No podemos orar a una fórmula química, suplicar a una ecuación matemática, adorar a una hipótesis, confiar en un postulado, comulgar con un proceso, servir a una abstracción o mantener una camaradería afectuosa con una ley. La experiencia religiosa implica un Dios, y ese Dios de la experiencia personal debe ser una persona. [1]