Una consecuencia del sacrificio pasajero de los hijos fue la costumbre de manchar con sangre las jambas de la puerta de la casa para proteger a los primogénitos. [1]
Durante su último año en la escuela, cuando tenía doce años, Jesús manifestó a su padre su protesta por la costumbre hebrea de tocar el trozo de pergamino clavado en el marco de la puerta, cada vez que entraban o salían de la casa, y besar después el dedo que lo había tocado. [2]