritu.
En este día inacabable, Jesús no dejó de interesarse por la situación de muchos planetas, que como la Tierra, se encuentran bajo la oscura influencia de unos hijos rebeldes y desleales seguidores de un gobernante espiritual traidor, llamado Lucifer. Jesús había realizado un último intento por hacer recapacitar a estos gobernantes amotinados en la reunión que mantuvo durante su estancia en las boscosas cumbres del Hermón. Pero a pesar del maravilloso gesto de Jesús, las posturas no habían cambiado, y la situación de estos planetas no había mejorado.
Jesús sabía que su encarnación como un hombre en la Tierra para obtener la experiencia de vivir una vida mortal no era del agrado de estos hijos suyos rebeldes. Para ellos representaba una humillación solicitada por los gobernantes más excelsos de la galaxia, los Ancianos de los Días.
Jesús y Gabriel reflexionaron largamente esa tarde mientras deambulaban por las colinas al este de Pella sobre estos asuntos. Sabían que mientras algunos de los fieles a Lucifer continuaran libres en la Tierra, intentarían hacer fracasar o evitar de algún modo que Jesús llevase a cabo su misión como mortal terrestre. Gabriel sabía que bastaba una orden de su padre para hacer entrar en acción a todos los batallones de ángeles y terminar de una vez para siempre con la influencia de los espíritus rebeldes en la Tierra.
Pero Jesús no deseaba librarse de la dura lucha que iban a significar estas influencias rebeldes:
—He dado libertad a Caligastia para que continúe por algún tiempo en esta Tierra, mientras yo llevo a cabo mi misión. Satanás seguirá confinado con Lucifer y el resto de rebeldes apóstatas. Los Ancianos van a otorgar un cierto margen de confianza a los seres intermedios caídos y a los ángeles desviados. Pero siempre cabe el peligro de que interfieran en mi cometido para tratar de evitar mi destino.
—¿Cómo esperar llevarlo a cabo? —preguntó Gabriel.
—Aún no he decidido cuál será «la senda» elegida. Pero lo que sí tengo claro es que no actuaré como maestro a la vez que Juan. Mi primo es un gran hombre, y tengo reservado para él un destino glorioso, pero está demasiado influido por las ideas mesiánicas de los judíos. Aún no ha sido capaz de desprenderse por completo de todas estas historias proféticas nacionalistas. Y cometerá el error de provocar a los reyezuelos de la zona, que lo apresarán y lo ejecutarán para acallar su voz.
—Entonces, también tú estarás en serio peligro.
—Llevo bastantes días proyectando mi visión temporal hacia el futuro como para conocer con bastante seguridad que si realizo una revelación religiosa a estos pueblos seré mal entendido, maltratado y ajusticiado impunemente.
Un gesto de pesar cruzó el rostro de Gabriel:
—Mis informes me dicen que será este año cuando envíe el césar de la ciudad de Roma un nuevo gobernador para esta zona del imperio de los romanos.
—Sí, pero el cambio seguirá la línea de los anteriores gobernadores, o incluso será peor. Los judíos, mis compatriotas en la carne, están colmando la paciencia de sus invasores. Es sólo cuestión de poco tiempo que se produzcan disturbios y que el pueblo se encrespe con el deseo de la guerra. Esto sólo traerá brutalidad y juicios deshonestos.
Gabriel analizaba todas las posibilidades:
—Siempre puedes abandonar tu país de nacimiento. En otros pueblos la aceptación sería mucho mayor.
Jesús asintió. Pero se quedó pensando sobre ello:
—Tenemos que profundizar más sobre este asunto.
Dejaron todas las discusiones en el aire y se concentraron en la búsqueda de un lugar donde pernoctar. El sol empezaba a caer con velocidad en el horizonte, despidiendo sus últimos rayos entre unos arrebolados nubarrones. Podían haber utilizado su conocimiento superior y su capacidad divina, pero Gabriel era idéntico de parecer a Jesús, y se negaba a utilizar sus poderes en su provecho. Mientras adoptara la forma humana junto a su maestro, se desenvolvería en el mundo de los hombres tan sólo con capacidades humanas.
Finalmente encontraron una cueva para guardar rebaños excavada en la ladera de una colina cerca de un pequeño pueblecito llamado Beth Adis. Junto a la cueva caía un hilillo de agua proveniente de una fuente situada en lo alto de la colina. El lugar era apartado y parecía desocupado.[4]
Evitaron llamar la atención y se refugiaron en su interior sin encender ningún fuego, sentándose contra las paredes, y pasando a oscuras la noche. Como ninguno de los dos sentía la necesidad del descanso, y no había peligro de que fueran vistos, permanecieron largas horas hablando y conversando sobre los asuntos complejos del universo y sobre el futuro que les aguardaba.
Erisemos es un nombre inventado que se ofrece aquí para el Padre Altísimo. Sobre Gabriel de Salvington, la Radiante Estrella Matutina, véase LU 33:4. Sobre el Padre Altísimo véase LU 35:5-6. La conversación que Jesús tiene con Gabriel y con Erisemos está sacada de LU 136:3. ↩︎
El nombre de Nebadonia para el Espíritu Materno está inspirado en el nombre que da El Libro de Urantia para la creación de Jesús: Nebadon. Sobre este ser, que El Libro de Urantia menciona por muchos nombres (como Ministra Divina) véase el documento 34. ↩︎
Sobre la localización de la cueva donde se refugiaron Jesús y Gabriel, véase el artículo «La cueva de los cuarenta días». ↩︎