Después de emprender el camino de la vida eterna, después de aceptar nuestra tarea y de recibir nuestras órdenes para progresar, no debemos temer los peligros de la falta de memoria de los hombres ni la inconstancia de los mortales, no debemos inquietarnos por el miedo al fracaso o por las confusiones que causan perplejidad, no debemos vacilar ni poner en duda nuestro estado ni nuestra posición, porque en todas las horas sombrías, en todas las encrucijadas de la lucha por el progreso, el Espíritu de la Verdad siempre hablará, diciendo: «Éste es el camino». [1]