En la antigüedad los nombres de los muertos no se pronunciaban nunca. [1] Los judíos tenían la costumbre de enterrar a sus muertos el día de su fallecimiento; era una práctica necesaria en un clima tan caluroso. [2] Decía Jesús: «Si quieres ser ordenado instructor, debes dejar que otros entierren a los muertos mientras sales a anunciar la buena nueva». [3] El voto nazareo prohibía el contacto con los muertos. [4]