Antiguamente se pensaba que el deseo más grande de un fantasma consistía en ser «conjurado» rápidamente a fin de poder dirigirse tranquilamente hacia el reino de los muertos. [1]
Se pensaba que el ayuno y otras formas de abnegación agradaban a los fantasmas, que disfrutaban con la aflicción de los vivos durante el período de transición en que rondaban por los alrededores antes de su partida real hacia el reino de los muertos. [2]