La propiedad se volvió tan apreciada que bastaba dar un festín presuntuoso para borrar el deshonor de un nombre. [1]
Era contrario a la costumbre de los judíos que una mujer se sentara en un banquete público. [2]
En aquellos tiempos, cuando un banquete-recepción de este tipo se ofrecía a un individuo sobresaliente, todas las personas interesadas tenían la costumbre de merodear por la sala del banquete para ver comer a los convidados y escuchar la conversación y los discursos de los invitados de honor. [3]
Dijo Jesús: «Cuando ofrezcáis un banquete, invitad de vez en cuando a los pobres, a los mutilados y a los ciegos. De esa manera os sentiréis dichosos en vuestro corazón, porque sabéis muy bien que los cojos y los lisiados no pueden devolveros vuestra ayuda amorosa». [4]