La esperanza de tener una nación mejor —o un mundo mejor— está ligada al progreso y a la iluminación del individuo. [1] El Padre trata a cada hijo ascendente como individuos cósmicos, el Supremo trata a sus hijos experienciales como un único total cósmico. [2] Dios modifica sus acciones para contribuir a la conducta equilibrada de cada universo y personalidad de acuerdo con los planes evolutivos locales. [3]
El evangelio de Jesús realza y exalta sobrenaturalmente a cada mortal, alineándose con la verdad del predominio de la Mente Suprema en los logros siempre ascendentes de la evolución. [4] La filosofía griega y las enseñanzas de Jesús apuntaban al surgimiento de la libertad humana mediante la libertad social, política y espiritual. [5] Nada era tan importante para Jesús como el ser humano individual en su presencia inmediata. [6]
El desarrollo excesivo de las instituciones resta valor al individuo al eclipsar la personalidad y disminuir la iniciativa, enfatizando la necesidad de que el hombre controle en lugar de ser dominado por ellas. [7]
El séquito de Prince predicaba la iniciativa individual, rompiendo las cadenas de las costumbres ligadas a la tradición en favor de liberar los poderes creativos de la personalidad. [8]
La religión fomenta el progreso de los individuos, transformándolos en personalidades poderosas, mientras que simultáneamente hace avanzar al colectivo a través de sus logros. [9] Relación con el grupo.
Los gobernantes del universo priorizan la vida eterna de un mortal por encima del riesgo de una rebelión del sistema, demostrando paciencia, tolerancia, comprensión y simpatía misericordiosa en el plan universal de repersonalización de los mortales. [10]