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Lunes, 25 de febrero de 26 (19 de adar de 3786)
La mañana del lunes se presentó nublada y fría. El sonido de los molinos de grano empezó a oírse desde bien temprano. Cuando los discípulos más madrugadores se levantaron descubrieron que Jesús no estaba en la casa. Rebeca, la mujer de José, les aclaró que había ido al centro de la ciudad, a visitar a las familias de sus hermanos Simón y Marta. Y les dio el recado de Jesús pidiéndoles que le esperaran allí.
Rebeca ofreció un suculento desayuno a toda la familia y a los discípulos: muchas tortas de pan caliente con aceite, leche de vaca recién ordeñada, y una buena ración de dátiles secos.
Durante el desayuno, y ante la ausencia de Jesús, José y el resto de familiares trataron de sonsacar a los apóstoles más noticias sobre su hermano mayor. Toda la familia estaba expectante desde que Judá, el hermano que vivía en Magdala, les había hecho una visita recientemente, relatándoles los sorprendentes sucesos del bautismo.
Andrés, Pedro y el resto, intercambiándose la palabra, explicaron a la familia que estaban convencidos de que Jesús era el Libertador. Les revelaron los sucesos que habían tenido lugar en el campamento, y cómo Juan el Bautista había proclamado a Jesús como Mesías.
—Ahora todos nos hemos hecho sus seguidores y él ha prometido hacernos sus embajadores personales en el reino venidero —remachó Santiago.
La familia entera se quedó muy impresionada con estos relatos. ¿Acaso Jesús finalmente se iba a convertir en quien había proclamado su madre? Muchos de ellos hacía tiempo que habían desterrado estas ideas, considerándolas leyendas, cuentos que se había inventado María, su madre, para entretenerles.
—Tal vez, después de todo, tenga razón nuestra madre —comentó José—. Tal vez nuestro extraño hermano esté destinado a ser el futuro rey.
—Si esto es así, entonces el final de la ocupación está cerca —supuso Jacobo.
—¿Creéis que se revelará ante el mundo dentro de poco? ¿Eso qué significará? ¿Habrá una gran guerra y destrucción por todas partes como dicen los revelacionistas?
Los discípulos no sabían nada sobre estas cosas. Habían intentado sonsacar a Jesús sus planes, pero él no parecía tener prisa, y su objetivo inmediato parecía tan sólo volver a Cafarnaúm.
☙ ❧
Horas después regresó Jesús. Parecía mucho más alegre que el día anterior, y ya había desaparecido de su rostro aquella sombra de tristeza con la que se despidió de sus amigos antes de irse a dormir.
Pero en cuanto el Maestro entró en la casa, pudo percatarse por las caras de la familia que mucho se había estado hablando sobre él. Todos le miraban con cierta reverencia y una forzada admiración. Hasta José parecía haber olvidado el incidente del día anterior y se mostraba especialmente atento.
Sin embargo, el Maestro se retiró a solas son sus seis discípulos. Les solicitó que se dirigieran al día siguiente con sus hermanos hacia Caná, mientras él se dirigía a Cafarnaúm para hacer una visita al resto de su familia, para reencontrarse en Caná al día siguiente para la boda.
—Pero, Maestro, ¿por qué viajar solo? Nosotros podemos acompañarte.
Jesús no deseaba mezclar más a sus discípulos con la familia, en vista de que resultaba tan difícil mantenerles callados.
—No. Es mejor así. Mañana nos veremos en la casa de mi primo.
☙ ❧
Jesús se despidió atropelladamente de todos, prometiendo viajar con su madre y hermanos desde Cafarnaúm hasta Caná. La familia quedó en suspense, pero acostumbrados como estaban a estas súbitas decisiones de Jesús, nada dijeron.
El Rabí se dirigió por la nueva calzada romana hacia Cafarnaúm. Pasó cerca de Séforis, ciudad que no era de su agrado y a la que evitó por el momento. Junto a esta población cruzaba la nueva carretera que comunicaba directamente con Tiberias en el mar de Galilea. La calzada estaba en muy buen estado. Hacía poco tiempo que Herodes había trasladado su corte a Tiberias, y para comunicar ambas capitales, había construido una calzada al estilo romano. Cada milla un miliario anunciaba la distancia que faltaba hasta el mar, y proclamaba el patrocinio de Roma y de su emperador. Muchos de ellos ya tenían las huellas de impactos de comida y de suciedad provocados por el descontento judío.
