Los antiguos trataron la enfermedad con ayuno. [1] El ayuno puede inducir un estado místico. [2] La renuncia fue la etapa siguiente de la evolución religiosa; el ayuno se practicaba de manera habitual. [3]
Luego surgió la costumbre de los votos rituales, seguida poco después de los compromisos religiosos y los juramentos sagrados. Casi todos estos juramentos iban acompañados de torturas y mutilaciones que se infligían a sí mismos, y más tarde aún, de ayunos y oraciones. [4] Se pensaba que el ayuno y otras formas de abnegación agradaban a los fantasmas, que disfrutaban con la aflicción de los vivos. [5]
Al igual que otros muchos rituales de adoración, el sacrificio, como parte de las devociones religiosas, no tuvo un origen simple y único. A medida que avanzó la civilización, estos conceptos rudimentarios del sacrificio fueron elevados al nivel de los rituales de la abnegación, el ascetismo, el ayuno, las privaciones y la doctrina cristiana posterior de la santificación a través de la tristeza, el sufrimiento y la mortificación de la carne. [6]
Para Isaías el ayuno aceptable no era afligir el alma, inclinar la cabeza o arrastrarse vestido de penitente. Lo que él pedía era desatar las cadenas de la maldad, deshacer los nudos de las cargas pesadas, dejar libres a los oprimidos, romper todos los yugos, compartir el pan con el hambriento, traer a casa a los pobres sin hogar. [7]
Jesús comió frugalmente mientras estuvo en el monte Hermón; pero sólo se abstuvo de todo alimento un día o dos a la vez. [8]
El ayuno no es parte del evangelio. Los nazareos rehusaron aceptar a Jesús como un instructor enviado del cielo, porque no enseñaba el ayuno ni otras formas de abnegación. Jesús decía: «En el antiguo orden practicabais el ayuno y la oración. Como criaturas nuevas renacidas del espíritu, se os enseña a creer y a regocijaros». [9]
Sin embargo, es sumamente peligroso practicar a sabiendas el ayuno espiritual con el fin de aumentar nuestro apetito de los dones espirituales. El ayuno prolongado, tanto físico como espiritual, tiende a destruir el apetito. [10]