En la época de Jesús sólo había dos grandes potencias mundiales: el Imperio Romano en occidente y el Imperio Han en oriente, y los dos estaban ampliamente separados por el reino de Partia y otras tierras intermedias de las regiones del Caspio y del Turquestán. [1]
La civilización de los hijos de Han es la que presenta, mejor que cualquier otra, una imagen ininterrumpida de progreso continuo que llega hasta la época del siglo veinte. [2]