Antes de alcanzar Tiberias se desvió a la izquierda por el senderillo que conducía a Arbel. El camino acortaba la distancia hasta Magdala. Tras atravesar el sombrío wadi Haman, por fin desembocó en las fértiles huertas del Kennereth. Se dirigió hasta Magdala, y visitó a su hermano Judá.
Marta, su mujer, se alegró mucho cuando vió a Jesús bajo el umbral de la puerta. En la casa estaba también su hermana Raquel y varias amigas. Todas se quedaron impresionadas de ver de nuevo al renombrado «pariente» del que Judá había contado cosas tan sorprendentes cuando regresó del Jordán. Tratando de evitar la multitud de preguntas con las que le bombardearon las mujeres, Jesús se dirigió hacia el muelle, donde supuso encontraría a su hermano con sus compañeros de cuadrilla.
Le encontró remendando redes en el puerto. Judá se quedó estupefacto de verle por allí. No había vuelto a tener noticias suyas desde que se alejara sin despedirse junto al Jordán.
Jesús le pidió disculpas por no decirles nada, pero le reveló a su hermano que «acontecimientos muy importantes habían reclamado su atención justo después de recibir el bautismo de Juan».
Luego le comentó sus planes para asistir a la boda de su primo Joah con la familia. Judá se alegró muchísimo, y pasaron un buen rato charlando animadamente sobre los asuntos familiares y sobre el trabajo en el lago.
Finalmente, Judá reunió valor y se atrevió a preguntar a su hermano:
—Padre-hermano mío, ¿qué fue aquella voz, la que oímos en el Jordán?
Jesús dejó pasear su vista por el atardecer nublado del lago, donde unos últimos rayos de sol pugnaban por encaramarse al horizonte. El afilado pico del monte Arbel se recortaba amenazante contra las arreboladas aglomeraciones de nubes.
—Esa voz, Judá, era el anuncio que tanto tiempo he estado esperando. El momento está aquí mismo, ya a las puertas. Era el reconocimiento de mi filiación con el Padre, el mismo reconocimiento que alguna vez tú alcanzarás, cuando emprendas el largo viaje hacia el Paraíso.
Judá no entendió ni palabra.
—¿Es allí donde has estado a solas? ¿Has visto el Paraíso?
—No, querido Judá. Yo no voy a marcharme. Ahora empieza una nueva etapa para mí. Deseo permanecer aún por algún tiempo en la carne, y continuar la labor de las anteriores misiones reveladoras.
—¿Misiones reveladoras? ¿A qué te refieres?
—Aún es pronto para los grandes secretos, Judá. Ten paciencia, y serás testigo de grandes cosas. Por ahora, debemos atenernos a hacer la voluntad del Padre. Dime, Judá, ¿podré confiar yo en ti para que tranquilices a la familia en esta hora de sucesos tan sorprendentes?
Judá asintió, manifestando a su hermano todo su apoyo.
☙ ❧
Cuando la oscuridad empezó a crecer Jesús se puso en camino hacia Cafarnaúm. Pasó por Betsaida y se detuvo en el astillero de Zebedeo, donde dada la hora que era, no encontró a nadie. Así pues, se dirigió a la casa de Zebedeo, donde la familia le recibió con gran asombro y satisfacción.
Las hijas de Zebedeo se extrañaron de verle llegar sin sus hermanos.
—¿Dónde están Santiago y Juan?
Jesús correspondió a los besos de salutación del padre, de la madre y de David, y les explicó como pudo que habían quedado en reunirse en Caná para la boda de su primo.
Lián se palmeó en la frente y entrando en la casa, regresó con un rollito de papiro.
—Aquí tienes. Llegó tu invitación hace dos semanas.
Jesús agradeció a la chiquilla su dedicación, y con gran expectación de todos, abrió el rollo. El texto invitaba a Jesús a la boda, como habían supuesto, indicando el día en que se celebraría.
De inmediato la noticia de que Jesús había vuelto a Cafarnaúm se extendió por toda la aldea. El Maestro había intentado llegar de noche para evitar los encuentros con los curiosos, pero le fue imposible permanecer de incógnito en la casa.
