Durante el período Cretáceo, las formaciones de creta, derivadas de depósitos de foraminíferos, fueron predominantes y dieron nombre a la época. Estos depósitos, que incluyen también margas verdes, lutitas, areniscas y pequeñas cantidades de caliza, alcanzaron espesores de entre 200 y 10,000 pies en diversas regiones, como las estribaciones de las Montañas Rocosas y Europa. Estas capas porosas almacenan agua, lo que las hace fundamentales para abastecer regiones áridas actuales. Además, los movimientos tectónicos y la actividad volcánica asociada contribuyeron a deformaciones importantes de la corteza terrestre, afectando las áreas costeras del Pacífico y regiones montañosas como los Andes. [1]
El período Cretácico marcó el fin de las grandes invasiones marinas, especialmente en América del Norte, donde 24 extensas inundaciones moldearon el terreno. Las formaciones de creta de este tiempo, derivadas de depósitos marinos, siguen siendo prominentes hoy en día. Entre ellas, destaca la piedra caliza, ahora elevada a 3,000 metros en los Alpes, 5,000 metros en el Himalaya y 6,000 metros en el Tíbet. También se encuentran depósitos de creta a lo largo de las costas de África y Australia, la costa oeste de América del Sur y en los alrededores del Caribe. [2]