La gente parcialmente civilizada cree todavía hoy en la casualidad y manifiesta una predisposición persistente por los juegos de azar. [1]
El hombre primitivo era un jugador nato; siempre quería obtener algo a cambio de nada, y durante aquellos tiempos primitivos, los éxitos procedentes de un trabajo asiduo se atribuían con demasiada frecuencia a los hechizos. [2]