Santiago, María y Ruth acudieron de inmediato al aviso para ver a su adorado hijo y hermano. Todos estaban revolucionados desde que Santiago llegara del Jordán con la emocionante historia de la voz y de la visión de Jesús. María estaba exultante, pletórica de confianza. Ahora empezaba ella a vislumbrar que se iban a cumplir las promesas del ángel de su aparición. Santiago se mostraba cauto y perplejo. Deseaba oír las explicaciones de su hermano, pero éstas no se produjeron.
Jesús no paró de hablar con Ruth, la hermana pequeña, de sus pequeños asuntos, en especial de su «secreto», del que hablaban delante de los demás en clave. Ni siquiera el joven David se percataba de estas crípticas conversaciones.
Pero Santiago intentó sonsacar algo al hermano: «¿Se iba a manifestar ante el pueblo? ¿Qué portentos sería capaz de realizar?».
Entonces vieron claramente por la expresión de desagrado de Jesús que no les iba a facilitar una respuesta. Lo único que dijo sobre sus planes inmediatos fue:
—Es mejor que me quede aquí por algún tiempo. Debo hacer la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Se marcharon todos a casa con el corazón lleno de incertidumbres, pero María rezumaba de esperanza. No dejó de decirles a sus hijos que «muy pronto toda Judea se asombraría y asustaría ante la revelación de su hermano como el rey sobrehumano prometido». Pero no todos compartían esta visión.
☙ ❧
Martes, 26 de febrero de 26 (20 de adar de 3786)
Al día siguiente, martes, el revuelo que se formó en Cafarnaúm fue considerable. Muchas otras familias estaban invitadas a la boda. La novia tenía muchos parientes en Cafarnaúm, pues Caná era una población cercana.
Los invitados habían decidido viajar todos juntos el día antes, para encontrar alojamiento. Todos se reunieron en el vecindario de la casa de Zebedeo. Cuando se supo que Jesús estaba en la vivienda, el hogar del armador se convirtió en un incesante ir y venir de amigos y conocidos.
Las noticias habían corrido como el viento del desierto entre los habitantes de las poblaciones de Nahúm, Betsaida, Gennesaret y Magdala. Toda la costa oeste del mar de Galilea había oído los rumores acerca de un extraño carpintero al que Juan el Bautista había proclamado como el Libertador, y la curiosidad de las gentes se había tornado en expectación.
Jesús pasó parte de las primeras horas de la mañana con sus viejos amigos: Jonás, Jesús, Rubén, Santiago y Jeobán. Jonás era familia de Elihú, el padre de la novia, así que también viajaría a Caná.
El Maestro se mostró de muy buen humor, haciendo continuas bromas y provocando la risa de sus amigos con sus chanzas. Pero en el ambiente se percibía una cierta consideración especial hacia Jesús. Todos habían escuchado los rumores y se mostraban extrañamente respetuosos y solemnes. ¿Realmente su amigo era quien decían?, se preguntaban.
Finalmente, la pequeña caravana de familias se puso en marcha rumbo a Caná. Al menos había cuarenta cafarnaítas invitados a la boda. Incluso un pequeño grupo de fariseos, miembros de la haburôt o comunidad farisaica de Cafarnaúm que se encargaba de repartir limosnas, estaban también convidados. Éstos no habían aceptado de buen grado los chismes que se cuchicheaban sobre Jesús. «Jesús, el que trabaja en el taller de Zebedeo, ¿el Mesías? He conocido Mesías mejores», decían.
Durante el viaje la gente no dejó de susurrar en grupos sobre el Maestro, que se mantuvo al margen de estos cotilleos y charló despreocupado y cordial con su amigo Jonás.
Hicieron camino por la costa, atravesando por Gennesaret y Magdala, donde se unieron a la comitiva más familiares, entre ellos el hermano de Jesús, Judas, con Marta, su mujer. Desde allí tomaron la ruta de Arbela por el wadi Arbel.
Después de horas de fatigosa caminata pudieron hacer un alto cuando el paisaje se abrió con el verdor del valle de Shikhin o Asochis. Multitud de huertas y pequeños terrenos se disputaban esta fértil llanura que se extendía kilómetros y kilómetros hasta casi llegar al mar.
