Los neandertales tenían un miedo mortal de las nubes, y principalmente de las brumas y las nieblas. [1]
Cuando las nubes se acumulan sobre nuestras cabezas, nuestra fe debería aceptar el hecho de la presencia del Ajustador interior, y así deberíamos ser capaces de mirar más allá de las brumas de las incertidumbres mortales, hacia el claro resplandor del sol de la rectitud eterna que ilumina las alturas atrayentes de los mundos de las mansiones de Satania. [2]