Con mucha frecuencia nos ponemos a luchar sólo para convencernos de que no tenemos miedo. [1]
Cuando los primeros jefes intentaron allanar los malentendidos, a menudo se vieron en la necesidad de autorizar los combates a pedradas en la tribu al menos una vez al año. El clan se dividía en dos grupos y emprendían una batalla que duraba todo el día, sin ninguna otra razón que la de divertirse; en verdad les gustaba pelear. [2] Desde la época del Jardín de Edén se practican los juegos, el humor y los sustitutos competitivos de las luchas físicas. [3]
Jesús nunca se involucró en peleas personales. Ante cualquier ataque primero discriminaba si el agresor era un hijo de Dios, y solo aplicaba la fuerza si esa persona no poseía juicio moral ni razón espiritual. Pero si fuera un hijo de Dios no usaba la fuerza ni en defensa propia, y trataba de usar cualquier estratagema para apaciguarlo. [4]
Cuando Jesús defendió en Creta a una niña esclava de un borracho degenerado que la atacaba es lo más cerca que Jesús estuvo nunca de pelearse con un contemporáneo, pero gracias a sus fuertes brazos Jesús evitó que el incidente acabara en algo más. [5]