Después del descanso para almorzar, continuaron camino, desviándose hacia el norte, y tomando el camino más directo. El camino del sur se dirigía hacia Rimmón. A las pocas horas divisaron las crestas del har o monte Yodefat, bajo cuyo abrigo estaba el tell, la colina de Caná. La ciudad era una populosa y agitada urbe de cerca de siete mil habitantes, rodeada de fértiles vegas, y bañada por el pantanoso nahal Yodefat, un río donde crecían los juncos y la frondosa selva.
La colina o tell tenía en su ladera suroccidental toda un suerte de terrazas escalonadas donde se apiñaban las viviendas y los huertos. La ciudad estaba rodeada de un muro que circundaba la parte más interior, dejando muchas viviendas en el exterior.
Caná era un floreciente centro industrial con varias de las mejores almazaras y bodegas de la zona, donde se producía un apreciado aceite y vino. La bonanza podía apreciarse en el cuidado de las construcciones y en la cantidad de piedra y sillería utilizada.[1]
Los caminantes entraron por el desfiladero que conducía a Jotapata y se internaron en las puertas de la ciudad. El bullicio de la población era considerable. La boda había triplicado el número de visitantes habituales, y las calles parecían un hervidero de judíos y gentiles venidos de toda la región.
☙ ❧
Los discípulos de Jesús habían hecho el camino desde Nazaret con el resto de familiares de Jesús sin dejar de polemizar sobre todo lo relacionado con su Maestro. Felipe y Natanael, que apenas habían podido hablar libremente con sus amigos, no perdieron la ocasión para interrogarles sobre Jesús y sobre los sucesos del Jordán, conociendo por fin lo ocurrido durante el bautismo de Jesús y la proclama posterior del Bautista. Compartieron estos asuntos con los hermanos de Jesús, y todos viajaron en una permanente sensación de que algo asombroso y sublime estaba a punto de suceder, quizá incluso en la boda de Caná.
Cuando se reencontraron todos en la casa de Natán, el ambiente de expectación que se palpaba se tornó en decepción al ver que Jesús no parecía muy dispuesto a hacer algún tipo de manifestación. Esa noche el Maestro se retiró pronto a su litera, ajeno a la algarabía provocada por los preparativos de la boda.
María, su madre, había viajado hasta Caná como en una nube, henchida de seguridad, como si fuera una reina madre camino de la ceremonia de coronación del hijo. No dejó de divulgar a todos los parientes que estaba convencida de que su primogénito obraría su primera proeza durante la boda. Su primo Natán, el padre del novio, estaba en ascuas, y muchos parientes, conocedores de la historia del ángel Gabriel, tenían también la ilusión y la esperanza de que algo grande sucediera. Como así, finalmente, fue.
Resulta bastante difícil decidirse por una solución a la hora de ubicar Caná de Galilea. Si un turista acude hoy a Tierra Santa se encontrará con que la tradicional Caná es un lugar muy próximo a Nazaret. El evangelio de Juan no nos ayuda a situar Caná. Simplemente dice que tres días después del encuentro entre Jesús, Felipe y Natanael, hubo una boda en Caná. El Libro de Urantia detalla qué es lo que hizo Jesús esos tres días. Visitó Nazaret, donde recibió la invitación a la boda, y luego marchó a Cafarnaúm, desde donde tenía previsto viajar hacia Caná. J.J. Benítez, el autor de Caballo de Troya, muestra Caná como una población cercana a Nazaret en su cuarta parte de la saga. De hecho, afirma en una nota a pie de página, que la ubicación de Caná en «Kâna el Jelil», al norte de la llanura El Buttauf, es absurda. No debería ser tan absurda cuando los arqueólogos llevan bastante tiempo desenterrando los restos de una antigua población.
Sin embargo, del relato que ofrece El Libro de Urantia, uno tiene la sensación de que Caná no era una población cercana a Nazaret. ¿Por qué motivo iba Jesús a viajar hasta Cafarnaúm, para luego tener que desandar sus pasos? Parece más lógico pensar que ni Nazaret ni Cafarnaúm estaban cerca de Caná, sino que ambos se encontraban a la misma distancia, o quizá algo más cerca de Cafarnaúm. Y este es justo el emplazamiento de «Kâna el Jelil».
Véase en artículo: «¿Dónde estaba Caná de Galilea?». ↩︎