Los antiguos siempre se opusieron al empadronamiento, a «contar al pueblo». Se consideraba que el hecho de contar el ganado u otras posesiones traía mala suerte. [1] César Augusto decretó un censo en el 8 a.C. Los judíos siempre habían estado enormemente predispuestos contra cualquier intento por «contar al pueblo». [2]
José fue a Belén, la ciudad de David, para registrarse en el censo romano, porque un antepasado paterno de José huérfano había sido adoptado por un descendiente de David. [3]